Enojados con Dios, pero… ¿con qué dios?

Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com

Hace unos años atrás a poco de habernos casado, pasamos por una de las más difíciles pruebas de nuestras vidas. Esperábamos un bebé, y un día ya no hubo más bebé que esperar. Tenía un trabajo que no prometía demasiado, pero la paga era puntual y era buena. Un súbito cambio en las finanzas del país obligó a todas las entidades bancarias y financieras a reestructurarse… ya no hubo más trabajo para mí. Un amado hermano en el Señor, muy cercano a la familia supo que disponíamos de algo de dinero, producto de la indemnización por el despido y aprovechó para proponernos “invertir” en su negocio. Un buen día cerró su negocio y se fue a vivir a otro lugar. Fuimos embaucados. Ya no hubo más dinero. Asistíamos con mi joven esposa a una pequeña iglesia, que tampoco prometía mucho, pero de la que nos sentíamos parte de ella y en la que, en alguna medida estábamos contenidos… Un penoso evento ajeno a nuestras vidas y circunstancias hizo que un día nos viéramos alejados de aquella comunidad. Si la contención espiritual que recibíamos allí resultaba ser precaria, ahora era completamente nula. Toda mi nueva y prometedora vida de recién casado se derrumbaba estrepitosamente ante mí en tan sólo un par de meses y sin que pudiera hacer absolutamente nada para remediarlo.

Con mi esposa orábamos mucho, intercedíamos por otras personas… hasta esos días. Se terminó la intercesión, se acabaron las oraciones, se secó nuestro pequeño oasis de vida. El prometedor y esperanzador amanecer de nuestras vidas de ayer, hoy era penumbras, con más sombras que luces, donde las tinieblas habían avanzado por sobre la luz y la esperanza.

James Dobson, nos habla en su libro “Cuando lo que Dios hace no tiene sentido”, de un camionero que conducía por un camino sinuoso al borde de un precipicio. Súbitamente al llegar a una curva, perdió el dominio del pesado vehículo y éste se desbarrancó por la ladera incendiándose en el fondo del despeñadero. El conductor, que entre los tumbos del camión había salido despedido por los aires había quedado milagrosamente agarrado de un arbusto al borde del barranco. Viendo flaquear sus fuerzas y ante la inminente caída, suplicaba entonces desesperadamente a Dios que lo ayudara. ¡Y el Señor se presentó!

-¿Qué quieres? Preguntó. (Como si no supiera lo que el hombre en una situación límite al borde de la muerte necesitaba).

-¡Que me salves! Gritó.

-Bien, lo haré; respondó. -Debes soltarte de la rama, agregó.

Con gran temor, el hombre miró hacia abajo y no había más nada a qué aferrarse. Entonces, en medio de su desesperación, gritó:

-¿Hay alguien más que me ayude?

No puedo menos que sentirme profundamente identificado con esta situación. Si Dios no te da exactamente lo que estimas necesario para tu vida o acata tus sabias “sugerencias” para proveer para tu situación… entonces te permites dudar, buscar algo más de dónde agarrarte, buscar a alguien más que te ayude. Al principio, cuando comenzamos a ver desmoronarse nuestro lindo mundito que habíamos construido, pedimos oración a nuestros hermanos. Pero las cosas iban de mal en peor, por lo que les tuve que decir que “gracias por sus oraciones, pero ¡por favor, ya no sigan orando más por nosotros!” Y es que puedes tener un millón de orantes intercediendo por ti según lo que les dijiste que necesitas y quieres, pero de nada va a servir si Dios tiene otros tiempos y otros planes para ti.

A los cristianos no les gusta hablar de estas cosas, bien lo sé. Pero hoy puedo hablar de esto. Cuando estas cosas ocurrieron, no podía. Por ello, eres privilegiado al poder leer esto hoy. Nosotros no tuvimos en ese momento la contención ni la guía espiritual para conocer estas cosas.

Nos enojamos con Dios y durante cinco años en el valle del dolor, el silencio y las lágrimas no hubo en casa ni una sola oración de gracias ni una súplica. Todo el tiempo mirando hacia abajo buscando desesperadamente una piedra, otro arbusto para no caer, o alguien más que pudiera sacarnos de la terrible situación en la que nos encontrábamos “gracias a Dios”.

Pero… ¿qué dios? (a propósito, “dios” con minúscula)

Es que habíamos sido formados en un ambiente en el que las polaridades y los extremismos con pretensiones de “fundamentalismo” nos habían presentado un dios que no es el “DIOS VIVO Y VERDADERO” que nos presenta la Biblia.

Hoy, la iglesia en donde me congrego, está preparando misioneros para enviar a Uganda, Africa. Misión de amor, gracia, paz, salvación; vida donde reina la muerte, sanidad para las almas heridas. Cuando estas cosas nos pasaron, se nos enseñaba que esos pueblos habían sido condenados por Dios.

Enojados con Dios… ¿pero con qué dios? Y es que muchas veces sin saberlo nos hallamos haciendo una imagen de un dios que no es Dios.

Hoy no puedo menos que dar las gracias a mi Dios por lo que tuvimos que pasar. Hay heridas que aún sangran a pesar del tiempo transcurrido. No puedo decir que lo hemos entendido, comprendido todo; pero si algo bueno ocurrió de todo esto, es que literalmente tuvimos que “desprogramarnos”, borrar y poner en blanco mentes y espíritus, para permitirle a Dios escribir El sobre las páginas de nuestras vidas. Tirar abajo todo lo mal construido para comenzar de nuevo sobre nuevas y mejores bases. Sobre la Roca viva y Verdadera que es Cristo Jesús.

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
(Mateo 7:24-25 RV60)

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