Por: Luis Caccia Guerra Épocas de incertidumbre, de angustia, de preocupación. Las malas noticias se multiplican y desalientan hasta al cristiano mejor parado. Hoy nadie está en condiciones de decir con absoluta sinceridad, que en algún momento no sintió temor de salir a la calle, o que no tuvo miedo de entrar a cierto lugar ante la posibilidad de sufrir un contagio, o inclusive, temor de perder a un ser amado. Vivimos una pandemia de las muy pocas veces vistas en la historia de la humanidad, de tal magnitud, que literalmente paró el planeta. Y el pueblo cristiano, como habitante –mas no como ciudadano– del mundo (Filipenses 3:20), no se encuentra ajeno ni excluido de semejante situación. Hay quienes otrora cantaban fervorosamente en medio de sus congregaciones y hoy están asustados, llenos de temor al percibir las heladas alas de la muerte tan cerca. Hay quienes sin llegar a extremos, manifiestan profunda preocupación y temor ante las circunstancias. Y quienes exacerban la observa...