Alas rotas
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocioaldiario.com
No termina de asombrarme la frondosa
imaginación con que los griegos tejían sus leyendas de dioses y
personajes que han llegado hasta nuestros días. Pero como ya lo he
dicho en otras oportunidades, es el laberinto de Cnossos en la isla
de Creta, una de las que más fascinación me ha producido desde la
primera vez que la leí cuando aún era un niñito y apenas había
aprendido a leer y escribir.
Y es que muchas veces, el laberinto viene a ser
la representación que más se asemeja al escenario de mi propia
vida.
El famoso Laberinto, en la mitología griega,
fue construido por el artesano Dédalo, un ciudadano ateniense
desterrado a Creta, para mantener atrapado al Minotauro, un terrible
monstruo devorador de hombres, mitad hombre, mitad toro al que se le
ofrecían sacrificios humanos. Dice el relato mitológico que,
finalmente, el propio Dédalo y su hijo Ícaro fueron a parar dentro
del Laberinto y que lograron escapar de sus intrincados pasadizos
volando con unas alas construidas por Ícaro.
La leyenda aún continúa. Dice que Ícaro, una
vez fuera del Laberinto, quiso volar cada vez más y más alto, hasta
que pasó tan cerca del sol, que el intenso calor de sus rayos
derritió el pegamento de sus alas y cayó.
Dice la Escritura que: “… los que
esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las
águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se
fatigarán.” (Isaías 40:31)
Para ser absolutamente honesto e íntegro
respecto de lo que escribo, debo confesar que a veces siento que mi
vida más se parece a la de un ave caminadora de corral que a la de
una majestuosa águila.
Hoy siento que estoy caminando, en las lides
espirituales. Lento, muy lento, por cierto. PERO CAMINANDO, cosa que
no es poco decir. Tal vez con la ayuda de un bastón o un andador,
mientras otros amados hermanos que comenzaron junto conmigo hoy
revistan en las ligas mayores corriendo hacia la meta. ¡Pero
caminando, al fin! Saliendo del letargo, de la parálisis espiritual
de mucho tiempo.
El águila con su vuelo imponente desde las
alturas y su mirada penetrante buscando con precisión donde se
encuentra su alimento. La gallinita, asustada, pendiente de cada cosa
que ocurre a su alrededor, picoteando el suelo a ver qué encuentra,
corriendo y revoloteando espamentosamente sin poder levantar más que
unos pocos centímetros del suelo.
A veces encuentro que me tomo en forma
demasiado literal los recursos espirituales que Dios nos ofrece y
pone a disposición para nosotros en su palabra. Tanto es así que
son más de lo que puedo llegar a imaginar las veces en las que
osada, peligrosa e inclusive ambiciosamente, pretendo volar cada vez
más cerca del sol con mis propias alas de Ícaro sin poder discernir
ni estar en condiciones de afrontar las consecuencias. Y es que así,
mientras más alto vueles, más terrible y estrepitosa puede ser y
será la caída cuando ya el pegamento humano no sea capaz de
sostener tus alas.
En esas condiciones: ¿Serán de Dios esas
alas? Sinceramente, me parece que no. No lo veo en congruencia con el
carácter de Dios, ni como El trata con nosotros.
El águila llega un momento en su vida en que
tiene que ascender y buscar refugio en lo alto de la montaña,
aislarse del mundo, destruir su pico contra las rocas, arrancar sus
plumas para que crezca todo nuevo, con renovada vitalidad y
fortaleza. En algún sentido, los seres humanos nos parecemos
bastante. Todos debemos pasar por un proceso que ninguno de nosotros
está en condiciones de hacerlo por sus propios medios. Es Dios
obrando con su poder, mas no con nuestras propias fuerzas ni
recursos. Un proceso que puede tomar toda una vida, durante nuestro
tránsito por este mundo. Renovando lo viejo, poniendo sanidad en lo
que está enfermo –y aquí no hablamos de lo físico justamente–
trayendo vida donde reina la muerte, luz donde imperan las tinieblas.
No me resta sino dar las gracias por ser la
gallinita de hoy. No me resta sino dar las gracias por mis alas rotas
de Ícaro de hoy.
Hasta que El mismo, en su poder me lleve a lo
alto de la montaña para descender renovado y con mis alas de águila.
Es entonces cuando cobra nuevo sentido esta maravillosa declaración
de parte de Dios para MI VIDA, PARA NUESTRAS VIDAS:
pero
los que esperan al SEÑOR tendrán nuevas fuerzas; levantarán las
alas, como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y
no se fatigarán.
(Isaías
40:31 RV2000)
Confiando
de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesús el Cristo;
(Filipenses
1:6 RV2000)
Todos
los derechos reservados.
Comentarios
Publicar un comentario
Tu comentario nos interesa