Juan 3:16 - Amor, pero también fe y obra en acción

Juan 3:16 – Amor, pero también fe y obra en acción
Por Luis Caccia Guerra para http://www.devocionaldiario.com/

Cuenta esta historia cuyo autor desconozco, que una noche helada de invierno un niño se encontraba vendiendo periódicos en una esquina.

El pequeño vivía en la calle y dormía en una caja de cartón ubicada en un rincón para tratar de guarecerse lo mejor posible de las inclemencias del clima y de algunas “alimañas” que suelen andar sueltas.

Aquella noche, hacía más frío que lo habitual y la caja de cartón con la que pretendía proteger su frágil cuerpito, estaba claro que no iba a ser suficiente. Preguntó entonces a un policía, si sabía a dónde podría ir un niño en esas condiciones.

El uniformado le indicó una dirección cerca de allí y le dijo que cuando fuera atendido, dijera: “Juan 3:16”.

Así lo hizo el niño. La amable anciana que lo atendió cuando escuchó “la clave” lo hizo pasar; le dio de comer y finalmente lo bañó, le proveyó ropas y lo acostó en una mullida cama.    

Al día siguiente, después de levantarse muy temprano, la misma anciana le ofreció un desayuno como nunca en su cortita vida había disfrutado. El niño no entendía nada.

Esa mañana, la anciana se sentó junto al pequeño, abrió una gastada Biblia, leyó Juan 3:16 y le habló acerca de Jesús.

Fue entonces, cuando pudo comprender cómo el amor de Dios es capaz de hacer que un chiquillo en situación de abandono pudiera sentirse amado, seguro, protegido.

Ignoro si esta historia que alguien dejó circular por Internet hace algunos años, es un relato verídico o no. Sin lugar a dudas tiene muchas similitudes con la vida real. Lo cierto es que no puedo evitar sentirme profundamente identificado con el pequeñín de la narración.

Alguien dijo que todos los hombres conservamos el niño adentro, no importa la edad… ¡Y creo que tiene razón! Pero en este caso tiene un valor añadido. La primera vez que escuché y leí Juan 3:16, recuerdo que me emocioné en gran manera. Aún hoy, a pesar de más de treinta años transcurridos desde aquel momento, lo leo una y otra vez y siento los ecos de esa emoción.

Yo fui ese niñito perdido en medio de la helada, solitaria y negra noche; sin rumbo, sin protección. Mi corazón clamaba por ese amor de Padre que no había conocido.

“Dios te ama” había leído muchas veces en tantos lugares, pero sonaba a palabras vacías, lejanas, sin sentido para mí. No podía comprenderlo, toda vez que veía a Dios como “ese gran ausente”. Sin importar los detalles, había tanta mentira, desidia, cobardía alrededor mío y de mi historia personal y familiar, que tuvo que venir alguien que además de leerme Juan 3:16, tuviera la valentía de abrir el gran libro de las verdades de familia y “leérmelas” en voz alta, una por una sin importar las consecuencias… ¡y así lo hizo!

Fue entonces, y sólo entonces; cuando Juan 3:16 se hizo luz en mi vida y pude entregar mi vida al Señor.

Federico, un pastor amigo que trabaja en un ministerio con personas en situación de marginación, me lo resumió en unas pocas palabras: “No podemos hablarle del amor de Dios a una persona en situación de indigencia, si antes no le pones un plato de comida en el amor del Señor…”

Y es que nadie va a poder comprender el amor de Dios a menos que lo vea en acción. Para eso estamos nosotros.

Porque de tal manera amó Dios al mundo,  que ha dado a su Hijo unigénito,  para que todo aquel que en él cree,  no se pierda,  mas tenga vida eterna.
(Juan 3:16 RV60)

Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto,  así también la fe sin obras está muerta.
(Santiago 2:26 RV60)

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