Valorado, Contenido, Cubierto



Por: Luis Caccia Guerra


Muy pocas veces en la vida pude apreciar, valga la redundancia, el “valor de ser valorado” en la justa medida, el valor de estar adecuadamente contenido; el valor de que mi vida, familia y ministerio puedan estar cubiertos por una poderosa oración intercesora.

Si alguien me pidiera que me describiera a mí mismo en pocas palabras, diría: “Brillante estudiante en el ámbito académico; exitoso en el medio eclesiástico; pésimo jugador en el campo de la vida”.

Y así es, ni más ni menos. No conozco, salvo alguna penosa contingencia en determinada época de mi vida, el fracaso estudiantil. Si sólo por lo académico fuera, mi vida siempre prometió bastante. En lo eclesiástico, si bien nunca fui capaz de echar raíces en ninguna iglesia y he formado parte de unas cuantas, en todas me puse a trabajar. Sin proponérmelo, llegué a ser director de música y alabanzas durante un importante congreso de Fundamentalismo Bautista en el que hubo invitados e iglesias de varios países, además de diversos lugares de mi país. Y sin proponérmelo también fui co-pastor aunque sea por un año, en ausencia del ministro. Sin embargo, en la vida secular no he hecho otra cosa que dar tumbos y más tumbos, de fracaso en fracaso. Sólo la infinita misericordia y gracia de Dios ha evitado que quien esto escribe se convirtiera en una crónica trágica más en el periódico.

Si acaricié la cima del éxito alguna vez en mi vida y en alguno de estos ámbitos, todo esto ya ha quedado bien atrás. Hoy no estudio, no soy nadie en ninguna iglesia, ni mucho menos en el ámbito secular.

Hace un tiempo me congregué en una iglesia en la que apenas pude permanecer unos ocho o tal vez nueve meses. En todo ese término sólo tres personas preguntaron mi nombre y ninguna lo hizo en forma absolutamente espontánea, sino porque por una razón u otra debió hacerlo. En esos fríos días de invierno espiritual ví a otros hermanos en funciones que años atrás me había tocado ocupar a mí y me preguntaba: “¿Cómo es que hoy estoy aquí sentado en el último banco, desapercibido e ignorado?”.

En el ámbito secular, hoy me toca interactuar en un medio donde la descalificación, el desprecio, la humillación, la burla, el aparteid, la falta de respeto recurrente y reiterativa, son moneda corriente de todos los días. Las palabras lisonjeras son veneno para el alma; pero la subestima, el descrédito, la descalificación reiterada; en pocas palabras, la falta de valoración adecuada, son agudos puñales que hieren el alma en donde más duele, desmoraliza y abate.

Tuve las oportunidades de estar mejor, de forjar un mejor futuro en todos los ámbitos, pero como decimos los argentinos, hoy “me cae la ficha” de todas las cosas que viví, del tremendo valor que tuvieron y que no supe dimensionar ni darle la trascendencia presente y futura en su momento. Tal vez ignorancia, falta de visión, temor, falta de fe y confianza en Dios y en mí mismo… pero por sobre todas las cosas, ausencia de contención fue un denominador común en una abrumadora mayoría de las situaciones.

Hace un tiempo leí sobre un amado pastor en Suiza que se largó a realizar una importante campaña evangelística en la zona más dura de la ciudad. Literalmente, meter la cabeza en las fauces del león. Todo estuvo cuidadosamente planeado, menos una cosa: la cobertura espiritual. En plena campaña, la hija de trece años del pastor perdió la vida en un grave accidente automovilístico y el pastor debió permanecer varios meses hospitalizado hasta que pudo recuperarse. Faltó el detalle no menor de la protección de un grupo de intercesores avezados en las lides espirituales que lo pusiera a cubierto de los ataque del maligno. Siempre tuve la imperiosa necesidad, además de contención, de que mi vida, familia y ministerio estuvieran cubiertos por el poder de la oración intercesora de la iglesia.

Valorado, Contenido, Cubierto. Tres ingredientes fundamentales en el desarrollo saludable de toda una vida y de todo un ministerio.

En contrapartida, hoy recuerdo a una amada hermana que ya vive en la presencia del Señor que siempre estaba “escarbando” hundida en sus propios problemas sin poder salir de ellos. Muchas veces, pensé “¡Otra vez esta hermana con su problema!” Hoy recuerdo con tristeza a aquél amado hermano al que reiterativamente traté de “payaso” aquella tarde cada vez que cometía algún error durante el ensayo para el programa de Navidad. Y hoy recuerdo cuántas veces -tantas que ya perdí la cuenta- en que dije “descuide, hermano; voy a orar por Ud.” cuando la realidad es lo poco que me importaba su situación y ni me acordé de orar por él.

Tuve que caer en la “vereda de enfrente” y probar de mi propia medicina, comprar y vender con mi propia moneda, recibir las puñaladas de mi propio desamor, para poder comprender lo que se siente no ser adecuadamente valorado, contenido, cubierto.

Por ello, no es agradable, no es placentero, pero a pesar de todo esto, hoy no puedo menos que decirle a Dios: “Señor amado, gracias; ¡gracias, por la vida que me diste!

Hoy con humildad y con temor, con un corazón contrito y humillado vengo delante de la presencia del Señor no sólo a pedir perdón, sino a interceder por todas esas almas que dejé heridas en mi camino.

No os engañéis;  Dios no puede ser burlado:  pues todo lo que el hombre sembrare,  eso también segará.
(Gálatas 6:7 RV60)

orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu,  y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos;
(Efesios 6:18 RV60)


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