Cuando la debilidad resulta ser fortaleza



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


Recuerdo hace unos años atrás, iba a visitar a una querida hermana de nuestra iglesia. No siempre la encontraba con el mismo estado de ánimo. En realidad todos somos así, no siempre nos encontramos con el mismo estado de ánimo. Podemos estar en un momento del día con alguna tristeza y tal vez en unas horas, nos encuentren algo más alegres y con alguna palabra de consuelo en el corazón. Pero en esta amada hermana, muy lejos de llegar a la bipolaridad, el contraste era algo más marcado que en el resto de las personas. Entonces cuando le preguntaba: –¿Cómo está mi hermana? Ella respondía en ese momento: -¡Ay! ¡Mal, mi hermano, me siento muy mal espiritualmente! Todos entendíamos lo que realidad quería decir, y era que se sentía triste o que su estado anímico no era justamente el mejor ni el más alegre. Esto, independientemente de lo que estuviese pasando en el plano espiritual con ella. 

A menudo, los estados de ánimo alicaídos casi siempre son síntoma de algún problema en el terreno espiritual. Pero no siempre es así, no siempre un mal estado anímico es coincidente con un mal estado espiritual. ¡A veces es justamente todo lo contrario!

Cuando Jezabel puso precio a la cabeza de Elías el profeta se deprimió en gran manera (I Reyes 19) sin embargo, Dios le habló y fortalecido bajó del monte a cumplir con su misión para finalmente trascender sin conocer muerte. Jonás no debería haber estado alegre y divertido cuando después de tres días el gran pez lo vomitó en tierra. Sin embargo, toda una gran ciudad como Nínive se salvó de la ira de Dios mediante su ministerio (Jonás 3:4 y 5). Nehemías, conocido como “el profeta llorón” tuvo una influencia decisiva en la historia de su pueblo, y no lloró de alegría ni desbordado por la emoción de hechos agradables (Nehemías 2: 2 y 3). Hace poco escuché a un pastor decir que estuvo a punto de “tirar la toalla”, sin embargo, pudo ver su ministerio fortalecido. Y no es el primer ministro que escucho decir eso. Quien esto escribe también estuvo a punto de hacer esto unas cuantas veces.

Cuando el Señor comenzó su ministerio en esta tierra, después de cuarenta días de ayuno en el desierto, tuvo hambre (Mat. 4:2; Mar. 1:13; Luc. 4:2). Hay personas más cerca de nosotros de lo que suponemos, que sufren hambre. Sin llegar a esas tristes y lamentables situaciones, cualquiera de nosotros sabe lo que es experimentar hambre aunque sea por un ratito o tal vez unas pocas horas, aún con la esperanza de un buen almuerzo en el transcurso del día. No solamente no resulta agradable, el hambre físico cuando se prolonga más de lo debido trastorna la psiquis, moviliza y dispara cosas en la mente con efectos demoledores en el estado de ánimo de las personas. Nada dice la Escritura sobre esto cuando el Señor fue llevado al desierto para ser probado. Sin propósito de agregar nada a lo que ya está escrito, no se nos escapa el detalle de que en su humanidad, el estado de ánimo de Nuestro amado Señor no debió ser justamente el más alegre después de cuarenta días de ayuno. Sin embargo resistió con poder y sabiduría las tentaciones y los ofrecimientos del diablo.  

Y es que gozo no es lo mismo que alegría, aunque a menudo se confunden e inclusive hay quienes se lo pasan todo el tiempo poniendo de relieve la alegría, cuando lo que el verdadero creyente debería experimentar, es gozo, que es cosa bien distinta.

La Alegría es emocional y pasajera, tiene su asiento en la humanidad, en el alma. El gozo, en cambio, tiene su asiento en el espíritu, que es la parte del tripartito ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, que permanece en comunicación con el Creador. No, en el alma que varía constantemente y está sujeta a las influencias del medio.

No es de extrañarse que Elías quisiera morir, que Nehemías llorara por los despojos de Israel, que el alma de Jonás estuviera turbada en gran manera, que el Diablo aprovechara ese momento y no otro para llegarse a Jesús… Salir de la zona de confort no es un hecho agradable ni placentero, provoca inquietud en el alma, produce desasosiego, tristeza, incertidumbre, angustia.

Todas emociones, pero es cuando el ser humano se rinde, cuando el hombre se hace a un costado; cuando aflora, emerge por sobre los despojos el espíritu y clama al Señor con vehemencia. “Hasta acá llego, no puedo más, clamé al Señor”, me comentaba un amado amigo y lector que hace unos días nos honraba con su visita en casa. Sin embargo, después de tremendo bajón, el Señor le había dado la paz y la victoria en varios frentes imposibles.

Es sólo así, y no de otra manera, cuando cobra nueva e inusitada significancia, nueva luz y frescura, la afirmación del Señor cuando dice:

Y sabemos que a los que aman a Dios,  todas las cosas les ayudan a bien,  esto es,  a los que conforme a su propósito son llamados.
(Romanos 8:28 RV60)


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