Serie: El Evangelio de Dios-Mensaje 4: La Obra de Cristo
Serie: El Evangelio de Dios-Mensaje 4: La Obra de Cristo
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Algunas
décadas atrás no nos habríamos imaginado que podíamos ver desde adentro nuestro
propio corazón, uno de nuestros órganos más importantes. Pero hoy, , gracias a
la tecnología médica, sí podemos llegar hasta el corazón y ver cómo funciona y da
vida. Pues bien, hoy yo los invito a llegar hasta el corazón del evangelio de
Dios, su centro, su núcleo. No será por medio de la tecnología, sino por la
Palabra y por la fe. Puede ser un poco crudo, chocante, pero es la verdad. Es
desde el cual Dios nos da, nos mantiene y nos renueva la vida espiritual que
necesitamos como personas, como matrimonios, como familias, como sociedad. Vamos a ver…
La obra de Cristo
El corazón del evangelio de Dios.
Primero, veremos “lo que hizo
en lugar de nosotros”, y luego “lo
que hizo a favor de nosotros”.
I.
Lo
que hizo en lugar de nosotros
Las
dos cosas que vamos a ver ahora son como dos aspectos de una sola obra.
A.
“Hecho
por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en
un madero)” (Gál 3.13; 2 Co 5.21). Cumplió la justa sentencia divina (Fue hecho
maldición). El domingo pasado
vimos que, según la Ley misma de Dios, si alguien desobedece al menos una vez
al menos uno de los mandamientos divinos es maldito de parte de Dios.
“Es maldito” significa: “Dios mismo lo ha sujetado al máximo castigo”, “Dios
mismo lo ha sentenciado a la pena capital”, la muerte. Y vimos que esta
sentencia no es demasiada severa o injusta, sino absolutamente justa, la que
realmente nos corresponde. Ahora bien, aquí leemos que Cristo fue “hecho por
nosotros maldición”. ¿Qué significa esto? Significa que él fue hecho por el
Padre, y que él se hizo a sí mismo, alguien bajo maldición, alguien sujeto al
máximo castigo, alguien sentenciado a la pena capital. No que él pecó y mereció
la maldición, el castigo y la sentencia; porque él nunca pecó. Sino que, aunque
era sin pecado, se hizo cargo de nuestra maldición, se echó encima nuestro
castigo, cumplió nuestra sentencia. Y esto lo hizo por voluntad propia, por su
gran amor, por su gran compasión, en lugar de nosotros. Él nos sustituyó, nos
reemplazó.
Se dice que en el siglo XIX
un juez tuvo que sentenciar a un delincuente a pagar una gran cantidad de dinero,
y de no poder pagarlo, debía ir a la cárcel. Pero al ver al delincuente tan
pobre y miserable, y al sentir una gratuita compasión por él, el mismo juez se
obligó a pagar aquel dinero, para salvar al delincuente de la cárcel. El juez
nunca fue culpable, pero se hizo cargo del castigo. Salvando las distancias, Cristo viene a ser
como este juez: ha dictado la justa sentencia contra vos, sabe que eso te significará
condenación eterna, siente compasión de vos, y él mismo, aunque es inocente, se
hace cargo de tu pena. Fijémonos: Dios no decretó un indulto; tampoco una
amnistía; porque en tales casos nadie habría pagado la pena que merecían las
ofensas contra Dios. Dios mismo (Cristo), sobre la cruz, se hizo cargo de la
pena impuesta por él mismo. Dice Is 534-5: “Fueron nuestras
debilidades las que él cargó; fueron nuestros dolores los que lo agobiaron… él
fue traspasado por nuestras rebeliones”. Esto lo hizo Cristo
porque te ama con amor eterno. Dios ha entregado a esta muerte su Hijo
unigénito, porque te amó de tal manera.
B.
Leamos: “…Cristo Jesús,
a quien Dios puso como propiciación por su sangre…” (Ro 3.24–25). “Dios…
nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4.10; 1 Jn 2.1–2; Heb
2.17). Sufrió la terrible ira
divina (fue puesto como propiciación). “Propiciación” es una palabra rara. No la usamos normalmente. Sin
embargo, al concepto sí lo conocemos muy bien, y lo usamos bastante. “Propiciar”
significa “hacer que alguien deje de estar enojado con otro, y lo trate bien”. Supongamos que Fulano es mi Jefe, y yo cometo
un error grave, y él se enoja mucho conmigo y dice que me va a despedir.
Entonces, Mengano, que me ama mucho, y que se lleva bien con Fulano, corrige de
algún modo mi error, luego habla con Fulano, y al fin hace que éste deje de
estar enojado conmigo, y vuelva a tratarme bien. ¿Qué ha hecho Mengano en la
relación de Fulano conmigo? Ha hecho propiciación. Bueno, Cristo hizo propiciación
entre nosotros y Dios; sólo que su propiciación es mucho más seria que la que acabamos de ver. Vamos a explicar: (1) Primero, debemos entender que Dios
es justo, y ante el pecado del ser humano, siente ira, se irrita, se indigna,
nos rechaza, no puede tener una buena relación con él. Dice la Biblia: “Dios es juez
justo, y está indignado contra el impío…” (Sal 7.11). “Dios muestra
su ira desde el cielo contra todos los que son pecadores” (Ro 1.18). La ira
de Dios no es irracional ni descontrolada, pero es ira de todos modos. Él se indigna o enoja, porque el pecado es una ofensa contra algún aspecto
de su forma de ser. (2) Segundo, para
que Dios deje de mostrar ira contra el pecador, y pueda tener una buena
relación con él, debe suceder una cosa, y sólo esa cosa: debe descargar justamente su ira en un castigo, debe derramar completamente
su ira en una muerte. Bueno, este texto dice que Dios puso a Cristo como
aquel que es castigado, como aquel que muere, recibiendo o absorbiendo toda la
ira de Dios. ¿Con que fin? Para poder mostrarle al ser humano favor y
benevolencia.
Hermanos, el arresto de
Jesús, las trompadas que le dieron, los escupitajos, el juicio falaz, los
azotes terribles e incontables, la corona de espinas, el cargar con la cruz
hasta el Gólgota, los clavos en las manos y los pies, la asfixia paulatina, la
muerte, la lanza clavada en el costado… El abandono de los suyos, el abandono
del mismo Dios, la burla de todo, la humillación extrema, la vergüenza total… Todo
eso fue la ira de Dios cayendo sobre Cristo, la ira que nosotros merecíamos por
nuestra rebeldía e incredulidad: por hacer dioses de nosotros mismos, por
imaginarnos a Dios a nuestro antojo, por no buscarlo ni admirarlo, por nuestro
maltrato verbal y físico, nuestras prácticas homosexuales, nuestro sexo fuera
del matrimonio, nuestros abortos, nuestra corrupción, nuestra ansiedad de que
se fijen en nosotros y nos aprecien, nuestra discriminación, nuestra
indiferencia antes las desigualdades económicas y sociales…. La ira que
nosotros merecíamos por todo eso cayó sobre Cristo. Y fue Dios mismo quien puso
a Cristo en ese lugar, con el fin de poder tratarnos con favor y benevolencia.
Hemos visto lo que Cristo
hizo en lugar de nosotros. Ahora veamos…
II.
Lo que hizo a favor de nosotros
Ahora vamos a ver lo que
Dios ya ha hecho a favor de los que confiaron en Cristo como Salvador, y lo que
puede hacer a favor de los que hoy confíen en Cristo como Salvador. Esto lo
puede hacer solamente sobre la base de lo que hemos visto hasta ahora.
A.
Dice: “Siendo justificados
gratuitamente por su gracia” (Ro 3.24). Nos justificó. ¿Qué quiere decir eso? Vamos
a tratar de explicarlo. Ubiquémonos en el mundo judicial. Dios es el juez
soberano. Él tiene delante suyo el expediente judicial de cada uno de nosotros.
Este es el expediente tuyo que tiene Dios. En ese expediente Dios tiene anotadas
todas, todas, todas tus trasgresiones a la Ley de Dios. Luego, tiene también
una sentencia justa contra vos: dice que debés morir, existir separado de Dios
para siempre. Si vos fallecés sin haber confiado en Cristo, la sentencia se
cumplirá y vos quedarás separado de Dios eternamente, sin posibilidad de
resolverlo. Ahora bien, volvamos hacia atrás, antes de fallecer. Si antes de
fallecer vos confiás en Cristo como Salvador, y acudís a él para el perdón de
tus pecados, va a suceder la justificación de la que estamos hablando: Dios, como
juez soberano declarará solemnemente que tu sentencia ya fue cumplida. ¿Por
quién fue cumplida? Ya lo vimos: ¡por Cristo! Por tanto, quedás libre de toda
condenación. Eso lo dice en Romanos 8.1. Y en 5.9 dice: “Por él seremos salvos
de la ira”; y en 8.33 dice que nadie volverá a poner en una causa judicial al
que Dios justificó.
Hermano querido, gracias a
Cristo, Dios ha resuelto solemne y eternamente tu problema judicial. Ya todo
está solucionado. Nunca más te pasará factura eterna. Nunca más te llegará una
citación que ponga en peligro tu futuro eterno. No hay sorpresas a la vuelta de
la esquina. Amigo querido, si hoy mismo vos confiás en Cristo para tu
salvación, esto también será una realidad para vos.
B.
Ahora leamos: “Por Jesucristo hemos
recibido ahora la reconciliación” (Ro 5.10). Nos
ha reconciliado con él. Que Dios nos haya
reconciliado con él significa que ahora por la eternidad tenemos paz con él (Ro
5.1); significa que Dios nos asegura actitudes y tratos paternales: Por
ejemplo: (1) Nos asegura generosidad
gratuita: estamos en su gracia, liberalidad paterna, y promete que nos dará
todas las cosas que estén de acuerdo con su voluntad y le pidamos (Ro 5.2; 8.32;
1 Jn 5.14-15). (2) Nos asegura un
trato favorable y benefactor: él está a nuestro favor, y hará que todo nos
ayude para nuestro bien, incluso los gemidos de dolor y las tribulaciones (Ro 8.28,
31). (3) Nos asegura un amor
inseparable: él nos mostró su ternura y benevolencia entregando a su Hijo, y
nos dice que ahora nadie podrá separarnos de ese amor (Ro 5.8; 8.35, 39). (4) Nos asegura su gloria: no sólo
veremos su gloria, lo cual ya es maravilloso, sino también que seremos
glorificados, en nosotros mismos seremos completamente transformados como él es
(Ro 5.2; 8.18, 30).
Así que, ahora Dios es para
vos un Papá, un Padre que siempre tiene los brazos abiertos para abrazarte. En
él encontramos consuelo, amor, contención, seguridad.
Conclusiones
Después de ver la obra de Cristo, el corazón del
evangelio de Dios, decimos:
Toda la gloria es de Cristo; toda la admiración es
hacia él. No podemos jactarnos de nada.
La obra de Cristo es lo único que puede satisfacer
nuestra alma; y si no se mantiene a la vista todos los días por la fe, no
estaremos satisfechos, ni en paz, ni tendremos sentido, y empezaremos a buscar
por otros lados la satisfacción.
En la obra de Cristo encontramos todo el amor y el
significado que nuestro ser interior necesita.
Amigo, Dios te ha mostrado cuánto te ama, te ha
mostrado tu pecado… Confía en este Dios como Salvador…
Foto: https://pixabay.com
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