No se ponga el sol sobre vuestro enojo
No se ponga el sol
sobre vuestro enojo
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
En épocas de mi juventud, mi espíritu efervescente e
impulsivo me jugó más de una mala pasada. Recuerdo cierto día que algo me había
molestado de uno de mis amados hermanos y ese día resolví no dirigirle más la palabra. Pero no
pasó mucho tiempo con esta fea actitud de mi parte. Pocos días después, este
hermano querido vino y sin tener razón alguna para ello, me abrazó y con
lágrimas en sus ojos me pidió perdón si en algo me había ofendido. Pero agregó
algo más, y esa fue la estocada de muerte a mi pobre corazón endurecido. “No
sería capaz de hacer nada para ofenderte… ¿Sabes como te quiero?” dijo. Me
sentí pobre, miserable, abatido por lo que había hecho.
Han transcurrido cerca de treinta años desde aquel evento.
Sin embargo hoy lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer, toda vez que es una
de las más formidables lecciones de vida que alguien me ha enseñado. ¡Cuántos
soles se han puesto sobre mis enojos!
Estaba cerca la pascua de los
judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y
halló en el templo a los que vendían bueyes,
ovejas y palomas, y a los
cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían
palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de
mercado.
(Juan 2:13-16 RV60)
Era evidente que Jesús estaba enojado. Y no era para menos. La
Casa de Dios, el Templo de Dios, sitio dedicado a la oración y adoración se
había vuelto punto de reunión de cambistas y comerciantes buscando hacer su
propio negocio.
Pocas
veces en las Escrituras se lo describe a Jesús así. Pero lo cierto es que en
ninguna parte de la Biblia, se dice que el hecho de enojarse, por sí mismo,
constituya pecado.
Y es
que nos ha sido permitido enojarnos, toda vez que de ese enojo, muy lejos de la
ira destructiva y sin control, surja algo bueno. Muchos males de este mundo que
se retuerce entre dolores de muerte podrían ser aliviados, inclusive
completamente sanados con creyentes enojados como Jesús.
En
aquella oportunidad, nuestro amado Señor puso en su lugar a estafadores
religiosos y oportunistas que usaban la casa de Dios para sus negociados.
Focalizó toda esa energía del enojo en reprenderles, esparcirles las monedas y
sacar del medio las cosas que ellos utilizaban, como mesas y sillas y en poner
sus propias cabezas fuera del templo, lugar sagrado dedicado a la oración y a
la adoración.
Los
seres humanos, por la naturaleza heredada de nuestro padre humano Adán, tenemos
tendencia a sucumbir al enojo y la ira. Cuando una de estas emociones se desata,
resulta muy difícil contenerla, controlarla, dominarla; mucho más difícil
lograr que del enojo surja algo bueno. Pero evidentemente es posible, y Nuestro
Amado Señor nos lo demostró estando en su naturaleza humana.
El
enojo puede conducirnos fácilmente al pecado, pero con la ayuda de Dios aún con
el enojo podemos glorificarle con nuestras vidas.
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni
deis lugar al diablo.”
(Efesios 4:26-27 RV60)
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