Olimpíadas especiales

Olimpíadas especiales
Por: Luis Caccia Guerra

Originalmente escrito para: http://www.mensajesdeanimo.com/
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Hace años, en oportunidad de realizarse las olimpiadas para personas con discapacidad en la ciudad de Seattle (EE.UU.), que en una valoración más positiva, en mi país se las denomina “Olimpiadas  especiales” en alusión a “capacidades especiales”; varios participantes con diverso grado de deficiencia mental, partieron desde la línea de largada de la carrera de los cien metros llanos. La consigna era dar lo mejor de sí y terminar la carrera.

Uno de los chicos, a poco de salir tropezó y cayó. Frustrado, golpeado y desanimado se quedó en el piso llorando sin atinar a levantarse y continuar.

Los otros, que ya se habían adelantado un poco, escucharon sus llantos, se pararon todos y cada uno de ellos se volvió sobre sus pasos.

Una de las chicas -cuenta la crónica- con síndrome de Down, se arrodilló junto al joven caído, le dio un beso y le dijo: “¡Ya estás listo para ganar!” Lo ayudaron a levantarse y todos juntos abrazados se encaminaron hacia la meta.

Un estadio entero estalló entonces en una vibrante, emocionada e intensa ovación de pie, que duró muchos y largamente prolongados minutos. Tanto fue así que a pesar del tiempo transcurrido desde aquella memorable jornada, hoy muchos espectadores recuerdan el evento como si hubiese sucedido ayer. 

Hoy, cuando el individualismo, la competencia y la globalización; la apatía y el helado puñal de la indiferencia están matando hermanos, amigos, vecinos… prójimos; no puedo menos que sentirme profundamente identificado con ambos protagonistas de esta historia.

Si bien quien esto escribe no tiene -¡esto, al menos en mis propias palabras!- deficiencias mentales, o alguna clase de discapacidad en lo físico … como muchas personas que transitan por esta vida; ¿quién de nosotros está plenamente “capacitado” para presentarse ante Dios y decir: -“Soy absolutamente normal y no tengo incapacidad alguna, ni defecto?” Hasta donde sé, ABSOLUTAMENTE NADIE.

Sin lugar a dudas ese muchacho caído en carrera y llorando ha sido quien esto escribe muchas veces. Y otras veces, muchas menos -debo reconocer- he sido la niña todo corazón que se vuelve, sin importarle ganar la carrera, le da un beso y le infunde una dosis gigante de ánimo y aliento al caído para continuar. Pero no se queda conforme con eso. Si no van TODOS JUNTOS, no va ninguno.

Ya va siendo hora de dejar a un lado la apatía y la indiferencia. Que nuestras oraciones vayan acompañadas de acciones concretas. Que reconozcamos de una vez por todas que en este mundo todos estamos corriendo no otra cosa que “olimpíadas especiales” aún cuando algunos han conseguido adelantarse algo más que otros. Que todos los que estamos en carrera sin excepción de ninguno, tenemos algún grado de discapacidad, que no lo podemos todo; pero que sin embargo, hemos sido dotados de “capacidades especiales” que Dios tuvo a bien darnos. Que éstas sólo funcionan en equipo y que sólo nos llevarán a la meta a todos juntos unidos en un todo.

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