Resultados del pasado
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Recuerdo que cuando era pequeño, mi madre tenía una gran
habilidad para tejer con dos agujas. Pasaba mucho de su tiempo tejiendo y sus
prendas no sólo resultaban abrigadas para los fríos inviernos de esta parte del
planeta, sino también de gran belleza estética y prolijidad en sus
terminaciones. A veces, como no podía comprar lana nueva, destejía alguna
prenda que ya me quedaba chica para tejer una nueva con la lana así recuperada
y reciclada. En alguna oportunidad me tocó ayudarle a desenredar y ovillar alguna
complicada madeja de lana. Rara vez ocurría esto, pero a veces se equivocaba y
cuando recién se daba cuenta de ello, era a la hora de unir dos partes de
tejido terminado que no encajaban o no daban con la medida o forma adecuada. Debía
ponerse, entonces, a destejer las porciones mal hechas y reanudar el tejido
para hacerlo esta vez, bien. No podía terminar de armar una prenda con partes
defectuosas. En ciertas oportunidades, los nudos del tejido estaban muy
apretados o eran demasiado complicados para desarmarse, por lo que no había
otra opción que cortar la lana en ese punto, hacer un pequeño ovillo con el
material hasta donde se pudo extraer y comenzar de nuevo.
En algún sentido, ese lento y a veces, complicado desarrollo
de ir haciendo una bella prenda nudo a nudo, lazada a lazada, motivó la
presente reflexión. Es que nuestra propia vida tiene un extraordinario paralelo
con este proceso. Lentamente desde que nacemos comenzamos a tejer nudo a nudo,
nuestra vida. Absolutamente todo lo que hoy somos es el resultado de decisiones
y actos del pasado. Nuestro futuro será producto de lo que hasta hoy decidimos
y estamos haciendo.
Somos el resultado de nuestras acciones del pasado, pero si
bien una vida se construye paso a paso, no siempre resulta ser una sucesión
lineal de puntos y lazadas. Con frecuencia se parece más bien a una intrincada
madeja de pequeños eventos y decisiones que se van entretejiendo y concatenando
unos con otros. De tal manera que cuando algo sale mal, difícilmente podamos
percatarnos de ello en el momento. Recién cuando los resultados presentes se
pongan en evidencia al confrontarlos con otra de sus partes para poder armar la
prenda es cuando recién podremos percatarnos de los errores cometidos.
Entonces, y sólo entonces, es cuando la realidad golpea con
todo su peso, cuando se perciben las consecuencias de las “licencias”, de los
errores del pasado, cuando se toma conciencia de lo “mal tejido” del pasado.
Como mi amada madre, cuando descubría que alguna de las partes de la prenda que
estaba haciendo estaba mal confeccionada: sólo cuando la confrontaba con otra
parte se daba cuenta de que algo no coincidía, no estaba en donde ni cómo debía
estar.
Cuando algo sale muy mal, con frecuencia esos errores se
ponen en evidencia por sí mismos, su evidencia cae por su propio peso. Pero las
pequeñas desviaciones de rumbo, difícilmente podamos notarlas o darles la
debida importancia si no tenemos a mano los parámetros necesarios para
testearlos. Alguien conocido mío repetía muchas veces un dicho escuchado de su
anciana abuela: “preocúpate de las
pequeñas cosas, que las grandes se cuidan solas” , decía, y parece que
sobradas razones tendría.
Cuando un pequeño cambio de rumbo ocurre en una trayectoria
corta, tal vez las diferencias al final del camino sean despreciables, sin
mayor incidencia en el resultado final. Pero cuando se trata de extensas
trayectorias, de grandes distancias a recorrer, como por ejemplo toda una vida,
una pequeña variación en el curso si no es corregida a tiempo puede ser
suficiente para no arribar a destino.
Son muchas, tantas, que ya he perdido la cuenta a esta
altura del partido, de las veces que he lamentado en esta parte de mi vida el
tiempo perdido, las decisiones mal tomadas, las elecciones mal hechas, los
caminos mal recorridos, los que debí andar y no anduve y los que anduve pero
nunca debí haber puesto un pie en ellos. He tenido alguno que otro éxito en mi
vida, pero la escuela del fracaso me enseñó mucho más que la del éxito.
En unas pocas oportunidades, mi madre trató de “acomodar”
las cargas en el camino y forzar un resultado bueno a partir de partes
defectuosas. Los resultados a la larga o a la corta, fueron siempre exactamente
los mismos: tener que deshacer lo mal hecho y comenzar de nuevo, pero esta vez
sin opciones y a la fuerza.
Así somos. En cierta oportunidad, a poco de habernos casado,
con mi esposa perdimos un hijo en camino, por esos días fui despedido de mi
trabajo en medio de una de las peores crisis económicas y financieras en mi
país y el pastor de la iglesia a la que asistíamos con cuyo soporte y
contención contábamos, debió dejar la iglesia. Vimos desmoronarse en pocos días, todas
nuestras ilusiones y más caras expectativas, junto con la fe y la esperanza. Nos
enojamos con Dios y estuvimos varios años sin congregarnos en ninguna iglesia,
escépticos, alejados y desconfiados de todo y de todos. Pero la terrible
sacudida nos hizo poner la cabeza a pensar de otra manera. A tal punto de
descubrir que ese Dios al que creíamos conocer, en realidad era un Dios que nos
habían presentado conforme a las conveniencias de ciertos intereses, menos el
Dios Vivo y Verdadero que realmente es. Fue durísimo descubrir que el rumbo
elegido era incorrecto, que habíamos “tejido mal” una considerable porción de
nuestras vidas, que había que “desprogramarse”, “destejer” todo y comenzar de
nuevo, y esta vez hacerlo bien.
Nuestro querido Dios es dueño de nuestras vidas y de
nuestros tiempos. De nuestras oportunidades, de esas que torpe y neciamente
dejamos escapar y también de aquellas que apresamos y aún tenemos apretadas en
un puño para ya no soltarlas jamás.
En la medida en que podamos entender y asimilar esto, Nuestro
querido y amado Papá Dios se constituye en el dueño de nuestras victorias, pero
también puede ser hoy el Señor y Soberano de nuestras más negras derrotas, hacer
de tu pasado una importante lección de vida en lugar de sentencia de rendición
y derrota.
De
modo que si alguno está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas. Y todo esto proviene de Dios,
quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;
que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados, y nos encargó a nosotros la
palabra de la reconciliación.
(2 Corintios 5:17-19 RV60)
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