Ciclo "Lo dice en serio"-Jueces condenadores o ayudantes honestos?
Ciclo: “Lo dice
en serio”
¿Jueces condenadores o ayudadores honestos?
Mensaje compartido por Josué
Blasco el 04/02/2018
Iglesia Cristiana Evangélica “Sígueme”
España 155
Godoy Cruz Mendoza Argentina
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Introducción
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Introducción
Una de las cosas
que con Eli admirábamos en Guatemala eran
los centros comerciales. Son realmente imponentes, llenos de
tecnología y lujo. Sin embargo, algo que nos llamaba poderosamente la atención
es el tipo de publicidad que exhibían las casas de grandes marcas internacionales. Por lo general
las personas de las publicidades eran rubias, delgadas, altas, de ojos claros.
Sin embargo, el guatemalteco (y el latino)
promedio no tiene
ninguna de estas
características
físicas. Entonces, ¿por
qué la publicidad exhibía “modelos” que no son modelos
de la sociedad promedio?
Parece ser que
los estereotipos son más importantes que la realidad misma.
Lectura Lc. 6:37-42
En el primer
versículo de esta sección Jesús
da un mandato claro a quienes quieren
ser sus discípulos: No juzguen, no condenen y perdonen. Pero ¿qué significa esto?
·
¿No tenemos que juzgar
el pecado dentro
de la iglesia? Pablo nos llama a ejercer un juicio sabio
frente a quienes
están decididos a perseverar en su pecado
(1Co. 5:12). Hoy la iglesia Católica Romana está enfrentando el juicio de la sociedad por ocultar los abusos sexuales cometidos por los obispos
del Próvolo. Las autoridades eclesiásticas, sabiendo esto,
ocultaron el tema,
defendieron a los abusadores y se convirtieron en cómplices del pecado.
Aunque el juicio
de la sociedad es duro,
el juicio de Dios será mucho mayor.
·
¿No tenemos
que juzgar las injusticias como
los abusos físicos, psicológicos, de poder, económicos? Hoy muchas iglesias evangélicas están acusadas de estafa por
hacer promesas
de prosperidad a sus fieles.
No es a este
tipo de casos a los que el pasaje se refiere.
Para comprender lo que implica
en este pasaje
el juzgar debemos
conocer el contexto social del mundo mediterráneo en el primer
siglo. La sociedad de ese entonces
basaba sus relaciones en un esquema de “honor-vergüenza”. Esto
significa que había
cosas que hacían
a alguien honorable, es decir, que le daba una buena
reputación ante los demás, y otras cosas que hacían a una persona menos
honorable, cosas que podían ser vergonzosas para algunos.
Por ejemplo, el dinero daba
un buen estatus, también el ser un conocedor de la ley como los fariseos, el ser hombre,
el ser de Jerusalén, etc.
Otras como el ser enfermo,
pobre, mujer, galileo, cobrador de impuestos eran
poco honorables y hasta vergonzosas. Tener un estatus
de honor elevado ante la sociedad era lo más deseable. Este estatus determinaba la forma en la
que las personas se relacionaban con otros, es decir, con quién se juntaban, con quiénes no y
cómo lo hacían. Con quién
comían, con quién
se casaban, cómo
debían comportarse, etc.
Por eso, en este
pasaje el juzgar
está íntimamente relacionado a los estereotipos. Las etiquetas que se le ponen
a la gente. Algunas descripciones como pecador, recaudador de impuestos, mujer de la calle,
hijo de artesano
son designaciones directas
que encasillan describiendo y determinando a la vez su estatus y honor. Además,
esta etiqueta proporciona a los otros
un guion que les indica cómo relacionarse con ellos.
Leyendo los
evangelios podemos ver
a Jesús rompiendo con esta dinámica social muy a menudo. Se acerca a una mujer
que además es samaritana, come
con pecadores y publicanos,
toca a un leproso, se acerca a los enfermos, etc. Pero en este pasaje
Jesús lo pone
como norma
para sus discípulos. No juzguen y no se les juzgará,
no condenen y no se les condenará, perdonen y se les perdonará. Podríamos parafrasearlo diciendo: No pongan etiquetas a la gente
según los valores
de este mundo,
no se apresuren a sacar
conclusiones, sino más
bien tengan una actitud perdonadora que libere a las personas
de las cargas
que la sociedad impone.
En la época de Jesús muchos
maestros religiosos se guiaban por este esquema
de honor- vergüenza
sobreestimando a algunos y menospreciando a otros. Por eso se escandalizan
cuando Jesús come con pecadores y publicanos (Mc. 2:16).
Este tipo de maestros terminan siendo ciegos que pretenden guiar a otros
ciegos ya que todos tenemos
imperfecciones. Jesús es un maestro diferente, sin embargo, sus discípulos no llegarán a ser superior a él. Entonces, si Jesús
no juzga en este sentido
a las personas por su estatus de honor, mucho
menos los discípulos. Ellos
deben imitar a Jesús en el trato
a los demás.
Todos somos imperfectos, no hay nadie
que pueda ser
considerado justo o perfecto según los principios de Dios.
Por eso, como discípulos de Jesús, para
ayudar a otros
debemos ser conscientes de nuestras propias
imperfecciones y debilidades. No imponerle a la gente
una etiqueta basada en nuestro juicio hipócrita.
Más bien debemos trabajar en nuestras debilidades para poder ayudar y guiar a
otros a crecer, ya no mediante los valores y parámetros de la sociedad, sino más bien de acuerdo
a los parámetros y valores
de Dios.
Una actitud evidente de este principio es dar generosamente a los necesitados (v. 38). En una
sociedad que se relaciona bajo
estos criterios de “honor”, el dar a un necesitado, que se encuentra en una escala menor
de honor (por decirlo de alguna manera)
es una ilustración práctica de haber entendido claramente el mensaje
de Jesús. Por eso el joven rico
se fue muy triste cuando Jesús
le dijo que vendiera todo
y se lo diera a los pobres.
Para dárselo a los
pobres debía “perder” su estatus
de honor y acercarse a ellos. Pero,
además, el perder
sus bienes, le haría
perder también ese
estatus al que se aferraba
(Mt. 19:22).
Pensando en este modelo
de sociedad basado
en el honor y la vergüenza, ¿Cómo
vemos a nuestra
sociedad mendocina? Y ¿cómo vemos
a nuestra iglesia?
·
¿Por qué un padre
le dice a su hijo:
“Estudiá para que seas alguien
en la vida”?
·
¿Por qué se le dice a un adolescente: “No vas a conseguir trabajo
hasta que te cortés ese pelo y te saqués
esos aros”?
·
¿Por qué una madre
soltera tiene miedo
de volver a la iglesia?
Quizá el honor
no sea un factor tan
determinante en nuestra
sociedad como lo era para
el mundo mediterráneo. Sin embargo, sigue habiendo factores
que determinan cierto
estatus de honor ante
la mayoría de las personas dentro y fuera
de la iglesia. Por ejemplo: el tener un estudio universitario, el tener
un buen trabajo, el tener el último celular, el tener un auto
nuevo, nuestra forma
de vestir, ser lindo/a (léase
tener un físico
aprobado por la sociedad), a veces
el estar involucrado en muchos ministerios dentro de la iglesia, o ser hijo
de algún pastor, o predicador reconocido, etc. En definitiva, nuestra
mente tiende a formar conceptos
o juicios sobre otros
de manera anticipada distorsionando la realidad. En otras palabras, aunque la gente sea un poco
más inclusiva que la del tiempo de Jesús, nosotros, como sociedad y como
iglesia muchas veces basamos nuestras relaciones en nuestros propios
prejuicios. A veces de forma
consciente y otras de forma
inconsciente.
¿Qué hacemos con los prejuicios?
1.
Debemos
cambiar los prejuicios por gracia
En el primer versículo de nuestro estudio, Jesús llama a sus discípulos a romper con este esquema
de Honor-Vergüenza. Este llamado pone
en evidencia nuestros propios prejuicios y nos desafía
a poner la gracia como
norma sobre las relaciones. Jesús
llama a sus discípulos a no juzgar,
no condenar y perdonar como
evidencia de su discipulado. Nosotros hemos recibido gracia, por
lo tanto, debemos
actuar con gracia.
Sin embargo, esta
decisión de reemplazar el prejuicio por la gracia
no debe quedar
en un plano íntimo o espiritual, sino
que se nos llama
a la acción. Den y se les
dará. Dar implica
hacerse más pobre.
¿Quién en una sociedad que sobre estima
el tener dinero
como algo muy
honroso será capaz
de auto deshonrarse dando de su dinero
a los pobres? Sin embargo, Jesús dice que con la medida que demos a otros se nos dará a nosotros. No esperemos grandes
cosas de parte
de Dios para nuestra vida o nuestra
iglesia hasta que
no cambiemos los prejuicios sociales
por gracia.
¿Hasta
dónde estamos dispuestos a comprometer nuestro
propio “honor” para
dar a conocer a Jesús?
¿Será que muchos no vienen a la iglesia
porque no les interesa acercarse a Dios? ¿O será que
no vienen porque
en la iglesia son más criticados y menos ayudados?
Algunos dicen
“ellos no vienen
porque saben que en la iglesia tienen
que confrontarse con su pecado”.
Sin embargo, muchas
veces trasladamos esos prejuicios sociales a las relaciones en la iglesia,
y el juicio ya no tiene que ver con
el pecado, sino
con parámetros sociales. Supongamos que llega a la iglesia
el gobernador de la provincia y también una prostituta. ¿Quién
crees que recibiría más saludos o sería más aceptado? ¿Por
qué? ¿Será que alguno es menos pecador
que otro?
2.
Debemos ser conscientes de que somos
discípulos de Jesús
No debe ser la sociedad la que nos diga cómo
relacionarnos con quienes
necesitan a Jesús. La norma que determina cómo
relacionarnos con los demás es Jesús mismo.
En este sentido, Jesús es muy controversial para la sociedad
de su época. Deja que una mujer pecadora se acerque a él y lo unja,
se acerca a endemoniados, leprosos
y otros enfermos
y los toca, pone
como ejemplo de la ley “amarás a tu prójimo
como a ti mismo” a un samaritano, relata que un rico
fue al infierno, mientras que Lázaro,
un mendigo fue al cielo,
etc. Si somos discípulos de Jesús debemos
seguir el ejemplo
del maestro.
Jesús les recuerda
a sus discípulos que hay otros maestros
que se guían
por este esquema de honor-vergüenza, pero en definitiva son como ciegos
guiando a otros
ciegos y terminarán cayendo
ambos en un pozo. Nuestra
sociedad hoy levanta
maestros o modelos
de honor o estatus.
Son celebridades que
parecen tener una
vida perfecta. Los medios de comunicación hacen que las veamos como si ellos
tuvieran todo lo que uno quisiera tener.
Parecen
ser inalcanzables. Pero
en el fondo sus vidas
están caracterizadas por la soledad,
la codicia, la apatía,
la falta de afecto, los
vicios, etc. La publicidad y los medios
los han convertido en un producto
de consumo.
Por eso, como iglesia, debemos a cercarnos a los marginados, a los desprotegidos, a los que son visto
en menos por la sociedad. Pobres, extranjeros, personas
con problemas de adicción, ancianos, enfermos, etc.
“A los pies de
la cruz todos somos iguales” Karl Barth.
“ya no hay judío
ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre”
Si queremos ser luz,
debemos relacionarnos bajo parámetros que liberen, que acompañen, que transformen y que guíen
a Jesús.
3.
Debemos reconocer nuestras propias debilidades
En el afán de querer
“guiar” y “salvar”
a otros corremos el riesgo de olvidar nuestras propias debilidades. Aunque seamos discípulos de Jesús, somos imperfectos
y pecadores. Dice Ro. 3:10
“no hay nadie
que sea justo.”
Así mismo, dice
la Palabra “Dios
resiste a los soberbios y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6).
He conocido a muchos
cristianos afiladísimos en señalar los pecados y las debilidades de otros. Sin embargo,
cuando uno llega
a conocerlos más en profundidad, se da cuenta
de que en realidad
esa actitud acusante
termina siendo un recurso distractor para que la gente
ponga la atención
en otros y no en él y sus propios
pecados y debilidades.
Ejemplo de profe
A. Perdomo
Conclusión
A nuestro alrededor hay personas dolidas,
que sufren por
los estereotipos que
la sociedad les impone. Algunos
tienen más recurso
que otros para
seguir con sus vidas a pesar
de. Sin embargo, en mayor
o menor medida,
todos somos víctimas
de los prejuicios. ¿Cómo vamos a responder a este principio que Jesús impone?
Lo que me hace honorable ante Dios es la forma en la que he sabido compartir la gracia que he recibido. Pero no es por mis
méritos, sino por mérito
de Jesús. Él es verdaderamente digno de honor.
Nosotros solo estamos llamados a extender
esa gracia y misericordia a otros. La iglesia debería
ser el primer
lugar a donde las personas busquen
refugio, misericordia, amor,
comprensión y sean
guiados a la gracia de Cristo.
Esto no quiere decir que vamos a predicar un evangelio
light. Debemos seguir reconociendo el pecado de nuestra iglesia
y acusar las injusticias de la sociedad. Sin embargo,
debemos rechazar los estereotipos que la sociedad
impone y extender
gracia, misericordia y perdón a todos.
¿Queremos que la sociedad
nos vea como
jueces condenadores o como ayudadores honestos?
Imagen: https://stocksnap.io Todos los derechos reservados.
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