Como perro rabioso



Por: Luis Caccia Guerra


El término “hidrofobia” con el que se denomina la comúnmente enfermedad conocida como “rabia” proviene del griego, donde se combinan las palabras hydrós (agua), y fobos (horror). Por tanto “hidrófobo” significa que tiene terror al agua. Es uno de los síntomas característicos de esta temible enfermedad en su fase intermedia, cuando ya no hay nada que hacer, sino esperar un rápido y progresivo deterioro del sistema nervioso central y una muerte terrible e inminente.

La enfermedad comúnmente conocida como rabia, se caracteriza por una aversión anormal al agua. Es provocada por un virus típico de ciertos animales de sangre caliente, como el perro, el gato, el lobo, el murciélago y roedores como ratas, ratones y pericotes. Pero puede transmitirse al hombre si es mordido por un animal infectado.

Este virus ataca el sistema nervioso central y si no se trata en forma urgente, termina provocando la muerte. Cuando una persona se contagia de hidrofobia, los síntomas de la enfermedad pueden tardar entre treinta días y seis meses en manifestarse. Los más comunes son alteraciones de los sentidos y problemas de movilidad. Al principio el enfermo experimenta cambios de humor, temores injustificados, dolor en la herida y malestar en general. A continuación sufre espasmos, excitación acompañada de episodios violentos, aversión al agua debido a que, al tragar o ver agua, se paralizan los músculos de la garganta, trastornos mentales y alucinaciones. Finalmente, la parálisis inmoviliza sus extremidades y cuando finalmente llega al cerebro y a los pulmones, termina provocando la muerte por inmovilidad. En los animales, en su fase intermedia, la excitación extrema los lleva a atacar a otros animales y personas. Por esa razón, la gran mayoría de los seres humanos que resultan infectados con esta terrible enfermedad, es a consecuencia de ataques y mordeduras.

En las esferas espirituales, existe una extraordinaria similitud con los síntomas de esta espantosa enfermedad. Como seres humanos bajo las leyes de la naturaleza heredada de nuestro padre Adán, y como seres espirituales inmersos en un mundo natural, además del riesgo físico de estar expuestos a animales con esta enfermedad, también nos hallamos expuestos a otra clase de “rabia”. 

En nuestro entorno existen personas mordidas, cuyas almas sufren el dolor de sus heridas, pero que sin saberlo están infectadas con el letal virus de esa otra clase de “rabia”. Una rabia que les lleva inclusive a temer y rechazar el Agua de Vida que generosamente ofrece Nuestro Señor (Juan 4:14). Personas que habiendo conocido a Cristo como su Salvador, aún sufren el intenso dolor de sus almas heridas por algún infortunado episodio del pasado, que teniéndolo todo viven frustradas, que cuanto más fértil es la tierra en donde habitan, más profundas resultan ser sus raíces de amargura. Cada uno de nosotros no se encuentra libre ni exento de caer en una situación de estas (I Corintios 10:12).

Una persona con su alma herida vive mostrando, irradiando, proyectando su excitación enfermiza hacia su entorno, mordiendo, atacando. Debo reconocer que años tardé en darme cuenta de esto. Siempre descalificando, menospreciando, despreciando, con actitudes conflictivas, permanentemente a la defensiva o atacando… no hay nada peor que un creyente con un alma herida y quien esto escribe fue uno de ellos. Y es que a los cristianos todo nos ha sido perdonado por el sacrificio de Nuestro Amado Señor en la cruz del Calvario, mas no todo nos ha sido sanado, a menos que hagamos algo al respecto.  

Por ello, hoy quiero ser la bendición que Tú, amado Señor pusiste en mi corazón ser; y clamo por sanidad y restauración en lo físico, en lo mental y en lo espiritual.

He aquí,  tú amas la verdad en lo íntimo,
 Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo,  y seré limpio;  Lávame,  y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría,
 Y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados,
 Y borra todas mis maldades. Crea en mí,  oh Dios,  un corazón limpio,
 Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti,
 Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación,
 Y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
 Y los pecadores se convertirán a ti.
(Salmos 51:6-13 RV60)


Aviso Legal: La imagen que ilustra el presente artículo es propiedad de www.devocionaldiario.com
Todos los derechos reservados.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

UNGES MI CABEZA CON ACEITE...

El poder del ayuno

PARECIDOS, PERO NO IGUALES