El monito
El “monito”
Por: Luis Caccia Guerra para http://www.devocionaldiario.com
Nadie recuerda con certeza de dónde
vino ni mucho menos el momento exacto en que el “monito” comenzó
a ser parte de la vida de nuestra hija, y por lo tanto de nuestra
familia. El “monito” es nada más ni nada menos que un pequeño
peluche que tampoco se sabe a ciencia cierta qué clase de bicho es.
Puede ser un leoncito, un osito, un ratoncito… ni ella lo sabe. Por
cierto: tampoco es justamente el más bonito de los más de cincuenta
peluches que hoy, a pesar de sus 17 años de edad, aún conserva
desde su niñez.
Lo que sí sabemos con certeza, es que
el “monito” apareció un día en casa entre sus cosas, después
de un prolongado período de internación hospitalaria durante los
primeros años de su vida. Fue un período de intenso dolor,
incertidumbre, oscuridad y sufrimiento. Tal vez alguna voluntaria,
doctor, enfermera o compañerito de habitación, se lo dio en uno de
esos momentos más tristes y dolorosos de su vida. Tal vez alguien lo
depositó tiernamente junto a su cabecita y ahí estaba haciéndole
compañía cuando salió del estado de coma o despertó de alguna de
las varias intervenciones quirúrgicas que tuvo que afrontar para
salvar su vida. La verdad, no lo sabemos y ella tampoco lo recuerda,
pero damos las Gracias a Dios por esa bella actitud que alguien tuvo
con nuestra hijita.
Como ni ella misma sabe qué es, le
puso “Monito” y así quedó. Hoy, tal vez el más feo de sus
peluches, aún continúa ocupando un sitio muy especial en su
corazón. Y nosotros, como padres, hemos preferido en todo momento
conservar una respetuosa actitud con su sentir. No le importó lo que
era ni su apariencia. Ella lo amó intensa e incondicionalmente, le
puso un nombre, en sus fantasías de niña lo trajo a la vida y con
sus afectos lo hizo parte de la suya. Lo amó más que a ningún
otro, por cierto.
Esta relación afectiva con ese peluche
insignificante a los ojos del mundo, pero tan valioso para ella, me
enseñó algo acerca de mi Señor y su relación conmigo.
Yo mismo fui como ese juguete, feo e
insignificante; sin valor a causa de la multitud de mis pecados. No
obstante ello, y a pesar de mí, el Señor me amó con un amor
incondicional, me trajo a la vida; me puso un nuevo nombre en la
Gloria, me preparó un lugar donde vivir junto a su corazón y ¡por
toda una Eternidad!.
Hoy, me gozo en gran manera y no puedo
evitar las lágrimas al momento de escribir esto.
Amigo/a: no importa cómo eres ni lo
que eres. No importa qué hiciste o lo que fuiste. Si hay algo que el
Señor no puede hacer, es DEJAR DE AMARTE.
En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados.
(1
Juan 4:10 RV60)
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