El Evangelio de Dios Mensaje 3 - La Ley de Dios

a Ley de Dios

Serie: El Evangelio de Dios
La Ley de Dios - Su función respecto del Evangelio de Dios
Texto original del Mensaje compartido por el Pastor Diego Brizzio el 10/06/2018
Iglesia Cristiana Evangélica “Sígueme”
España 155 Godoy Cruz Mendoza Argentina
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Aquí tenemos las tablas de la Ley de Dios… ¿Se acuerdan cuáles eran los 10 mandamientos? … Aquí están en orden:
Œ No tengas ningún otro dios aparte de mí.  No te hagas ninguna clase de ídolo ni imagen (para representar a Dios) ŽNo hagas mal uso del nombre del Señor. Acuérdate de guardar el día de descanso. Honra a tu Padre y a tu madre. No asesines. No adulteres. No robes. No declares falso testimonio. No codicies.
Estos diez mandamientos morales son como una síntesis de todos los otros mandamientos morales que están en la Biblia. Los primeros cinco muestran formas mínimas de amar a Dios sobre todas las cosas; y los otros cinco, formas mínimas de amar al prójimo como a uno mismo. Dios nos los dio para que viviéramos de acuerdo con su forma de ser (todos los mandamientos morales están basados en Su forma de ser), y para que todo nos fuese mejor (todo va mejor cuando cumplimos los mandamientos). Ahora bien, ¿qué tienen que ver estos mandamientos con el evangelio de Dios? En esta serie estamos considerando el evangelio, la noticia más importante, la que cambia radicalmente nuestro presente y nuestra eternidad, que cambia nuestra relación con Dios y nuestra adoración, nuestros corazones, relaciones familiares, trabajos, etc. ¿Qué tiene que ver La Ley de Dios con esta noticia o evangelio? Bueno, ese es el tema de hoy:
La Ley de Dios
Su función respecto del evangelio
Vamos a ver primero una función que NO tiene, y luego tres funciones que sí tiene.   
I.          Leamos Romanos 3.20: “Por las obras de la ley [por cumplir lo que la Ley ordena] ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado(Ro 3.28; Gál 2.16; Ef 2.8-9). Así que, la función de la Ley de Dios NO es decirnos lo que debemos cumplir para que Dios nos salve. Cuando éramos chicos a muchos nos enseñaron esto: “—La Ley de Dios te dice lo que vos tenés que cumplir para que Dios te salve. Es una lista de requisitos o condiciones para que Dios te deje entrar al cielo”. Y esa es la idea que todavía circula en el aire de la religión: que para salvarse hay que ser buena gente. En realidad se sabe que nadie cumple todos los mandamientos, todo el tiempo, pero popularmente se supone que es como un sistema de puntaje o de méritos: mientras más mandamientos cumplís, más puntos o méritos amontonás para el día del juicio, y más posibilidades tenés de que Dios te valore, y te salve. Hay muchos aquí que todavía piensan así. Pero no; de ninguna manera es así. Dios nos dice que por obedecer su Ley nadie obtendrá la salvación. No importa si cumplís nueve de los diez mandamientos, ni si cumplís los diez 364 día al año. Dios no salva a nadie porque cumpla su Ley. Metételo en la cabeza: La función de la Ley de Dios NO es decirnos lo que debemos cumplir para que Dios nos salve.
II.         Volvamos a leer Romanos 3.20: “Por medio de la Ley es el conocimiento del pecado”. Y aquí tenemos más textos: La ley se introdujo para que el pecado abundase” (Ro 5.20). ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Ro 7.7). “¿Para qué se entregó la ley? …Para mostrarle a la gente sus pecados” (Gál 3.19). Está muy, muy claro que la primera función de la ley divina es Mostrarnos que somos muy pecadores. Dios nos la dio para que nos demos cuenta de que ofendemos o irritamos mucho a Dios.
Vamos a ilustrarlo así: supongamos que esta línea es la Ley de Dios, la vida que él nos ordena; recta, perfecta, santa. Bueno, Dios nos la ha dado para que, al leerla, la comparemos seriamente con nuestra vida real, con la conducta externa, y con los impulsos internos. ¿Y qué encontramos cuando hacemos esta comparación de manera honesta y humilde? No sé vos, pero yo encuentro que soy o estoy así: totalmente torcido delante de Dios. Supongamos que la Ley, la vida ordenada por Dios, es esta hoja en blanco: limpísima, purísima. Dios nos la ha dado para que, al meditarla, la comparemos seriamente con nuestra vida real. ¿Y qué vemos cuando la comparamos? Yo encuentro que estoy así: totalmente sucio, manchado, impuro delante de él.
A ver; con total seriedad, honestidad y humildad: lYo no confío siempre completamente en el Señor. Muchas veces confío solamente en mí, en mis capacidades, en el dinero, o en alguna persona o cosa. En mi vida anterior, incluso, confiaba en vírgenes y santos. lYo no pienso en Dios como un ser espiritual y diferente de todo lo que conozco. Muchas veces me lo imagino como él no es: lo imagino ausente, o cómplice con mi pecado, o con alguna otra característica que él no tiene. Así que, pequé contra el primer y segundo mandamiento. Y de ahí, para abajo: lHe asesinado, porque Jesús aclaró que insultar o maltratar es, para Dios, tan serio como asesinar. lHe adulterado, porque Jesús aclaró que imaginarse cosas con un tercero es, para Dios, tan serio como el contacto físico. — En fin, yo leo la Ley y veo cuán santo y puro es Dios; y la comparo con mi vida y corazón, y me cuán torcido, sucio y transgresor soy yo. ¿Y vos? Espero que no digas que no, porque “no hay justo ni aun uno… Todos hemos violado la Ley de Dios”. Al leer la Ley, vos y yo debemos unirnos a David y orar como él: Yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Sal 51.3–4). Debemos unirnos a Pablo, y admitir como él: “Yo soy carnal, vendido al pecado… el pecado habita en mí… en mí no habita el bien… Hay una pulsión en mis miembros que hace que me rebele y peque… ¡Miserable de mí!” (Ro 7.13-23). ¿Reconocés tus rebeliones al leer la Ley; admitís tu tendencia radical contra el Señor? oHermanos, amigos, la función de la Ley de Dios es mostrarnos que somos muy pecadores. Vamos con la segunda función:
III.        Leamos: Según el justo decreto de Dios, quienes practican esos pecados merecen la muerte” (Ro 1.32). “La paga del pecado es muerte” (Ro 6.23). “Todo lo que la ley dice, lo dice… para que… todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Ro 3.19). [En la Ley está escrito:] “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gál 3.10). La segunda función de la ley divina es Mostrarnos la sentencia de Dios. Dios nos dio su Ley para mostrarnos su dictamen judicial contra los pecadores.
Pensemos en una buena ley humana: ¿qué prescribe o determina para cada tipo de delito? … Prescribe la pena, el castigo que debe recibir el delincuente. Por ejemplo, el Código Penal argentino determina que para el estafador la pena debe ser de entre 1 mes y seis años de prisión. Bueno, la Ley divina hace lo mismo: muestra cuál es la pena o sentencia que Dios le ha impuesto a todo trasgresor. El texto de Gálatas es tan CLARO como SERIO. Dice que si alguien desobedece al menos una vez, al menos uno de los mandamientos de la Ley, es maldito. “Es maldito” quiere decir: “Queda sujeto al máximo castigo: debe ser separado de Dios para siempre”. “—¡Semejante pena, incluso por un pecado!” Sí; porque la ofensa no es de un hombre contra un hombre, sino de un hombre contra el Dios Soberano, Santo y Creador. Sí, es justa la sentencia divina de apartar al trasgresor de sí mismo para siempre. Esa sentencia es justa y debe cumplirse. Debe haber muerte. ¿Soy un trasgresor que todavía no ha creído en Cristo como Salvador? Entonces la sentencia de existir apartado de Dios para siempre todavía está sobre mí. Todavía estoy en la culpa, en el remordimiento, con el corazón vacío, sin sentido de trascendencia, sin propósito de vida, sin seguridad para después de la muerte… La Ley de Dios nos muestra la sentencia de Dios. Vamos con la tercera función:
IV.       Leamos: “¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte?” (Ro 7.24) “La ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe” (Gál 3.24). Después de mostrarle al ser humano que es transgresor, cuál es la sentencia divina, y que él no puede hacer nada por salvarse, la Ley hace lo último que puede hacer: hace que nos preguntemos quién puede librarnos. Hace que busquemos a alguien que realmente pueda ayudarnos en esta situación judicial tan seria, hace que necesitemos un Salvador capaz, eficaz, real, genuino. ¿Quién me librará, quién me librará? Y listo. La Ley ya no puede hacer más nada que traernos hasta este punto.
Y es en este punto donde tenemos que escuchar y aceptar las buenas noticias acerca de Cristo Jesús. Es en este punto que tenemos que oír que él, y sólo él, es el Salvador que necesitamos, el capaz, el eficaz. Por amor, el Hijo de Dios se ofreció a sí mismo para morir en la cruz en nuestro lugar… (escuchá esto) para cumplir la justa sentencia que pesaba sobre nosotros. ¡Por amor, él sufre nuestro castigo en la  cruz, el justo en lugar y a favor de los injustos! Luego, al tercer día resucita, y luego asciende a los cielos. Hoy está gloriosamente vivo, y es el único Salvador, y está llamando a todos al arrepentimiento y a la confianza en él y en lo que hizo. Esta es la buena noticia que debemos escuchar y acoger inmediatamente después de que la Ley ha cumplido sus tres duras funciones.
Hermano querido, cada vez que te sientas atrapado por tu propia maldad, por tu propia debilidad, por tu falta de recursos internos… no tratés sencillamente de contrarrestar la situación obedeciendo este o aquel mandamiento (aunque ciertamente deberás corregir lo malo). No tratés de que Dios te mantenga o te eleve la “categoría” de hijo por medio de la obediencia a los mandamientos. Ya sos hijo gracias a Cristo. Nunca podrás hacer que Dios te acepte más de lo que ya lo estás. Antes que nada, acudí con arrepentimiento y fe a Cristo Jesús, volvé a escuchar y a abrazar las verdades del evangelio. Allí está quien realmente puede ayudarte, tu amante Salvador. Él ya te ha librado de la condenación eterna, y puede limpiarte de toda maldad ahora. Él puede hacerte sentir el gozo de su amor y de su perdón, y darte el poder para vencer. Otra cosa: la Ley nunca debe predicarse sin Cristo, y Cristo nunca debe ser predicado sin la Ley de Dios. Si predicamos la Ley sin Cristo, dejamos a la gente en la condenación; y si predicamos a Cristo sin la Ley, la gente no sentirá la necesidad de Cristo, ni verá la razón por la cual tuvo que morir. La función de la Ley es llevar a la gente hasta milímetros de Cristo. La función del evangelio es predicar a Cristo.
Amigo querido, si hoy has reconocido tu pecado y tu condenación, y te has preguntado quién puede salvarte, la respuesta es Jesucristo. Por lo que hizo, Él es el único Salvador al que podés acudir. ¿Querés acudir a él para que te perdone? ¿Confiás en él como Salvador?
Imagen: https://pixabay.com

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