Ama las espinas o no aceptes las rosas



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Hace unos años, para el aniversario de nuestra boda, llamé a una de las florerías más “top” de nuestra ciudad e hice enviarle a mi esposa un ramo de bellísimas rosas rojas. ¡No es necesario que abunde en los detalles de la sorpresa y la intensa emoción de mi esposa, cuando salió a atender al delivery que aguardaba en la puerta de casa con el enorme y fino arreglo floral!

Durante unos cuantos días, el grato e intenso aroma de las rosas se hizo sentir en toda la casa. Sin embargo, cuando quise tomar una de ellas, mis dedos sangraron con dolor por causa de las espinas.

“Aprende a amar las espinas o no aceptes rosas” es un antiguo dicho popular, y un conocido cantante de habla hispana lo incluyó en la letra de una de sus canciones.
Significa entre otras cosas, que por más éxito que tengamos, por más hermosa que sea esa persona de la cual nos enamoramos, por excelente que sea nuestro trabajo, por más buenas que sean nuestras relaciones con la familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, inclusive la Iglesia; siempre hay algo o alguien que opaca el brillo del éxito, estorba entre las muchas virtudes de la persona que amamos, fastidia en el trabajo por más lindo que sea o por más bien que ande todo; una nota discordante, un tópico irritante en las relaciones con nuestros semejantes y/o con alguno o algunos de nuestros hermanos en la fe, con la iglesia... y ¿por qué no? inclusive con nosotros mismos.

Y es que a menudo es difícil asumir que eso será siempre así mientras vivamos inmersos en esta naturaleza corrupta heredada de nuestro padre Adán. En este sentido, un amado hermano me dijo una vez: “Ninguno de nosotros somos blancos perfectos, en todo caso, todos somos «grisesitos». Algunos más «blanquitos» que otros; otros tal vez algo más «oscuritos»… pero blanco inmaculado, ninguno.” “Todo paraíso tiene su lado salvaje” rezaba la publicidad de un programa de TV relacionado con eventos  de la naturaleza que tienen lugar en una de las más bellas y “paradisíacas” islas del planeta y las interacciones entre las distintas especies que la habitan. Es bello ver cómo viven y crecen algunos animalitos, pero el terrible averiguar cómo muchos de esos mismos simpáticos animalitos se convierten en la comida de otros.

Muchas veces me he abatido al descubrir que un sueño largamente esperado se concreta, pero con la incómoda y triste presencia de alguna mácula. Muchas veces me decepcioné con dolor, con alguien al conocerle más de cerca. Muchas veces inconcientemente busqué la iglesia perfecta, el trabajo perfecto, la relación perfecta, la familia perfecta; sin querer asumir que nada de eso existe en este mundo. Y si existiese y lo encontrara, tampoco me serviría de nada, no encajaría, puesto que yo mismo no soy perfecto.

Y es que donde hay vida también ronda la muerte, paradójicamente necesaria para que el ciclo de la vida continúe. Donde hay luces, también hay sombras, y mientras más brillantes las luces de este mundo, más oscuras y densas pueden llegar a ser sus sombras.

Esto no cambiará hasta que lo corruptible sea transformado en incorruptible el día de Cristo. Hasta entonces, podemos elegir entre una vida de amargura y decepción tras decepción; o ejercer la opción de gozar de las bendiciones que aún en las más difíciles pruebas Nuestro amado Señor tiene a bien poner a nuestra disposición.

La muerte es parte de la vida, las sombras son sombras porque existe la luz y las bellas rosas vienen con espinas. Podemos lidiar con las dificultades, los “no” y las asperezas de este mundo y su gente, podemos aprender a amar las rosas con sus espinas, en la medida en que prevalezcan el amor, la fe y la esperanza, por sobre la intolerancia y el rechazo.

Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción,  y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción,  y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,  entonces se cumplirá la palabra que está escrita:  Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está,  oh muerte,  tu aguijón?  ¿Dónde,  oh sepulcro,  tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado,  y el poder del pecado,  la ley. Mas gracias sean dadas a Dios,  que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que,  hermanos míos amados,  estad firmes y constantes,  creciendo en la obra del Señor siempre,  sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.
(1 Corintios 15:53-58 RV60)


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