Equilibrio "pecadológico"
Equilibrio “pecadológico”
Por:
Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
E
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n la naturaleza, se da lo
que se denomina “equilibrio bacteriológico”. Tiene que ver con la constante
lucha entre los microorganismos que destruyen el cuerpo y aquellos que lo
defienden de tales ataques. Mientras exista un equilibro, podemos afirmar que
el cuerpo está “sano”. Esto de ninguna manera significa que está absolutamente
libre de los microbios nocivos. Lo que en realidad quiere decir es que los
microorganismos dañinos están presentes, pero de alguna manera permanecen
controlados. Nuestro cuerpo corruptible, a pesar de hallarse inmerso en este
mundo degradado fuera del Edén sigue siendo una máquina admirable, maravillosa.
Cada minuto, cada segundo, dentro de él se libran intensas batallas entre las
huestes del bien y las del mal. Entre los microorganismos invasores, tales como
bacterias, virus, microbios; y los soldados que están para defenderlo de estos
ataques, como los glóbulos blancos que se hallan en la sangre. Cuando
alguna de estas guerras se pierde en algún sitio dentro del cuerpo, es cuando
proliferan los organismos invasores y nos enfermamos. Es recién ahí donde nos
damos cuenta de la presencia de estos procesos. El desequilibrio se torna
evidente y aparecen los síntomas. Nos sentimos mal, la temperatura del cuerpo
se eleva, aparecen dolores en diversas partes… Cuando ese delicado equilibrio
se trastoca es cuando se pone en evidencia la corruptela.
Nuestra mente en algún
sentido funciona exactamente bajo los mismos principios. Tal como el cuerpo,
tiene mecanismos de defensa. Aunque no lo creamos, la actitud de negación, el
rechazo, ciertas manías y algunos olvidos son precisamente mecanismos de
defensa que tiene la mente cuando algo terrible y difícil de digerir se
presenta. Hay realidades terriblemente tristes que nos hacen daño, nos hacen
sentir tremendamente culpables. En esos casos tendemos a rechazar o negar lo
que es evidente. Hay situaciones traumáticas cuyos recuerdos nos molestan, nos
angustian, nos hacen sentir tristes y vulnerables. Preferimos enterrar esos
malos recuerdos pronto en el olvido. Cuando alguno de esos recuerdos ocultos en
el inconciente sigue generando daño, gana una batalla mental. Aparecen los
síntomas. Temores aparentemente infundados, estados de angustia, insomnio,
pesadillas recurrentes y frecuentes, trastornos de conducta y acciones
compulsivas, entre otras cosas. La mente se enferma. El desequilibrio se hace
pronto evidente. Es entonces, cuando nos damos cuenta de que algo puede no
estar tan bien como creíamos.
En el terreno espiritual,
es más o menos lo mismo. Todo está bien hasta que un día nos pasa algo que pone
en evidencia lo lejos que nos hemos ido de Dios y la ausencia de comunión con
El. La relación con Dios se torna tirante y difícil cual hijo disgustado con su
padre, abandonamos la
alabanza. El resentimiento, los pensamientos negativos y
corruptos, la frustración, la indiferencia y la apatía ganan terreno sobre la
fe y la esperanza.
Retornan vicios y malos hábitos que creíamos definitivamente
vencidos, inclusive, aparecen nuevos. Cuando una batalla se pierde; una vez más,
se torna evidente el desequilibrio.
En todos los casos,
primero lo notamos nosotros. Luego nuestro entorno más íntimo. Por último, lo
perciben todos y ya se vuelve imposible de gobernar, de disimular, de negar.
En todas las áreas de
nuestro ser, en nuestra condición inmersa en este mundo corrupto heredado de
nuestro padre natural Adán, vivimos en un delicado equilibrio entre lo bueno y
lo malo. Entre lo que edifica y lo que destruye. Entre lo que es de Dios y lo
que no. Con altos y bajos. Con triunfos y derrotas. En determinadas épocas
podemos estar muy llenos del Espíritu, en otras no tanto, pero lo que mientras
estemos en este mundo no vamos a poder evitar, es vivir no en pecado, pero sí
inmersos en un mundo lleno de él. Donde cada acción, donde cada pensamiento,
tanto los que se hacen evidentes a nuestra propia mente como aquellos que pasan
sin darnos cuenta, llevan esa impronta de pecado.
Cristo vino para librarnos
del poder del pecado y pagó el elevado precio de la condenación, pero esto de
ninguna manera significa que estamos absolutamente libres de, y ajenos a; los
pecados nocivos. Aún nos queda un camino por transitar mientras permanezcamos
en este mundo. Siempre estará el pecado asediando a las puertas del corazón. Es
decir: ninguno de nosotros está 100% libre de la presencia de pecados. Están
ahí, pero controlados. Con más o menos pecados… manteniendo el equilibrio
“pecadológico”.
Porque
yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
(Salmos 51:3 RV60)
Porque
es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y
cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la
palabra que está escrita: Sorbida es la
muerte en victoria. ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde,
oh sepulcro, tu victoria? ya que
el aguijón de la muerte es el pecado, y
el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean
dadas a Dios, que nos da la victoria por
medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que,
hermanos míos amados, estad
firmes y constantes, creciendo en la
obra del Señor siempre, sabiendo que
vuestro trabajo en el Señor no es en vano.
(1 Corintios 15:53-58 RV60)
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