Seré yo, Señor?



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


Y mientras comían,  dijo:  De cierto os digo,  que uno de vosotros me va a entregar. Y entristecidos en gran manera,  comenzó cada uno de ellos a decirle:  ¿Soy yo,  Señor?
(Mateo 26:21-22 RV60)

Mientras comían la Pascua, Jesús hizo un insólito anuncio a sus amados discípulos: “uno de ustedes me va a entregar” les dijo. Difícil imaginarse la situación y el impacto. ¡Iban a celebrar la Pascua y su Maestro les viene con semejante anuncio! Entonces, cada uno de ellos, adolorido, apenado, pero por sobre todas las cosas, tocado en la fibra más íntima de su corazón comenzó a preguntar con sinceridad: “¿Soy yo,  Señor?”. Muchas veces la situación inmediatamente posterior con Judas, y los siguientes eventos eclipsan nuestra atención sobre este momento en particular. Y es que si tienes un corazón sincero delante de Dios, aunque te sientas muy firme en la fe y tus decisiones hayan sido drásticas y radicales respecto de tu camino a seguir en pos de El, en lo más íntimo de tu corazón conoces y reconoces tu naturaleza humana caída y sabes que puedes fallar (I Corintios 10:12).

Esta situación unánime de parte de los once; más la actitud de Judas, que más allá de las interpretaciones, implicancias psicológicas y valores teológicos que podamos hallar, no hace exactamente la misma pregunta, sino parecida; me revela al menos dos actitudes de los discípulos delante del Señor: Confianza y Valentía, sin importar su orden. Sabían que la cabeza de Jesús tenía un precio y que lo que El les anunciaba era muy grave, de trascendencia y consecuencias que ni ellos en ese momento podían ser capaces de anticipar. Podrían haberse formulado esa pregunta con sinceridad, pero en la intimidad de su corazón, sin exteriorizarlo para no quedar mal, tal y como hacemos muchas veces nosotros hoy en día. Sin embargo, y a pesar de las implicancias y la gravedad de lo anunciado, uno a uno tuvieron esa valentía y confianza depositada en Nuestro Señor para decirle con sinceridad y con un corazón contrito y humillado: “¿Seré yo, Señor?”

Conocí a  Cristo como Salvador a fines de 1980. Era entonces muy joven. Han transcurrido ya poco más de treinta años desde aquel momento. Ni yo mismo tengo en claro como hizo para que un alma que ya no tenía proyectos de vida, endurecida por el descrédito, la desconfianza y el dolor abandonara su ateísmo y esa tarde dijera: ¡Sí, Señor. Quiero conocerte!.

Sin embargo, y muy a pesar del tiempo transcurrido, sólo hasta hoy he comenzado a comprender los alcances de esta aparentemente tan simple y sencilla pero verdaderamente titánica declaración: ¿SERÉ YO, SEÑOR? Es que si eres sincero delante de Dios, aunque concientemente sepas y la razón te asista en ello, que no eres culpable en determinada situación, igual te surge la necesidad de planteártelo.

Vienen entonces a mi memoria dos denominadores comunes que estuvieron presentes en aquella tarde de victoria de 1980 y en la escena de los discípulos durante la última cena con Jesús: CONFIANZA y VALENTÍA. Tuve que confiar primeramente en mi interlocutor que me presentaba a Jesús, luego en Jesús. Y como si esto no fuese suficiente, se necesitó una no poca dosis de valentía para atreverse a desnudar este pobre corazón triste, quebrantado y sin esperanzas.

Desde entonces, muchas veces me he hecho las mismas preguntas, la de los once y la del que quedaba. “¿Seré yo Señor”? preguntaron los once con determinación y valentía abandonando su corazón en las manos de su Señor. “¿Soy yo, Maestro”? pregunté muchas veces como Judas, ya teniendo predeterminado en mi corazón exactamente qué es lo que iba a hacer. Como resultado de esta última, son muchas las veces, tal vez demasiadas, tantas que ya he perdido la cuenta; en que estando firmemente persuadido de que hacía lo correcto no he sido otra cosa que causa de tropiezo y dolor para muchos.

Es que “¿Seré yo, Señor?” implícitamente abandona el corazón corrupto, con Fe, Confianza y por sobre todas las cosas con Valentía, en las manos de Jesús para que lo sane y restaure.

Hoy cuando leo alguno de mis propios escritos y los comentarios de gente agradecida por la bendición recibida, al leer la firma al pie del artículo también me pregunto: ¿Seré yo, Señor?

Pero ahora lo hago en la más absoluta de las certezas de que definitivamente, esta vez ¡NO HE SIDO YO, sino Tú, SEÑOR!.

Pero vosotros,  amados,  edificándoos sobre vuestra santísima fe,  orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios,  esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna.
(Judas 1:20-21 RV60)

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