Si tienes un gran sueño, también tienes con qué concretarlo
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Aconteció
que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl,
el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo. Y Saúl le
tomó aquel día, y no le dejó volver a
casa de su padre. E hicieron pacto Jonatán y David, porque él le amaba como a sí mismo. Y Jonatán
se quitó el manto que llevaba, y se lo
dio a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte.
(1 Samuel 18:1-4 RV60)
Por esos designios de Dios, el alma de Jonatán, hijo del rey
Saúl, había quedado ligada a la
de David en una entrañable amistad. Al punto en que Jonatán
amaba a David como a sí mismo. Tanto es así que se quitó el manto y se lo dio a
David junto con su espada, arco y hasta el detalle del talabarte para que no le
faltara donde llevar la espada.
En mi país, algunas personas poseen pelotas, camisetas, libros,
cosas usadas por famosos, o tan sólo fotos autografiadas por ellos. Y eso
además de la gran satisfacción que significa, también los ayuda en alguna
medida o en algún aspecto a sentirse identificada con ellos y con sus logros. Hace
un tiempo, estábamos con mi hija en la fila para pagar, en el sector de cajas
de un gran supermercado, cuando a la distancia, divisé a un conocido periodista
de la televisión que estaba junto a su familia ya a punto de retirarse.
Entonces, le dije a mi hija “Mira quién está ahí”. No había terminado de
hablar, cuando ella había desaparecido. En unos pocos minutos, dio toda la
vuelta por la salida “sin compra” del inmenso local, se había conseguido un
papel y un bolígrafo y estaba del otro lado de la línea de cajas, junto al
periodista ¡pidiéndole un autógrafo! Esa tarde, el entusiasmo de la compra que
habíamos hecho palideció ante tamaño trofeo. Hoy ese pequeño trozo de papel con
la firma y dedicatoria del periodista goza de un sitial de honor en casa,
enmarcado en un cuadrito como el más importante de los diplomas o la más
significativa de las fotos familiares. No me resulta difícil, después de esta
anécdota, imaginar cómo debió sentirse David cuando el príncipe además de
ofrecerle su corazón, también depositó sobre sus hombros su manto. Y como si tal
cosa fuera poco, puso por añadidura su espada, arco y talabarte en sus manos.
Más allá de significados y simbolismos, Jonatán vio a David
con los ojos de Dios y había entendido la importancia de “cargarle bien las
baterías” a quien se quiere involucrar en la Obra, quiere y puede hacer algo
útil.
Habida cuenta de que es Dios quien pone en nuestro corazón
tanto el querer como el hacer (Filipenses 2:13) ¡qué tremenda cosa es cuando
alguien en posición de liderazgo y con un poquito de visión nos contagia de su
entusiasmo y es capaz de ayudarnos a sentir el fluir de esa “energía” vital
para emprender el camino hacia la realización de nuestras metas!
Dios tiene un propósito “para ti” y “en ti”, amad@ del
Señor. Muchas personas hoy están convencidas de que la Obra de Dios es sólo
para “profesionales”. En alguna oportunidad expresé que dado los tiempos y
desafíos que hoy enfrenta la Iglesia y nos toca vivir, es necesario un muy elevado
nivel de capacitación, y eso aún lo sostengo. El punto de la presente reflexión
es que muchas personas están firmemente persuadidas de que llegaron tarde al
reparto de talentos, caras, cuerpos y dones, cuando los propósitos de Dios
están por encima de toda reflexión, capacidad y pensamiento humanos.
Si Dios puso un sueño en tu corazón, aunque no lo puedas ver
ahora, también puso a tu disposición con qué realizarlo. Es necesario que tú,
él y nosotros, que la Iglesia y sus líderes tengan la sabiduría y la visión de
saber crear los lazos de comunión, también brindar la contención y asistir en
ello por medio del ministerio de la intercesión.
Pero
vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el
amor de Dios, esperando la misericordia
de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su
carne. Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria
con gran alegría, al único y sabio Dios,
nuestro Salvador, sea gloria y
majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.
(Judas 1:20-25 RV60)
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