La Diferencia
La diferencia
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“¿Acaso ha estado tanto tiempo en Cristo
que se le ha olvidado cómo era estar sin Él?” Se pregunta
Charles Swindoll.
No debería ser así, toda vez que la
experiencia de vivir con Cristo se renueva cada día. Sin embargo es
un síndrome que a muchos cristianos tiende a pasarnos. En términos
de tiempo, quien esto escribe ya ha pasado bastante más de la mitad
de su vida con la esperanza de Cristo en el corazón.
A veces me pregunto en medio de las
dificultades y con angustia: -¿Por qué escondes tu rostro de mí?
Pero es bueno que a veces, Jesús simule alguna “ausencia”
en nuestras vidas, como para recordarnos cómo era vivir sin Él.
Es lo que hace la diferencia entre AGREGAR a
Jesús a tu vida para que algunas cosas cambien convenientemente; e
INVITARLE A ENTRAR, A SER PARTE para vivir una experiencia
verdaderamente transformadora de toda tu vida. Donde ya no hay
UNIFORMIDAD con Él, sino UN TODO EN UNIDAD. Donde ya no hay IGUALDAD
con Él, sino SINGULARIDAD, conformando con Él un TODO COHERENTE y
SOLIDO.
estando
persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra,
la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;
(Filipenses
1:6 RV60)
El viejo hombre, el ser humano carnal y de
naturaleza corrupta heredada de nuestro padre natural Adán,
persiste, continúa viviendo hasta el final de sus días en esta
tierra. Es ese hombre interior que con la misma boca que alaba y
pronuncia bendiciones de Dios, también es capaz de vociferar y
enojado decir cosas de las cuales luego deberá retractarse,
arrepentirse y pedir perdón. Y es que la obra no está terminada.
Entonces ¿qué hace la diferencia?
La ESPERANZA. Cuando Cristo es
parte de tu vida, cuando uno se encuentra en ese proceso de
transformación total, tiene su vida en reconstrucción. Cuando la
depresión se hizo sentir por primera vez a mis jóvenes trece años
y luego cinco años más tarde, al final de mi adolescencia, no creía
en nada y no tenía a dónde ni a quién ir con mi dolor. En medio de
aquella oscura noche de tristeza y desesperación es cuando sentí el
cálido toque de su mano en mi corazón y pude ver la luz de Cristo
alumbrar en una vida que a pesar de ser tan joven, ya no tenía nada
que prometer. Es cuando pude apreciar la diferencia entre una vida
sin Cristo y una vida con la llama de la esperanza de Cristo viva.
Hoy sigo siendo el mismo, salvo algunos cambios
que Él ha tenido a bien realizar. Estrictamente como personas no
somos mucho mejores que otras. Tantas, digo, demasiadas veces hacemos
y decimos lo que no teníamos que hacer ni decir y no hacemos ni
decimos lo que sí era necesario hacer y decir. Es por ello que
necesito permanentemente la orientación de Su Palabra, de mis
pastores y maestros. Es por ello que la experiencia de concurrir cada
domingo al servicio de culto en el templo debe estar muy lejos de una
rutina, de ser un mero trámite religioso y dominguero.
En el culto escuché mensajes que no solo han
servido de inspiración para unos cuantos escritos que me privilegia
compartir por este medio, sino también de notable inspiración para
toda mi vida, para comprender cosas que no entendía, para aprender
cómo Dios trata conmigo, para tomar decisiones… y para mantener
viva la esperanza.
Para aprender a extrañar, añorar,
anticipadamente ese abrazo en la Eternidad junto a su presencia que
nos espera al final de la existencia en este mundo.
Y mientras tanto, contar con ese hombro donde
apoyarse cuando uno cae y con dificultad se vuelve a levantar. Ese
paño de lágrimas donde acudo cada vez que las dificultades asoman
en la vida. Esa voz que habla a mi corazón y me plantea desafíos,
me alienta a ir por más.
Bueno, si alguna diferencia hay entre nosotros
como personas y cristianos, es justamente CERTEZA, ESPERANZA y esto
no de nosotros, ya que va mucho más allá de lo que nosotros somos.
Amada/o: si no recuerdas haberlo hecho así, o
tal vez esta clase de esperanza no ha sido tangible en tu vida en
estos términos, o si nunca tomaste una decisión en tu vida de vivir
una experiencia personal con Jesús, entonces, es el momento de ir
allí donde te encuentras ahora, en oración a Jesús y decirle:
“Amado Señor: hoy me rindo ante tu
presencia, ruego perdones mis rebeliones y maldades y reconozco tu
sacrificio en la cruz por mí. Hoy abro las puertas de mi corazón y
te invito a entrar en él, para que tú lo sanes, lo transformes, le
des una nueva vida. Para que la esperanza de Cristo en mi vida ya no
sea un ritual religioso y vacío, sino una certeza, la llama de una
esperanza viva. En Jesús , amén.”
He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
(Apocalipsis
3:20 RV60)
Antes
bien, como está escrito:
Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó,
Ni
han subido en corazón de hombre,
Son
las que Dios ha preparado para los que le aman.
(1
Corintios 2:9 RV60)
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