Carta a los padres que se sienten culpables por sus errores en la crianza

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Este artículo forma parte de la serie: Cartas para los creyentes

Querido padre, querida madre en Cristo:

Te escribo con el corazón cargado de compasión y esperanza. Sé que la crianza de los hijos puede convertirse en una de las tareas más hermosas y, a la vez, más difíciles que el Señor nos ha encomendado. Y también sé que cuando miramos hacia atrás, no siempre nos sentimos orgullosos de todo lo que hicimos o dejamos de hacer.

Tal vez hay palabras que dijiste y que ahora desearías no haber pronunciado. Tal vez hubo silencios cuando debiste hablar, o permisividad cuando debiste corregir. Quizás tus hijos hoy no siguen al Señor, y eso te duele más que cualquier otra cosa. Sientes el peso de tus fallos, y esa carga no te deja descansar.

Permíteme recordarte algo que a veces se olvida en medio de la culpa: Dios conoce tu corazón. Él ha visto tus lágrimas en la soledad, ha escuchado tus oraciones cuando nadie más lo hacía. Él sabe cuánto amas a tus hijos, y también conoce tus limitaciones. Como dice el salmista: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Salmo 51:17)

Quiero animarte a no quedarte atrapado en el pasado. El enemigo quiere que vivas en condenación, recordándote una y otra vez lo que hiciste mal. Pero nuestro Señor es un Dios que perdona, que restaura, que transforma. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” (Romanos 8:1)

Padre o madre, Dios no espera perfección de ti. Él espera humildad. Tal vez aún hay oportunidad para pedir perdón a tus hijos. Tal vez no. Pero siempre hay oportunidad para orar, para interceder, para clamar al Señor por sus vidas. La crianza no termina cuando ellos crecen: se transforma. Y el Dios que escucha oraciones puede obrar aún en los corazones más lejanos.

Te animo también a que seas ejemplo de arrepentimiento. No subestimes el poder de decir: “Me equivoqué. Perdóname. Estoy aprendiendo también.” Tus hijos no necesitan padres sin errores, necesitan padres que dependan de Dios.

No estás solo. No estás sola. Muchos padres han fallado, pero en manos de Dios, aún los errores pueden ser parte del testimonio que Él usa para mostrar Su gracia. Y si sientes que todo está perdido, escucha esta promesa: “Y restauraré los años que comió la langosta…” (Joel 2:25)

El Señor es especialista en restaurar lo que parecía imposible. Confía en Él, entrégale tu corazón quebrantado y tus recuerdos dolorosos. Que esta culpa que hoy pesa en tu alma se convierta en oración, en intercesión, en renovación.

Dios no ha terminado contigo como padre o madre. Él sigue escribiendo la historia de tu familia.

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