No como a mi me parece. Mas como El quiere.

Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com

Hace unos días, vi a varias personas sufrir. Inclusive he recibido mensajes de personas que afrontan sufrimientos.

En horas de la mañana, un hombre joven lloraba a lágrima viva sentado en la vereda de un templo católico ante la más absoluta indiferencia y apatía de numerosos transeúntes. A la tarde un ciego dio un mal paso y cayó a uno de los canales de irrigación (cunetas, acequias) de esos que abundan en mi ciudad, de los que a menudo hablo en algunos de mis escritos. Y por último, al anochecer, acompañé a mi hija al odontólogo.

Por el hombre que lloraba a las puertas del templo, no pude hacer nada. Su llanto y sus lágrimas me conmovieron, en abierto contraste con la indiferencia de la gente que pasaba. Iba con el tiempo justo a una audiencia en representación de un cliente y esa era mi responsabilidad para ese momento. Al ciego lo ayudé a salir de la cuneta junto con otras personas que en ese momento pasábamos por allí y lo vimos caer. Tenía raspones, golpes y magulladuras, pero afortunadamente nada grave. Tan pronto como pudo hacerlo, se incorporó, tomó nuevamente su bastón y continuó su camino. Por mi hija, tampoco pude hacer absolutamente nada, excepto aportar mi presencia. Por insistencia del odontólogo pasé al consultorio y presencié el tratamiento. ¡Me dolió más a mí que a ella!

Hace unos días leí un comentario de alguien que pasaba por alguna penosa situación y no encontraba respuestas de Dios. Yo sé lo que es permanecer y sentirse así durante años. Solo la Gracia de Dios tuvo a bien sacarme de ese negro abismo en donde me encontraba.
Pero si hay un denominador común a todas estas situaciones, es que en la mayoría de ellas prácticamente es muy poco o nada lo que me restaba por hacer para mitigar en alguna manera el dolor de esas personas, incluyéndola a mi propia hija.

Hace unos días, mientras escribía mis respuestas para amados amigos y compañeros de ministerio, estas cosas afloraban en mi mente. Y es que es en ese momento cuando toma forma un hecho que ya me ha tocado vivir en otras oportunidades. Cuando percibo (no digo: “siento”, que es otra cosa bien distinta), puedo discernir la dulce presencia de Nuestro Señor actuando en esos momentos críticos cuando uno no encuentra más que hacer, no sabe hacia dónde ir, no tiene a quién recurrir.

Es que la presencia del Señor se manifiesta siempre. Ya no como yo quiero, espero, pretendo que lo haga, mas como El quiere y la diferencia se siente, se ve, se nota. Y es que sólo cuando uno está llegando al final del túnel, es cuando por fin cae en la cuenta, digo: PUEDE CAER EN LA CUENTA, SE ENCUENTRA EN CONDICIONES DE CAER EN LA CUENTA de que el camino que Dios trazó resultó ser el mejor para nuestras vidas y que aunque no lo vimos, no entendimos, no lo “sentimos”, El estuvo allí en todo momento. Ello, por supuesto, en contra de nuestra pequeña y endeble voluntad, por más férrea que a nuestro precario entendimiento nos parezca que sea. En contra de nuestros inteligentes, criteriosos y bien elaborados planes. Y contra todos los plazos y tiempos que a nosotros nos parezca adecuados y precisos. ¡Después de todo somos nosotros los que nos encontramos en la prueba! ¿No?

Pero sólo cuando las primeras luces del amanecer asoman después de una larga, tenebrosa y fría noche, es cuando el escenario, cuando el camino se puede visualizar con relativa claridad.

Es decir, cuando lo peor ya pasó, si aunque no entendamos nada nos dejamos llevar con paciencia, humildad y sumisión de espíritu por la mano de Nuestro Señor, ya no como a nosotros nos parece que tiene que ser, ya no en los tiempos ni en los momentos que a nuestro buen criterio nos parece que tiene que ser, es cuando podemos llegar a ese punto, es cuando estamos en condiciones de ver, discernir el escenario.

Y es que no hay punto de comparación entre la mente infinita del Creador, del Autor de la Vida, de nada más ni nada menos que del Arquitecto del Universo; con la mente limitada, finita, del ser humano… ¡para colmo inmersa en un mundo de naturaleza corrupta, caída, fluctuante, a todas luces engañosa a los sentimientos en muchos aspectos.

Cuando Elías salió al monte a esperar a Dios, un grande y poderoso viento quebraba los montes y rompía las peñas, pero Dios no estaba allí. Luego del viento vino un terremoto y tras el terremoto, un gran fuego. Mas en medio de tales estridencias y portentos, Dios no estaba allí. Elías esperaba que Dios se manifestara así. Su mente finita asociaba eventos de proporciones dantescas con la grandeza y el poder de Dios. Pero para su sorpresa, y tal vez algo de decepción, fue sólo en un silbo apacible y delicado donde no sintió, sino PERCIBIÓ, pudo DISCERNIR, la PRESENCIA DE DIOS y se apresuró temeroso a cubrir su rostro y correr hacia la cueva de donde había salido (I Reyes 19:11 y 12).

Nada pude hacer por el hombre que lloraba, sólo elevar una oración a Dios mientras caminaba hacia mi audiencia. Muy poco pude hacer por el ciego que se cayó, excepto ayudarlo junto con otras personas a salir del lugar de donde había caído. Muy poco pude hacer por el dolor de mi hija en el odontólogo, excepto aportar mi presencia.

Hubiera querido estar en condiciones de hacer más. Pero lo que tenía a la mano hacer, eso es lo que hice. El resto es de Dios. Momentos tristes y desagradables. Dios no nos ha prometido jamás una vida próspera ni ausencia de aflicciones. Sí, victoria. Y para que haya victoria tiene que haber luchas, batallas. Y es que en los peores momentos, Dios interviene mas no como pretendemos que lo haga, más de la forma en que El sabe que es lo mejor para nosotros, aunque no lo podamos ver ni entender.

Como atleta mediocre, salía a correr con la compañía de mi hija. Cuando me cansaba o el cuerpo comenzaba a doler por causa del esfuerzo, me paraba, respiraba profundo, me relajaba, caminaba y cuando me sentía recuperado, comenzaba a correr de nuevo. Los atletas profesionales saben que la verdadera carrera comienza cuando el umbral del dolor se hace presente, no cuando ellos quieren o les parece que tiene que ser.

Amado que lees estas líneas: Dios te bendice. Percibo un espíritu muy dulce en esta comunicación. Y es que desde el valle más profundo, desde el quebrantamiento es donde surge la bendición de Dios. Las nubes mueren para convertirse en lluvia. Las semillas mueren para convertirse en el enorme árbol que nos proporciona abrigo y sombra. Por lo tanto, no puedo menos que decir como Pablo: si de algo me puedo gloriar es en mis debilidades (2da. Corintios 12:5 y 12:9) y como Juan: es necesario que yo mengüe para que El crezca (Juan 3:30).

Esta mañana tempranito, como a las 7:15 caminaba rumbo a mi trabajo y meditaba. Sirvo al Maestro con lo mejor... está bien que sea así. Pero encuentro que más lo sirvo cuando entrego y libero en las rotas manos de mi Señor, lo peor de mí, habida cuenta de que mis días más oscuros en las manos del Señor pueden iluminar un alma quebrantada en tinieblas, ser de edificación para una vida destruida.

No como a mí me parece, mas como El quiere.

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
(Hebreos 12:1-2 RV60)

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