Alguien tuvo que salir a la batalla contra Goliat
Alguien tuvo que
salir a la batalla contra Goliat
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
En el cap. 17 del primer libro de Samuel, hallamos la
historia del desafío de Goliat al pueblo de Israel. Un Goliat gigantesco,
confiado de sí mismo y de su superioridad física, entrenamiento y armamento,
dotado de una armadura formidable. Por contraste, también podemos ver a los
hombres bajo el mando del rey Saúl, en gran manera turbados y con mucho miedo.
Es que aquél gigante verdaderamente infundía terror a quien se atravesara en su
camino. Estaba tan seguro de su victoria, que hizo una especie de apuesta con
el pueblo de Israel: “-¡Dénme un hombre que pelee conmigo!, vociferaba. ¡Si él
me vence, nosotros les serviremos a Uds.; si yo lo venzo, Uds. nos servirán a
nosotros!” era la consigna (I Sam. 17:9 y 10). La batalla que se avecinaba era
tan sólo entre dos hombres; nada comunes, por cierto, cada uno de ellos; con la
carga extra de que además el resultado de sus acciones involucraba a sus
respectivos pueblos y bandos.
La historia de David y Goliat parece salida de un cuento
para niños. Cuando era muy pequeño, antes de que tuviera una Biblia en mis
manos y comenzara a leerla, creía que se trataba de un cuentito de esos
clásicos de la literatura universal. Pero desde que la leí en la Biblia, no
solo me apasiona cada vez que reflexiono sobre ella, sino que no deja de
sorprenderme el extraordinario paralelismo que tiene con respecto de las
situaciones que como cristianos vivimos a diario. Así funciona. Esta historia
no es cuentito de niños. Es cosa muy seria y a pesar del tiempo transcurrido,
el evento aún continúa siendo de tremenda vigencia y actualidad.
Muchas veces, como cristianos y como personas que habitamos
este mundo corrupto y decadente, nos toca enfrentar situaciones delicadas,
difíciles. Tal vez un mal hábito que nos hace caer una y otra vez lesionando
nuestra propia autoestima; un lamentable error del que parecen no alcanzar los días de nuestras
vidas para arrepentirnos y llorar el remordimiento del daño causado; tal vez un
problema financiero, situaciones en el trabajo, en los estudios, un problema de
salud o algún triste evento familiar; o tal vez ese largamente acariciado sueño
que parece inalcanzable, que no llega nunca y nos quita la paz; pueden
constituirse en el “Goliat” que se pare frente a nosotros vociferando con
actitud desafiante y dando su victoria por sentada.
Honestamente, quien esto escribe ya perdió la cuenta de las
veces que se rinde, huye temeroso como los soldados israelitas, se va del campo
de batalla sin luchar y acaba sirviendo a las causas que aborrece. “Soldado que
huye, sirve para otra guerra”, dice un antiguo aforismo popular. Pero aquí los
términos de la rendición no son negociables. El que huye no sirve para otra
guerra. Es el que resulta vencido y con ello se somete a la humillante servidumbre
al vencedor.
Debo reconocer que muchas veces son las que me enojé y
guardé resentimientos contra Dios por esto. No entendía nada. Interpretaba que cualquiera
simplemente me podía odiar gratuitamente y literalmente hacerme la vida
imposible, y Dios no haría absolutamente nada al respecto. Que en soledad para
enfrentar la adversidad sin Dios, no tenía más opciones que rendirme y terminar
sirviendo al Goliat de turno. Me sentía lejos de Dios, triste, abandonado y
desprotegido.
Pero esto fue hasta que comprendí que tal como en la epopeya
de David, Dios no iba a bajar de los cielos a enfrentar y vencer al gigante, en
mi lugar. Dios no apartó a David del campo de batalla y peleó la batalla por
él. David, un joven pastorcito de ovejas, sin entrenamiento militar alguno fue
quien se tuvo que enfrentar al aguerrido y temible gigante.
Hoy he comprendido que son
MIS GIGANTES, MIS GOLIAT, que están hechos a mi medida y es a mí a quien le
toca enfrentarlos y vencerlos. Saúl intentó proteger a David con una
armadura, pero eso no logró otra cosa que hacerle las cosas más difíciles aún.
Hoy tal vez vivimos escudándonos en las armaduras mundanas y
así también nos va. David tenía todo lo que necesitaba para vencer. Dios ya lo
había puesto en sus manos. Sólo una honda de pastor y unas pocas piedras en sus
manos… y un escudo de la fe tan liviano como increíblemente poderoso!
Hoy Dios ha puesto en nosotros y en nuestras manos, todo lo
que necesitamos para enfrentar y vencer a nuestros propios gigantes. Una
oración eficaz, tal vez debería comenzar con una pregunta: “¿Señor cómo …?”
Por
lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda
la armadura de Dios, para que podáis
estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra
sangre y carne, sino contra
principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de
este siglo, contra huestes espirituales
de maldad en las regiones celestes. Por tanto,
tomad toda la armadura de Dios,
para que podáis resistir en el día malo,
y habiendo acabado todo, estar
firmes. Estad, pues, firmes,
ceñidos vuestros lomos con la verdad,
y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto
del evangelio de la paz.
Sobre todo, tomad el
escudo de la fe, con que podáis apagar
todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo
tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y
súplica por todos los santos;
(Efesios 6:10-18 RV60)
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Dios bendiga las reflexiones que Dios le permite compartir, son una bendición. En Cristo somos más que vencedores. Bendiciones.
ResponderBorrarCordialmente le invito a leer nuestros devocionales y sermones en: http://estudiosysermones.blogspot.com/