Saliendo de la zona de confort
Saliendo de la zona de confort
Por: Luis Cacciaguerra para
www.devocionaldiario.com
Alguien dijo sabiamente: “No le digas a
Dios cuán grande es tu problema, más bien dile al problema cuán
grande es Dios.”
Sin embargo, el misionero en China Hudson
Taylor tenía una versión más profunda de esta formidable verdad:
“No importa cuán grande sea el problema;
lo que sí importa es en dónde está, si interfiere entre mí y Dios
o si me empuja hacia El.” (James Hudson Taylor)
¡Y es que realmente, Jesús no se queda
quieto!
“Jesús nos mueve constantemente de los
lugares en donde nos gustaría quedarnos y nos empuja hacia donde no
deseamos ir.” (M. Craig Barnes)
Esta clase de discernimiento no viene solo. Es
necesario estar a solas con Dios suficiente tiempo, apartados, lejos
de la zona de confort, para poder oír solamente la voz de Dios. Y
para eso está el desierto. Todos los que creemos con sinceridad
hemos transitado al menos, un desierto en nuestras vidas. Y
aquí no hablamos precisamente de una visita al odontólogo, un
examen fallido que nos atrasó un año la carrera, un altercado con
nuestra familia, un mal día en el trabajo, un choque en la ciudad
con el auto destrozado, pero con nuestra integridad física y
emocional a salvo.
“Al principio me siento abrumado, y todas
las cosas que me hacen feliz parecen juguetes rotos. Entonces,
lentamente y con desgano, poco a poco, trato de meterme en la forma
de pensar que debo tener en todo momento. Recuerdo que todos esos
juguetes jamás debían poseer mi corazón, que mi verdadero bien
está en otro mundo y que el único tesoro real es Cristo. Y quizás,
por la gracia de Dios, tengo éxito, y por uno o dos días me
convierto en una criatura conscientemente dependiente de Dios y que
deriva su fortaleza de las fuentes correctas. Pero al momento que la
amenaza se va, toda mi naturaleza salta nuevamente a los juguetes.”
(C.S. Lewis. El problema del dolor).
Cuando la tormenta de la prueba se prolonga más
allá de lo previsible, cuando la tentación de la duda irrumpe en
nuestras vidas, cuando cada luz que se enciende en nuestra existencia
termina proyectando más sombras que luces, cuando vienen épocas en
las que son más las incertidumbres que las certezas,
desfallecemos; exhaustos, las lágrimas son pan de cada día;
entonces estamos en medio de las quemantes arenas de un desierto.
“Moisés recibió en el desierto las
lecciones más preciosas, más profundas, más poderosas y más
durables; y es allí donde deben encontrarse todos los que
quieran ser formados para el ministerio.” (C.M.
Mackintosh)
Moisés tuvo su desierto (Génesis 3:1), Pablo
tuvo su desierto (Gálatas 1:17). Elías tuvo su desierto (I Reyes
cap. 17), Ezequiel tuvo su desierto (Ezequiel cap. 1) y Juan en la
Isla de Patmos también tuvo su desierto (Apocalipsis 1:9). Jesús
mismo, el Hijo de Dios, fue enviado al desierto (Mateo 4:1) al
comienzo de su ministerio. Tú y yo hemos transitado un
desierto al menos una vez en la vida, si tienes suficiente tiempo en
la familia del Señor.
Es que no hay ministerio efectivo y de
bendición; no hay discernimiento, no se aprende a conocer la mano de
Dios, no se aprende a conocer y reconocer la voz de Dios hablando al
corazón; sin un desierto.
Pero siempre, Siempre, ¡SIEMPRE!, en el medio
del desierto, Dios deja un oasis para que, exhaustos, podamos
recobrar fuerzas y seguir.
Muchas veces he regresado llorando a casa. Es
que tuve que caer en un sitio donde el destrato, el desprecio, la
descalificación, son moneda corriente de todos los días; para darme
cuenta de mi propio destrato, desprecio y descalificación. A veces
la vida nos lleva por caminos que no queremos transitar, pero
necesarios para aprender formidables lecciones.
“Aprendí cosas que no sabía que tenía
que aprender.” (Robert Lightner. Facultad de Teología.
Seminario Dallas)
“No se sorprenda cuando venga una prueba.
Aunque no sepa que necesita aprender ciertas cosas, Dios lo sabe, y
El determina soberanamente: «Ahora es el momento».” (Charles
R. Swindoll. El poder de la esperanza)
En lo personal, observo que los mejores
escritos, los que de mejor bendición han servido, han surgido de los
peores momentos, de los valles de lágrimas más profundos.
Por lo cual, no puedo decirte ¡Alégrense!
Pero sí puedo decirte: ¡Gócense! Toda vez que la alegría es sólo
un sentimiento cuyo asiento se encuentra en el alma, pero el GOZO es
cosa bien distinta y su base se encuentra en el espíritu, esa parte
del hombre que lo mantiene en comunicación, en contacto con su Dios.
Porque
esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez
más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas
que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas.
(2
Corintios 4:17-18 RV60)
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