Cómo me ves, Señor?
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Pocos días después de pasar por las aguas del
bautismo, y a tan sólo dos meses de haber conocido a Jesús como
Salvador, un día entré en la oficina del Pastor y le dije
entusiastamente:
-Pastor! Quiero ser Pastor!
El hno. Santiago, hombre ya grande, pero de
mucha experiencia en las lides espirituales, se respaldó en su
sillón, puso serenamente su mano derecha sobre su escritorio y
suavemente comenzó a decir:
-Luisito… mi hermanito querido…
Atendamos a que en ese entonces, Luisito sólo
tenía dos meses en el camino del Señor, tan sólo diecinueve años
de edad y aún muchos conflictos personales y familiares por
enfrentar y resolver. En aquél entonces, con mucha prudencia y
respeto por lo que le manifestaba en ese momento, el pastor me
aconsejó esperar y estar atento a las señales e indicios que Dios
fuera mostrando en mi vida.
Han transcurrido treinta y cinco años desde
aquella entrevista. Los indicios, señales, evidencias, o como les
quieras llamar; desde entonces han sido confusas y contradictorias.
Jamás tuve una absoluta certeza de nada, ni por un sí ni por un no.
Pero si algo ha sido recurrente, invade una y otra vez la mente y el
corazón, resulta ser el aguijón que pincha y duele, es el recuerdo
vívido de aquella entrevista y esa duda cruel que carcome las fibras
más íntimas del alma.
Progresivamente he ido asumiendo el riesgo de
escribir abiertamente sobre mi relación con Dios. Una relación a
veces de dulce comunión, otras veces ríspida y conflictiva. He
desnudado abiertamente el alma, cosa que a decir verdad, no ha sido
nada fácil. Pero alguien con mucha sabiduría y en el amor del
Señor, que me viene leyendo atentamente desde hace tiempo, percibió
algo en mis escritos que yo mismo no podía haber notado: siempre me
veo a mí mismo en relación con Dios y lo que El ha tenido a bien
hacer en mi vida. Y eso está bien; pero CASI NUNCA LOGRO PLANTEAR O
DISCERNIR COMO DIOS ME VE.
Por ahí, a veces, lo esbozo en un lema
resultado de una de mis tantas reflexiones en mi intimidad con Dios,
que utilizo con frecuencia: “Si algo bueno viste en mí, eso se
lo debes al Señor. El Señor lo hizo.” Y está bien rendir
todo el crédito al Señor. Es así como tiene que ser. Es más; no
es una frase “cursi”, estoy absolutamente convencido de que si
algo bueno has visto en mí, eso se lo debes al Señor y a nadie más
que al Señor. Sé exactamente por qué lo digo. Pero en esa
declaración yace inherente en lo profundo, un sentimiento de baja
autoestima, de poca cosa, de que nada soy, de que nada merezco.
Eso tal vez sea verdad. Nada somos, nada
merecemos. No nos ha sido dado derecho a demanda ni a reclamo de
ninguna especie. Pero lo que es decididamente malo, es creer que nada
puedo lograr en la soberana gracia de Dios. Y eso es un sentimiento
que desde lo profundo del corazón ha estado bloqueando cada paso,
cada emprendimiento, cada iniciativa.
Es por eso, que cuando me plantearon la
pregunta: “¿Cómo Dios te ve?”, me quedé callado,
pensando y sin respuesta. La verdad es que no lo sabía. Nunca me lo
había planteado así.
Sumido en mi propio mundito, caminando a veces
sobre las aguas por breves momentos, pero las más de las veces
hundiéndome con miedo, por estar pendiente de las olas, la tormenta
y el viento a mi alrededor, perdiendo de vista la atenta mirada del
Señor y clamando: “Señor sálvame” como Pedro (Mateo
14:30).
Abraham mintió, Moises fue torpe, Gedeón tuvo
actos de cobardía y Elías tuvo miedo por su vida y era de tendencia
depresiva. Sin embargo, de la vejez Dios le dio un hijo a Abraham
para fundar un enorme pueblo; Moisés sacó a un millón de personas
de la esclavitud de Egipto en el éxodo más grande de la historia
del planeta; Gedeón con sólo trescientos hombres y unas trompetas
puso en fuga a un poderoso ejército; y finalmente Elías, fue
traspuesto para no conocer muerte.
Hombres con virtudes, sin lugar a dudas, pero
también con grandes falencias, como tú, como yo. Pero que tal como
estaban no eran aptos para llevar a cabo las grandes cosas que Dios
tenía en sus planes para ellos.
En Génesis cap. 26 encontramos a Isaac
estableciéndose en Gerar, obedeciendo a Dios, sembrando y cosechando
a ciento por uno, ciertamente; pero haciendo exactamente lo mismo
que alguna vez hizo su padre Abraham: mintiendo acerca de su esposa
(Gen. 26:7) por temor a que lo maten para quedarse con ella. Sin
embargo, también hallamos a Isaac viviendo de los pozos de agua que
cavó su padre y posteriormente hallando su paz y sin derecho a
reclamos de terceros, cavando su propio pozo al que llamó Rehobot
-lit. “Lugares amplios o espaciosos”- (Gen. 26:22).
Hoy tomo la decisión de emprender un nuevo
camino. Hace unos días vi una publicidad en la vía pública que
expresaba algo así como: “Si quieres resultados distintos, no
hagas siempre lo mismo.” Un antiguo proverbio oriental dice que
toda gran travesía, sin importar qué tan grande sea, siempre
comienza con un paso. Pues bien: ese es exactamente el primer y
tímido paso que hoy decido dar en fe. Hoy comienzo a cavar mi propio
pozo, mi propio “Rehobot”. Nada sé sobre el futuro, nada sé
sobre lo que vendrá.
Pero hoy decido ser ese hombre de Dios que por
mis propios medios no puedo ser. Hoy decido ser ese hombre de Dios
tal como Dios lo ve. Que tal vez nada merezca, pero que todo lo tiene
por la GRACIA SOBERANA DE DIOS.
Señor... ¿Cómo me ves?
Y
se apartó de allí, y abrió otro pozo, y no riñeron sobre él;
y llamó su nombre Rehobot, y dijo: Porque ahora Jehová nos ha
prosperado, y fructificaremos en la tierra.
(Génesis
26:22 RV60)
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