SEÑOR... ¡TENGO MIEDO!
Épocas de incertidumbre, de angustia, de preocupación.
Las malas noticias se multiplican y desalientan hasta al cristiano mejor
parado. Hoy nadie está en condiciones de decir con absoluta sinceridad, que en
algún momento no sintió temor de salir a la calle, o que no tuvo miedo de
entrar a cierto lugar ante la posibilidad de sufrir un contagio, o inclusive,
temor de perder a un ser amado. Vivimos una pandemia de las muy pocas veces vistas
en la historia de la humanidad, de tal magnitud, que literalmente paró el planeta.
Y el pueblo cristiano, como habitante –mas no como ciudadano– del mundo
(Filipenses 3:20), no se encuentra ajeno ni excluido de semejante situación.
Hay quienes otrora cantaban fervorosamente en medio de
sus congregaciones y hoy están asustados, llenos de temor al percibir las heladas
alas de la muerte tan cerca. Hay quienes sin llegar a extremos, manifiestan
profunda preocupación y temor ante las circunstancias. Y quienes exacerban la
observación de los protocolos de cuidado y prevención hasta el límite con lo
obsesivo. Sin importar a qué grupo pertenecen, lo cierto es que hay un común
denominador entre ellos: CULPA. Por no tener más fe, por carecer de suficiente
confianza en Dios... por tener miedo.
¿ESTÁ BIEN ESTO?
Como seres humanos inmersos en esta naturaleza caída
heredada de nuestro padre natural Adán, tenemos emociones. Nos acompañan desde
el primer minuto del nacimiento hasta el último segundo de nuestro tránsito por
este mundo. Sentimos amor, gozo, felicidad, culpa, ira, decepción… y también
miedo. Y Dios lo sabe. El temor, la desesperación, surgen cuando perdemos el
control de las circunstancias a nuestro alrededor y percibimos la falsa
sensación de que Dios no está en control de todo. Las emociones –entre ellas el
temor– son poderosas y muy reales para quien las experimenta, además de ser indicadores de lo que sucede en lo íntimo de
nuestros corazones.
¿Acaso no nos creó Dios a SU imagen y SU semejanza? En
diversas partes de las Escrituras encontramos
a un Dios con ira, o compadeciéndose de las multitudes sin pastor, o feliz por
un logro de su amado pueblo. Ira, amor, felicidad, acaso no son EMOCIONES? Pues,
bien: el miedo es una de ellas. Dios en
su Eterna Sabiduría, tuvo a bien EQUIPARNOS CON MIEDO. El miedo nos paraliza y
nos hace fijar toda nuestra atención en el desencadenante, perdiendo de vista
el derredor, como por ejemplo, que nuestro amado Papá Dios está en control absolutamente
de todo. Pero también el temor nos hace huir de una situación que pueda poner
en peligro nuestra integridad física, inclusive la propia vida, nos facilitará
la aparición de conductas defensivas, o nos
ayudará a aplazar una elección que podría tener drásticas consecuencias futuras.
Tener miedo no es malo en sí mismo. Lo que debemos tener
especial cuidado, es NO TENER MIEDO AL MIEDO. Rechazarlo o inclusive pretender ignorarlo
no es saludable. Admitirlo con sinceridad delante de Dios y no permitir que nos
domine, sí está bueno.
¿Y QUÉ HAGO CON EL
TEMOR?
Dicho esto, es importante que aprendamos acerca del
manejo de las emociones, en lugar de permitir que nuestras emociones nos
manejen a nosotros, entre ellas, el miedo. Alguien dijo que generalmente somos
muy malos pronosticadores. Una determinada circunstancia adversa nos parece que
crecerá y que se prolongará indefinidamente en el tiempo. Cuando la inmensa
mayoría de las veces no es así.
La biblia nos enseña que debemos ser controlados por el
Espíritu Santo (1ra. Pedro 5:6-11), no por nuestras emociones. Por lo cual, si
reconocemos con sinceridad delante de Dios nuestros más profundos temores, y
los presentamos confiadamente ante Él, podremos permitirle a Dios que haga Su gran
obra en nosotros.
Compartir con sinceridad nuestros sentimientos con otras
personas de confianza, pero también de
probada integridad, resulta ser muy útil para aprender este arduo camino. Después
de todo, la vida cristiana es un rebaño, no está diseñada para transitarla en
solitario. La ovejita que se queda sola es presa fácil del lobo. Metida dentro
del rebaño está cuidada por el Buen Pastor, Aquél que da su vida por las ovejas
(Juan 10:11).-
Y finalmente, una actitud agradecida por la capacidad de
sentir temor y una actitud de querer aprender a administrar nuestras emociones
como un don de Él, ayuda mucho. Para ello debemos aprender más no sólo acerca
de nosotros mismos, sino también más de Dios y de nuestro caminar con Dios. La
Biblia enseña que somos transformados por la renovación de nuestras mentes
(Romanos 12:1-2) y el poder del Espíritu Santo, el que produce en nosotros dominio
propio (Gálatas 5:22-23).
Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
I Tesalonicenses 4:18
Imagen: little-boy-1635065_by ambermb https://pixabay.com
Así es estimado Luis. Que alce la mano quien no haya sentido miedo alguna vez? Pero el temor como parte de nuestra naturaleza caída, podría ser de ayuda si es que lo usamos como un dispositivo para mantener a raya la imprudencia. Mas, si dejamos que el temor arribe a los límites de lo irracional, es letal, porque amenazaría seriamente nuestra fe. " Y sin fe es imposible agradar a Dios" (Hebreos 11:6)
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