Con las alas del Espíritu



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni se sentó en silla de burladores; antes en la ley del SEÑOR es su voluntad, y en su ley pensará de día y de noche. Y será como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo; y su hoja no cae, y todo lo que hace, prosperará.
(Salmos 1:1-3 RV2000)

Unas cuantas veces he tenido la oportunidad de leer estas sabias palabras escritas en el primer Salmo de la Biblia. Sin embargo, una y otra vez la misma reflexión vuelve a mi mente, invade la quietud de mi corazón: ¿qué pasa con mi vida? No siempre parece ser así. Hay quienes presentan la vida cristiana como nada más que bendiciones, prosperidad y victoria tras victoria. No parece haber lugar para el dolor, el fracaso, la tristeza, la soledad, aun cuando la realidad muestra a las claras que hay cristianos que lo sufren.

No tengo empacho en declarar pública y abiertamente esto. Muchas veces nuestra vida más se parece a la fría noche de un desierto que a la de aquel que todo lo que toca, prospera. Honestamente aún no encuentro la “receta” para que esto sea así.

Los cristianos, como cualquier “hijo de vecino” hemos sido liberados de culpa y todo nos ha sido perdonado mediante el cruento sacrificio de Nuestro Amado Señor en la cruz. No obstante ello, mientras estemos transitando por esta vida y en este mundo, hasta que todas las cosas corruptibles finalmente sean transformadas en incorruptibles (I Cor. 15:53 y 54), estamos bajo la influencia de la naturaleza caída y corrupta heredada de nuestro padre Adán. Absolutamente nada en las Escrituras nos garantiza que esto no sea así.

Los cristianos luchamos contra el temor. ¿Quién dijo que no tenemos temor en el corazón?. Los cristianos sufrimos angustias con una situación familiar, laboral o un hijo enfermo. ¿Quién dijo que los cristianos tenemos prohibido sufrir angustias?. Los cristianos tenemos dudas en lo profundo del corazón. Y muchas veces, la duda aliada al temor suelen hacer estragos en nuestras vidas. ¿Quién dijo que no tenemos dudas y que por tener dudas somos malos cristianos?. Y finalmente: los cristianos muchas veces abrigamos rencores y terribles resentimientos en lo profundo del corazón.

Obviamente, todas estas cosas pintan un cuadro verdaderamente desolador, muy lejos de ese árbol plantado junto a las corrientes que no sabe otra cosa que prosperar y dar fruto y más fruto. Pues, bien: me presento. ¡Ese soy yo!

El hecho de haber profesado una fe no nos exime de nuestra humanidad, no nos hace mejores personas que el prójimo. La única diferencia que existe no es mérito nuestro, no la hicimos nosotros: la hizo Nuestro amado Señor al ofrecernos su perdón desde la cruz del Calvario.

Muchas veces el devenir de pensamientos y sentimientos que fluyen en la mente y en el corazón me hace pensar en un intrincado laberinto del que difícilmente, en nuestra humanidad, estemos en condiciones de escapar.

Cuando era un niño, no había televisor en casa. Muy pocos en ese entonces, estaban en condiciones de tener uno, y nosotros no formábamos parte de ese grupo. Pero en cambio, me apasionaba leer. “-Hasta a un papel en blanco le encuentra qué leer” decía mi madre. Y era más o menos así. Entre los ocho y los trece años leí una parte de la Biblia, artículos científicos, novelas y mitología griega; además de historietas y cómics. Entre todas las cosas que leí, el Laberinto del palacio de Cnossos, Creta, cautivó poderosamente mi atención. A tal punto que hoy ya en la adultez avanzada, no puedo dejar de pensar en él y relacionarlo con mi propia vida. Construído por el artesano Dédalo para encerrar al terrible Minotauro, ser con cuerpo de toro y cabeza de hombre. Finalmente, en el relato mitológico, Dédalo terminó encerrado en el laberinto junto a su hijo Icarus. La única forma de escapar del laberinto y de las terribles fauces del Minotauro era salir por arriba… volando.

Y el único modo de emerger victoriosos del gran laberinto de la vida no es recorriéndolo palmo a palmo, ni teniendo el mapa. Es por arriba, volando.

Podrás vivir toda una vida lamentándote por qué las cosas no fueron mejor, sintiéndote culpable por las malas decisiones que tomaste, o porqué no te fue tan bien como a otros... o podrás volar asido de las alas del Espíritu de Dios más allá de hombres y circunstancias… y aún más allá de tus propios pensamientos y sentimientos.

“No hay nada que yo pueda hacer para que Dios me ame más de lo que me ama. No hay nada que yo haya hecho para que Dios me ame menos” (Philip Yancey).

… los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas;  levantarán alas como las águilas;  correrán,  y no se cansarán;  caminarán,  y no se fatigarán.
(Isaías 40:31 RV60)

Jehová es mi fortaleza y mi escudo; 
En él confió mi corazón,  y fui ayudado, 
Por lo que se gozó mi corazón, 
Y con mi cántico le alabaré.
(Salmos 28:7 RV60)


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