Terremoto



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


La palabra terremoto” tiene raíces del latín: terra «tierra» y motus «movimiento». Literalmente movimiento de la tierra. Los movimientos telúricos también son denominados “sismos” o “seísmos”, según la palabra de raíz griega σεισμός «temblor»; «temblor de la tierra». La característica predominante del fenómeno es la sacudida brusca de la corteza terrestre en forma de ondas producida por la liberación de la energía acumulada. El suelo se mueve bajo tus pies. Generalmente, la ruptura o el proceso de acomodamiento de fallas geológicas, la fricción entre bordes de las placas tectónicas  y la actividad volcánica son los detonantes más comunes de un movimiento sísmico.

A escasos cinco km de la Ciudad de Mendoza, Argentina; lugar donde tengo el privilegio de vivir, desde cualquier punto de la ciudad, sólo basta echar una mirada hacia el oeste para encontrarse con el imponente y bellísimo fondo de la Cordillera de Los Andes. En días claros y de gran visibilidad se pueden observar a simple vista y con diáfana nitidez numerosos e interesantes detalles de las primeras estribaciones montañosas.  No obstante esta belleza gratuita cada día, nuestra ciudad tiene un pequeño “defectito”: Que es zona sísmica. En un día, los sensores de las estaciones sismológicas detectan cientos de movimientos telúricos, en una amplia mayoría de tan baja intensidad que resultan imperceptibles para los seres humanos o se confunden con ruidos y vibraciones propias de la gran actividad. Pero hay algunos movimientos  “que se hacen respetar” por su intensidad y duración. A quien esto escribe la sola idea de que el piso se mueva debajo de sus pies, simplemente lo aterroriza. Ya puedo imaginar la sonrisa sarcástica al leer esto, en los rostros de quienes me conocen personalmente…

A lo largo de mi vida he estado en al menos dos movimientos telúricos de importancia. Hay que estar allí para saber lo que se siente durante un evento de estos. Hay quienes sólo los conocen a través de los medios de prensa, pero para quienes hemos sido sorprendidos en medio del escenario, resulta ser un espectáculo dantesco, además de perturbador y angustiante. En aquellas ocasiones, recuerdo que tuve que permanecer arrodillado o sentado en el suelo, porque no podía tenerme en pie; la violencia del movimiento me hacía caer. No sólo es el piso que se mueve con singular intensidad y no se sabe cuánto más se va a prolongar, cuando cada segundo parece no terminar nunca; sino el estruendo de paredes derribadas, vidrios de ventanales se explotan, ruidos de ramas de árboles que se sacuden o caen, los chasquidos del cableado eléctrico, algunos “ingredientes” de un espectáculo triste y desolador. Pero lo más terrible de todo no es esto, lo que atraviesa el alma como puñal, son los gritos de terror de cientos de personas en pánico o atrapadas en peligro de muerte. Pocas veces he sentido la helada presencia de la muerte tan cerca.

Cuando todo pasa, vienen réplicas. Más movimientos durante varios días, pero también viene otra clase de actividad, y es la de limpieza, remoción de escombros, rescate de víctimas y más tarde, el proceso de reconstruir, de juntar los pedazos y comenzar a edificar de nuevo. A veces con importantes pérdidas en vidas y bienes que lamentar.

En un mismo sentido, a veces Dios permite en su amor de padre, que pasemos por un trance similar. Es cuando la tierra permanece en perfecta quietud, pero se desencadena otra clase de “terremoto” en nuestras vidas y todo ese mundito que con tanta dedicación hemos construido se derrumba a nuestro alrededor sin que podamos hacer absolutamente nada.

En un mismo sentido, me viene a la memoria la odisea de un arquitecto que un día encuentra un error de cálculo en el edificio que construía. Ya estaba prácticamente erigido el 100% de la obra gruesa.  El conocía perfectamente la solución al problema, pero ello implicaba además de las consecuencias de reconocer públicamente su error, incurrir en demoras de los plazos que no estaban ni remotamente estipuladas en el contrato y un incremento en el presupuesto ya de por sí bastante abultado que nadie estaba en condiciones ni dispuesto a afrontar.  Optó entonces, por “compensar” la falla en lugar de demoler parte del edificio. Para ello, tuvo que cometer deliberadamente otros cuantos errores más. El edificio fue finalmente entregado y habitado, pero años después, por casualidad alguien descubrió el problema y la edificación tuvo que ser demolida con todo lo que ello implicaba.

A veces, así resulta ser nuestra vida. Nos obstinamos en construir como sinceramente mejor nos parece, sin considerar que Dios, el Gran Arquitecto, tiene otros planes y otros planos para nuestras vidas. El arquitecto no pudo demoler parte de su edificio, cuando aún podía hacerlo. Nosotros tampoco estamos dispuestos a hacer lo mismo con el edificio de nuestras vidas. Vienen entonces los sismos que desploman todo nuestro ser y en medio del quebranto no nos dejan más opción que sufrir el dolor y comenzar a recoger los pedazos para construir de nuevo.

Poco podemos racionalizar y aun menos intentar entender la mente y los propósitos de Dios cuando un evento de estos se desencadena en nuestras vidas; excepto, como dice James Dobson: “dejar que Dios sea Dios” y sólo confiar.

Dios es nuestro amparo y fortaleza,  Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto,  no temeremos,  aunque la tierra sea removida, 
Y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas,
 Y tiemblen los montes a causa de su braveza.  Selah Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios,
 El santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella;  no será conmovida.
 Dios la ayudará al clarear la mañana. Bramaron las naciones,  titubearon los reinos;
 Dio él su voz,  se derritió la tierra. Jehová de los ejércitos está con nosotros;
 Nuestro refugio es el Dios de Jacob.  Selah Venid,  ved las obras de Jehová,
 Que ha puesto asolamientos en la tierra. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra.
 Que quiebra el arco,  corta la lanza,
 Y quema los carros en el fuego. Estad quietos,  y conoced que yo soy Dios;
 Seré exaltado entre las naciones;  enaltecido seré en la tierra. Jehová de los ejércitos está con nosotros;
 Nuestro refugio es el Dios de Jacob.  Selah
(Salmos 46:1-11 RV60)


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