Estar donde debes estar
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Difícilmente cuando uno transita en soledad un valle de
lágrimas, mira hacia arriba y se goza con un cielo azul brillante que el Señor
nos regala. Cuando en medio de la
tristeza el rostro del Señor parece esconderse, el corazón se quebranta, el
alma se cierra como un puño apretando el dolor. Días atrás me quebranté y
postrado, entre lágrimas, gritos y sollozos clamé: “¡Señor! ¡Ya no puedo más,
no puedo más… no puedo más…!! ¡Por favor, haz algo!!!”
Como una película pasaban constantemente por mi mente
escenas de mi vida. Eran los peores momentos, esos que te faltan los días de tu
vida para arrepentirte y quisieras volver el tiempo atrás para detenerte y no
haber tomado esas decisiones, no haber cometido esos actos que te llevaron
hasta este punto. En la certeza, la convicción de que el actual estado es resultado
de tanto extravío, tanta desidia, tanta mala elección sin tener la capacidad de
discernir ni la visión para anticipar las consecuencias de mi proceder. ¿Te has
sentido así alguna vez?
Hace ya más de treinta años, a mis jóvenes diecinueve años
de edad dí un portazo en la iglesia en la que conocí al Señor como mi Salvador
y en la que pasé por las aguas del bautismo. “A veces me dan ganas de salir
corriendo” me comentaba una amada hermana días atrás. Pues bien: a mí también
me dieron ganas de salir corriendo y sin más ni más ¡eso es efectivamente lo
que hice! Lejos estaba de saber entonces, que lo peor aún estaba por venir. Es
que el ciclo continuó repitiéndose en el transcurso del tiempo. Llegar a una
iglesia, elaborar el duelo del fracaso de la iglesia anterior, recuperarme,
comenzar a trabajar… hasta que algo se desequilibra, comenzar a decaer
nuevamente, hasta llegar a un nuevo portazo. Un ciclo se cierra, otro nuevo
comienza.
En lo secular, no ha sido muy diferente de lo anterior. Un
día dejé el mejor trabajo que tuve. Allí, lo poco que sabía, lo que tenía y lo que
era, funcionaba, servía, era valorado y tenía progreso. Sin embargo, tras
catorce años de labor dejé ese trabajo creyendo que mi ciclo estaba allí
agotado. Los años siguientes fueron más de lo mismo; llegar a una empresa,
recuperarme del fracaso anterior, comenzar a caminar… hasta que las cosas
comienzan a complicarse… decadencia y nuevamente portazo. Siempre haciendo
ciclos sin poder arribar a ninguna parte. Tanto tumbo hubiera valido la pena si
significara algún progreso. Lamentablemente no fue así. Nunca he experimentado
tanto desprecio, humillación, falta de respeto, destrato.
Y esto, sólo a modo de ejemplo en dos áreas que considero muy
importantes. Pero descubrir, entrar en la convicción de que son muchos los años
desperdiciados en LOS QUE TODOS LOS AMBITOS DE MI VIDA HAN SIDO ASÍ; que la
actual condición es porque he estado en un tirabuzón descendente cada vez más
cerca del desastre inminente sin remedio; tal vez ha sido lo que más ha dolido,
lo más desmoralizante, cual espina que taladra el alma.
Pues bien, todas estas cosas derramé delante del Señor
aquella noche. Y no tengo empacho en hacerlo público, en la certeza, en la
convicción de que Nuestro Amado Señor puede edificar una vida, hacer una
bendición de los despojos de este quebranto entregados, abandonados en sus
rotas pero dulces manos de amor.
Sin embargo, Dios tenía preparado para mí un alivio, un
bálsamo para el espíritu quebrantado de este siervo. Hace casi diez años llegué
a una iglesia que me abrió sus puertas y su corazón. Recuerdo que llegué a esa
comunidad creyendo que Dios ya no quería saber más nada conmigo, que mi vida
estaba terminada. Sin embargo, Dios allí tuvo a bien levantarme y poner en mis
manos un gran ministerio, que aún hoy tengo la bendición y el privilegio de
continuar ejerciendo. Pero a pesar de todo ello, un día emprendí la partida en la
sincera certeza de que mi ciclo en ese lugar estaba terminado.
Casi tres años después retorné a esa iglesia. Me sirvió para
CERRAR y ROMPER el último de los ciclos. Satanás
es creador de ciclos, pero Dios es trazador de destinos. El adversario puede
tenerte años dando vueltas sobre lo mismo, en algunos casos, toda una vida; desgastándote,
limándote, erosionando tu espíritu sin poder llegar a ninguna parte hasta no
querer saber más nada con Dios. Dios, en cambio; independientemente de las
personas y de las circunstancias, si te saca de un lado es para ponerte en uno
mejor donde más y mejor bendición seas, tanto para ti como para los que están a
tu alrededor. “Dios no me quita nada, me cambia figuritas”, dice un amado amigo.
Dios hizo que haber regresado a esa comunidad me abriera las
puertas de un evento en el cual pude reencontrarme con amados hermanas y
hermanos con quienes me tocó servir hace muchos años. Éramos un grupo muy unido
y juntos servíamos con lo que sabíamos, lo que sabíamos hacer y lo que
teníamos… en pocas palabras con todo lo que éramos. Pero algo malo sucedió en
aquella pequeña comunidad y como si una bomba hubiera estallado en medio de todos
nosotros, terminamos esparcidos cada uno por su lado. En aquella época éramos
jóvenes y algunos, niños aún. Hoy, todos somos padres y madres de familia y
todos con un ministerio; dos de ellos, pastores. Uno de estos últimos, el más
chiquito de ese entonces, ordenado pastor en este evento.
Entonces, terminé de caer en la cuenta de que todo lo que
tengo, mis conocimientos, lo que sé hacer… en pocas palabras todo lo que soy;
en esta comunidad sirve, funciona, es de bendición. ¿Por qué no lo pude ver así
entonces?
Rick Warren dice que “la iglesia perfecta no existe, y si la
encuentras, no te serviría de nada, puesto que tú mismo no eres perfecto”.
La iglesia en la que Dios te abrió las puertas; esa en la
que lo que tienes, lo que sabes, lo que haces, en pocas palabras, lo que eres… sirve,
funciona, es de bendición… Esa iglesia en la que lo que tienes, lo que sabes,
lo que haces… todo lo que tú eres; además de servir, funcionar y ser de
bendición, a pesar de las dificultades, de las personas y de las circunstancias;
también progresa, se expande, crece, avanza… ¡Esa es la iglesia perfecta para
ti! Y esto es válido no solamente para el ámbito eclesiástico. En lo secular y
absolutamente en todos los ámbitos de la vida es así.
Hoy, alzo mis ojos al cielo y puedo ver la belleza de un
cielo azul radiante. Hoy puedo ver que los problemas no se han ido, que siguen
estando allí y que no existen las soluciones “mágicas”; pero estoy donde debo
estar y que todo lo que tuve que pasar fue necesario para que este terco y
rebelde corazón por fin aprendiera la lección y renaciera una tenue luz de
esperanza donde ya no la había.
Porque todas estas cosas padecemos por amor a
vosotros, para que abundando la gracia
por medio de muchos, la acción de
gracias sobreabunde para gloria de Dios. Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se
va desgastando, el interior no obstante
se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en
nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros
las cosas que se ven, sino las que no se
ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
(2 Corintios 4:15-18 RV60)
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