El "MERVAL" (Mercado de Valores) de Dios



El “MERVAL” (Mercado de Valores) de Dios
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


En un trabajo que tuve, hasta hace unos años atrás, a media mañana me tocaba salir a la calle a realizar los trámites de todas las áreas del Estudio. Es así como hacía algunas tareas relacionadas con mi área específica y luego organizaba el circuito, los tiempos, y coordinaba con jefes y compañeros las gestiones que había que realizar fuera de la oficina.

Es así como entre ir y venir, unas cuantas veces a la semana pasaba por un lugar donde estaba siempre una ancianita sentada en una silla pidiendo limosna. Avanzada en años, con muchas dificultades para caminar y la espalda muy encorvada, sostenía entre sus manos un plato con dos billetes de la denominación más baja, pero nuevos, y pedía con su voz cascada y entrecortada como resultado de los años, pero con una muy especial dulzura.

Un día pasé por el lugar más temprano de lo habitual y ví cómo un hombre de mediana edad ayudaba a la anciana a descender de su auto, bajaba la silla del baúl y la acomodaba prolijamente en el espacio de la vereda donde yo siempre la veía. Más allá del abanico de interpretaciones en pro y en contra que puedan surgir de tal cuadro, debo admitir que la escena me desagradó y decepcionó profundamente. Tal vez pudo tratarse de otra cosa, la verdad es que no conocí la real situación de la mujer ni la de su familia, pero al menos lo que parecía es que tras la dulce ancianita pidiendo dinero en la calle, había alguien más.

Sin embargo, había una voz muy en lo profundo de mi corazón que me decía que no otorgara demasiada importancia ni me molestara en hallarle una interpretación a lo que había visto. Que –sólo en este caso– más allá de todo lo humanamente razonable, ayudara a la ancianita. Es así como un día me acerqué a ella, le dejé un billete de mediano valor y le dije: “-el Señor le bendiga, abuelita”. “-Gracias, gracias, muchas gracias hijito!!! Respondió efusivamente tomándome la mano. Ese día ya no tuve dudas; más allá de la verdadera situación que pudiera haber tras la ancianita, ese dinero ni siquiera se lo estaba dejando a ella. Ese día tuve la absoluta certeza, la convicción de que al Señor se lo entregaba. Y cada vez que pasaba por ese lugar, siempre iba preparado en mi billetera el dinero que había de dejarle a la mujer. No era mucho, pero era bastante más de lo que habitualmente le dejaba la mayor parte de la gente.

Nada tiene que ver esto con los diezmos y las ofrendas que se depositan en la iglesia. Esto es un “extra”, un “añadido”. Lo cierto es que permanecí casi catorce años en ese Estudio, hasta que con mi salud quebrantada tuve que tomar la difícil decisión de irme, de hacer un paréntesis laboral para luego buscar algo más tranquilo y recuperarme. Pero si algo debo decir, es que nunca me faltó el trabajo, la paga puntual cada mes, y aún en períodos cortos sin trabajo, nunca faltó el sustento todo ello aún en las peores crisis económicas por las que ha pasado mi país. Es más, en el transcurso del tiempo llegaron algunas “extras” y por cierto, de donde menos lo esperaba. Y no solamente en dinero o en valores materiales, no tiene por qué ser siempre en términos financieros.

Difícilmente lo que deposité en el plato de esa dulce ancianita, alcance para adquirir acciones en la Bolsa de Valores o para realizar depósitos a plazo fijo en alguna entidad bancaria. Lo cierto es que sin proponérmelo, resultó ser una de las mejores inversiones de mi vida. Dios lo hizo así. Si me hubiera propuesto “negociar” con Dios tendría que haber lamentado pérdidas. Y es que lo que le das al Señor, con un corazón alegre, un espíritu desinteresado, pero por sobre todas las cosas en obediencia,  Dios invariablemente te lo devuelve con abundantes intereses.

Gracias a Dios, el Mercado de Valores de Dios se mueve con valores muy diferentes a los del Mercado de Valores.

Al SEÑOR presta el que da al pobre, y él le dará su paga.
(Proverbios 19:17 RV2000)

Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene las obras? ¿Por ventura esta tal fe le podrá salvar? Y si el hermano o la hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les diereis las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿qué les aprovechará? Así también la fe, si no tuviere las obras, es muerta en sí misma. Mas alguno dirá: Tú tienes la fe, y yo tengo las obras; muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.
(Santiago 2:14-18 RV2000)

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