Relaciones rotas
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
A mediados del año 2000, fui convocado por una iglesia para
realizar la multimedia de una presentación de Navidad. Después de meses de
arduo trabajo, llegó el momento y esa semana de Navidad, regresó mi hermano
Arnaldo (*) con su familia desde EUA. En los ’80 habíamos tenido algunos cruces
y problemas entre nosotros en otra iglesia, sin embargo Nuestro Amado Dios
quiso que esa tarde a pesar del tiempo y la distancia, nos volviéramos a encontrar
en ese lugar. Luego de los saludos y pasado el momento del reencuentro, mi
amado hermano no pudo con su genio y con diplomacia y sutileza, me pasó
factura. En mi país, decimos “pasar factura” cuando alguien hace mención de
alguna clase de “deuda”, que generalmente no se trata de dinero sino de alguna
situación, perjuicio, agravio, cruce, entredicho u ofensa pasada, sin resolver.
Bien es cierto que durante mis épocas de juventud fui un
joven impulsivo y arrogante. Hice mucho daño y dejé a mucha gente en el camino,
por lo que si aún hoy en día hay alguien de aquella lejana época, quien cree
que le debo una disculpa, no sé si es así en todos los casos, pero seguro que
razones tiene. Yo ya no recordaba los pormenores ni los detalles por los que
habíamos tenido cruces y diferencias. Pero mi amado hermano al parecer no se
había olvidado. Después de aquella ocasión retornó a EUA con su familia. Tal
vez hubo un par de mail en las siguientes semanas, pero nada más que eso. Hace
quince años que no he vuelto a saber más nada de él.
No soy distinto de él, sólo trato de ponerle visión a la
ceguera y mirar por sobre el horizonte. El damnificado necesita perdonar a su
agresor, pero el ofensor no sólo necesita ser perdonado por quien recibió el
perjuicio, sino también aprender a perdonarse a sí mismo. Esto último lo sé por
experiencia propia. Ya hace tiempo que aprendí que amasar el dolor de las
ofensas, luchar contra él, negarlo o rechazarlo, no es perdón. Aceptarlo,
asumirlo y preguntar con sinceridad cómo se sale de eso no sólo es más sabio,
sino también el principio del camino hacia la liberación (Juan 8:32). Aquí no
hay víctimas ni victimarios. Hay corazones rotos de ambas partes y no es cosa
sencilla reparar un corazón roto.
Hace un par de meses emprendí un “plan de reparación de
cosas rotas” en casa. El año pasado se averió el monitor de mi equipo con el
que trabajo en mi ministerio y durante meses estuve trabajando incómodo con un
enorme monitor de auxilio y de inferior calidad de imagen. El resto de la casa
no estaba muy distinto de esto. Hubo electrodomésticos y cosas que se fueron
rompiendo y a medida que se deterioraban, simplemente dejaban de usarse. Más
allá del desánimo y del fastidio que las roturas me causaban, tardé en
descubrir que mi vida y la de mi familia no estaba muy lejos de esa situación. Las
relaciones que se habían estado deteriorando simplemente “dejaban de usarse” sin
que hiciéramos absolutamente nada para intentar repararlas.
Hoy las cosas rotas se están reparando. Lo que supe y pude reparar
por mis propios medios, lo hice yo. Pero hay cosas con las que no pude. Hubo
que llevárselas a los que saben y ello también requirió de un esfuerzo. Reconocer
en primer lugar que no puedo por mis propios medios; luego hacerme el tiempo,
dejar de hacer las cosas que me gustan para llevarlo, pagar al servicio técnico
–lo que no es poca cosa, por cierto– pero fundamentalmente CONFIAR en quien lo va
a hacer. El simple hecho de dejar en manos de un desconocido algo que me costó
un gran esfuerzo obtener, ya me resulta una situación difícil de digerir.
Pero a medida que los aparatos retornaban a casa como nuevos
y volvíamos a disfrutar de los beneficios de las cosas que con tanto esfuerzo y
para nuestro bienestar habíamos adquirido alguna vez, fuimos dando las gracias
a Dios, pero también fue nuestra oración: “Gracias Señor por habernos permitido
y dado los medios para reparar tal cosa, pero también rogamos que nos ayudes a
reparar las relaciones rotas”.
Así es con todo. Podemos vivir años amasando la angustia,
mordiendo el dolor de una relación rota mientras decimos “mañana lo haré” y
pasan muchos “mañana” sin que se haga absolutamente nada. No es cosa fácil ni
sencilla muchas veces, reconocer que de esto no salimos solos ni por nuestros
propios medios; consultar, exteriorizar, sino fundamentalmente CONFIAR el
problema ante otro.
No quiero encontrarme de nuevo con mi hermano y recibir otro
“pase de factura”. Más bien es el deseo de mi corazón y oración, por sanidad y
restauración, por que podamos reparar esas relaciones rotas y volver a
disfrutar de ellas como cuando eran nuevas.
Los
que temen al Señor, confíen en él;
él es su ayuda y su escudo.
(Salmos 115:11 NVI)
(*) Se ha sustituido el nombre real por uno ficticio.
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