Un mimo para un corazón roto
Un mimo para un corazón roto
Por:
Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
L
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os escritores cristianos
no somos igual que los escritores seculares. Puede coincidir en una misma
persona el escritor cristiano y el secular, es decir, el que escribe para Dios
y el que escribe sobre otros asuntos relacionados con nuestro pasaje por este
mundo. Pero la diferencia fundamental entre uno y otro, es que los escritores
cristianos de vocación, no lo hacemos para ganar dinero, fama, popularidad,
reconocimiento, ni ninguna de esas cosas que generalmente vienen de la mano de
un libro exitoso. Esto en sí mismo no es nada malo. Son bendiciones que pueden
venir con un libro cristiano exitoso. Pero lo que pretendo dejar en relieve es
que los escritores cristianos, no escribimos, MINISTRAMOS.
Y esa es una diferencia no
menor. Quienes escribimos para Dios, quienes ministramos a través de la palabra
escrita, hemos elegido OBEDECER un LLAMADO de Dios en cuanto a SER de BENDICIÓN
para los demás utilizando ese talento que Dios puso en nuestro ser. Alguien me
dijo una vez que los albañiles que Dios pone a trabajar en su obra, ya tienen
la cuchara y el balde en la
mano. Y eso es muy cierto. Las palabras, las ideas, la
capacidad de síntesis y/o de análisis y desarrollo, la claridad de pensamiento,
la sensibilidad; todo esto unido a cierta técnica y capacidad de redacción, son
las cucharas y baldes de argamasa que Dios ha tenido a bien concederles a estos
albañiles de Dios.
Hace unos días, encontré
digitalizada en mi computadora, la hoja de mi primera redacción. Mi esposa la
había hallado entre muchas cosas que mi madre dejó cuando partió a la Eternidad
y yo la digitalicé para no perder ese tesoro. Ya lo había olvidado, cuando
buscando otra cosa, la encontré entre unos archivos personales. Sólo tenía seis
años cuando la
escribí. Relataba un evento que había presenciado en la
escuela y cada niño tenía que componer algo sobre lo que más le había gustado.
Una redacción sencilla, de pocas palabras, pero de contundente fuerza
expresiva, sorprendente claridad en la exposición de los conceptos, ordenada y
objetiva en cuanto a las ideas… ¡Qué bueno es esto de ser crítico en uno mismo!
¡Pero que no se me haga costumbre!
Me emocionó volver a leer
ese manuscrito a lápiz una y otra vez. Y la crítica es para el niño de seis
años, no para el “niño” de medio siglo de la actualidad… o de antigüedad, no
sé; lo dejo al elevado criterio del lector.
Esto, junto al recuerdo de
algo que el año pasado un amado lector me envió a mi e-mail en alusión al
título de un artículo de Enrique Monterroza: “Naciste para esto”; me aportaron
seguridad, certeza de que éste es el camino, de que éste es el ministerio; aún
cuando la depresión por la que pasé hace muy poco estuvo a punto de hacer que
abandonara y tirara absolutamente todo por la borda (les tengo noticias… los
cristianos también nos deprimimos).
Y a esto apunto: al menos
en mi caso personal, he elegido obedecer a Dios en cuanto a ser de bendición
para los demás y lo hago desde lo profundo del corazón. Es una dulce entrega,
pero una entrega sacrificial. Duele. Las heridas del alma, profundas, que no
cierran, duelen y sangran todavía; son fuente de inspiración y motivo de
derramar el alma ante Dios y ante los hombres en la más absoluta certeza de que
lo que pasa dentro de mí y en mi relación con Dios puede ser de bendición para
los demás. Esto, dicho a sabiendas de que en mi debilidad, aún puedo caer.
Hace poco leía en el
personaje de “Mafalda” de nuestro genial y querido Quino; que la nena
preguntaba delante del espejo del botiquín: “-¿cómo se hace para colocarse esto
en el alma?” después de contemplar una triste escena en la calle (se refería a un
apósito para pequeñas heridas, “curitas” llamados aquí en Argentina, que tenía
en sus manos listo para aplicarlo).
Y todos somos así delante
de Dios. Algunos más fuertes que otros, algunos más sensibles que otros, pero
en definitiva la mayor parte de nuestras vidas vivimos buscando ese apósito
para el alma, y muchas veces, nos toca a nosotros aportarlo, aún con el propio
corazón roto. Mi hija, cuando era pequeñita, cuando algo la angustiaba se
abrazaba fuertemente a mí y llorando apretaba con fuerza sus pequeños puñitos
contra mi pecho. Un abrazo cálido, una palabra serena aportaba consuelo, paz y
quietud a su almita atribulada. Era su “curita” para el alma.
Hoy, en un mundo que se
retuerce entre dolores de muerte, necesitamos más que nunca ese abrazo
consolador, esa palmada en la espalda capaz de ahuyentar el frío de la soledad
y la apatía que nos rodea. Esa palabra de aliento tan necesaria emergida desde
lo profundo del corazón.
Este mundo clama por un
mimo proveniente del Altísimo. Alrededor nuestro no abundan justamente quienes
tengan la capacidad y disposición (ambas cosas a la vez) de señalar el camino
para hallarlo. Pero Dios cuenta con tu vida tal y como es para hacerlo. Lo
último que El necesita es vidas perfectas. Tu corazón roto y dolido puede ser
de bendición a los demás, no importa si escribes, eres un profesional o
realizas la limpieza.
De
tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo
en nada me gloriaré, sino en mis
debilidades. Sin embargo, si quisiera
gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo,
para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. Y para que la grandeza de las
revelaciones no me exaltase desmedidamente,
me fue dado un aguijón en mi carne,
un mensajero de Satanás que me abofetee,
para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he
rogado al Señor, que lo quite de mí. Y
me ha dicho: Bástate
mi gracia; porque mi poder se
perfecciona en la
debilidad.
Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que repose sobre mí el
poder de Cristo.
(2 Corintios 12:5-9 RV60)
Antes
sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos
unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros en Cristo.
(Efesios 4:32 RV60)
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