Regreso desde Babilonia
Regreso desde
Babilonia
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
La cautividad de Judá predicha 100 años antes por Isaías y
Miqueas, se realizó en varias etapas. No fue un proceso de un día para otro, ni
mucho menos de un año para otro. Veinte años le tomó al rey Nabucodonosor desde
que derrotó a Joacim y se llevó a los primeros cautivos a Babilonia junto con los
tesoros del templo, hasta terminar en sucesivas incursiones, con la completa
destrucción de Jerusalén.
Podría haberlo hecho en mucho menos tiempo, por cierto; pero
como comenta Henry Halley, Nabucodonosor quería tributo y tal vez la influencia
de Daniel, deportado junto con el primer grupo, quien llegó a ser amigo y consejero de confianza
del rey pudo haber tenido algo que ver en la demora. Pero lo que
en realidad motivó la decisión final de Nabucodonosor de borrar Jerusalén del
mapa, fue la persistencia de Judá en aliarse con Egipto.
Era estrategia militar de asirios y babilonios la
deportación en masa de los pueblos conquistados. De ese modo, extenuados,
doblegados, vencidos y dispersos fuera de su hogar, era más fácil subyugarlos,
anularlos, aplastarlos definitivamente. Setenta años predijo Jeremías que
duraría el cautiverio de Judá en manos de los babilonios. Luego de esto, Dios
castigaría terriblemente a la nación de Babilonia (Jer. 25:11 al 13).
El regreso implicó organización e intensos preparativos.
Hubo que realizar una limpieza espiritual profunda, volverse a Dios y organizarse
con inteligencia (libro de Esdras). Los primeros recién regresados construyeron
un altar para Dios y luego se dedicaron a los cimientos del templo. Inclusive,
hubo que enfrentar intrigas que lograron paralizar la construcción del templo
durante unos quince años.
No puedo menos que sentir asombro ante el sorprendente
paralelismo entre esta historia del pueblo de Dios y mi propia vida y la de
muchos hermanos. Hoy, muchos creyentes permanecen deportados en Babilonia.
Viven fuera de la familia de Dios en el mundo donde sólo estamos de paso, que
no les pertenece ni les da nada, que los mantiene cautivos y sirviendo a sus
intereses. La soledad aunque se encuentren rodeados de mucha gente, el
cansancio, la agonía, la oscuridad, la incertidumbre; son moneda corriente en
sus vidas. Los negocios caen, los problemas en el trabajo se multiplican, la
desesperanza hace estragos, los conflictos abundan y la salud se quebranta sin
saber a ciencia cierta porqué.
No todas las situaciones son iguales ni tienen por qué serlo,
pero tal vez sea el tiempo para muchos, de regresar de Babilonia. El cautiverio
de Judá tenía fecha de vencimiento y el de los creyentes también. No tenemos un
Dios dispuesto a dejarnos para siempre en manos del Enemigo, lejos de Su Hogar
y en un mundo corrupto y decadente que nada nos da.
El proceso de deportación a Babilonia fue lento,
terriblemente doloroso y traumático para el pueblo de Dios. Cien años antes el
pueblo había sido advertido. Al igual que nosotros, recibimos las advertencias
oportunamente pero le hicimos caso omiso o no les prestamos la suficiente
atención. En un proceso gradual y casi sin darnos cuenta de ello, insistimos en
aliarnos con el “Egipto” del mundo. Esas “licencias” que a veces nos vamos
tomando, esos “paréntesis” que vamos creando en nuestra fe, obediencia y
devoción a Dios, esas “excepciones razonables” que van abriendo puertas,
boquetes en las murallas por donde un día entra el Enemigo y nos quema la casa. Tal vez durante
años, malos hábitos, intereses en los que no está primero Dios, o directamente
no está; pecadillos sin resolver, actitudes y conductas recurrentes que no
edifican, nos terminan poniendo en manos del enemigo. No es de extrañarse que
un compañero del trabajo, un familiar o un vecino tengan el poder de hacernos
la vida imposible; que la salud se quebrante y que el resentimiento, la
frustración, el exceptisismo y la desesperanza terminen haciendo estragos en
nuestras vidas.
Regresar de Babilonia no fue un proceso sencillo para el
pueblo de Dios. Regresar de nuestra
propia Babilonia tampoco tiene por qué serlo para nosotros los creyentes. Implica
un intenso y tal vez doloroso proceso de renuncia a hábitos profundamente
arraigados en nuestras vidas, conductas no edificantes y volverse en una mirada
de fe hacia nuestro Dios.
Toda gran travesía, no importa cuán larga sea, siempre
comienza con un solo paso; dice un antiguo proverbio oriental. Comenzar con
pequeños grandes pasos, los que están más a mano, como reedificar en el medio
del corazón el altar del Señor como primera medida. Luego comenzar a
congregarse de nuevo en aquella comunidad que años atrás dejaste, o tal vez en
otra donde te sientas bien recibido y contenido y en la que se predique el
mensaje del Evangelio. Tal vez ubicarte en la última banca y tan sólo prestar
tu oído a lo que Dios tiene para decirte a través del mensaje, sea un buen
principio. Eso es comenzar a retornar los tesoros al Templo.
El resto se irá dando paso a paso en el Poder de Dios, con
inteligencia, con estrategia, organización y la adecuada orientación pastoral.
Las heridas comenzarán a sanar.
Dios borró a Babilonia del mapa. No quisiera estar en los
zapatos del que nos hizo la vida imposible por un poco de tiempo…
Es, pues,
la fe la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve.
(Hebreos 11:1 RV60)
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