Las lágrimas de Pedro
Las lágrimas de Pedro
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Jesús
le dijo: De
cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás
tres veces.
(Mateo
26:34 RV60)
Entonces
Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho:
Antes que
cante el gallo, me negarás tres veces.
Y saliendo fuera, lloró amargamente.
(Mateo
26:75 RV60)
Amargas lágrimas brotaron de los ojos de aquél
rudo y viejo pescador, que tan sólo unas pocas horas antes había
jurado ir con Jesús hasta la muerte. “Aunque todos se
escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mateo 26:33),
“Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”
(Mateo 26:35); había proclamado con vehemencia ante Jesús.
Sin embargo, el auxilio no tardó mucho en
llegar. Un mensaje para los discípulos, pero especialmente dirigido
a Pedro: “decid a sus discípulos, y a Pedro,
que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis”
(Marcos 16:7). Evidentemente Jesús se negó a dejarlo a Pedro
tirado, revolcándose en un mar de lágrimas, sumido en su depresión
y desesperación.
“Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me
amas?... Pastorea mis ovejas” (Juan 21:15-17) le dijo Jesús
a Pedro, antes de su partida. Lo buscó, lo perdonó y lo restauró
para usarle poderosamente, para confiarle una de las misiones tanto
más duras, como hermosas de la historia: pastorear su rebaño,
edificar su Iglesia.
Podría haber sido Juan, por su cercanía a
Jesús, por su carácter, que a los ojos de los hombres calificaba
mejor… pero, no. Inauditamente fue el rudo, el vehemente, el
bravucón Pedro que la noche del arresto de Jesús arrancó la oreja
a un soldado con su espada (Juan 18:10).
De no haber pasado por la terrible experiencia
de enfrentarse a sí mismo, Pedro no hubiera estado en condiciones de
llevar a cabo semejante empresa. No se sabe a ciencia cierta, pero
los eruditos se inclinan a darle crédito a la tradición de que
Pedro terminó sus días en esta tierra crucificado cabeza abajo por
causa del testimonio de Jesús. Si esto es así, finalmente cumplió
su promesa a Jesús, fue por El hasta la muerte y terrible muerte,
por cierto. Pero tuvo que entender que no se podía llevar a cabo con
su espada, por sus propios medios, con sus propias fuerzas, ni mucho
menos siendo tal cual Pedro era. Era necesario todo un proceso de
transformación en su vida antes de estar listo para la misión.
Muchos hemos pasado tanto tiempo de nuestras
vidas con Jesús, que ya nos hemos olvidado cómo era la vida sin El,
dice acertadamente Charles R. Swindoll. Los jóvenes están llenos de
vida, todo su presente está lleno de proyectos, de esperanzas, de
ilusiones para el futuro. Quien esto escribe, al final de su
adolescencia estaba sumido en la depresión, ya no tenía proyectos
de vida, ni esperanzas, ni deseos de vivir. El fantasma de terminar
con su vida asomaba en el escenario de la mente cada vez con más
frecuencia, se hacía más real.
Así me encontró Jesús. Tirado, embarrado en
el charco de mis propias lágrimas. Me levantó, me perdonó, me
restauró y hoy camino hacia la meta. Sin embargo, debo decir que ya
he perdido la cuenta de las veces que renuncié a los malos hábitos
que me hacen tanto daño y volví otra vez a los mismos. Ya he
perdido la cuenta de las veces que derribé los altares de Baal de mi
vida y los volví a edificar. Evidentemente NO CALIFICO.
¿Te has sentido así?
Sin embargo, una y otra vez me vuelvo a
levantar en fe. Enarbolando la bandera de la esperanza, sigo hacia la
meta aferrado al madero de SU GRACIA, ya no con mis propias fuerzas,
sino con las fuerzas de El, porque no importa lo que yo creo de mí,
sino lo que Dios ve y está haciendo en la vida de su siervo.
Hermanos,
yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago:
olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que
está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento
de Dios en Cristo Jesús.
(Filipenses
3:13-14 RV60)
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