Arrebatando bendiciones
Arrebatando
bendiciones
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
En el lugar donde vivo, llueve muy pocas veces al año. Pero
cada vez que lo hace, la lluvia tiene una muy particular forma de anunciarse, y
es con una característica brisa que huele a ozono. Cuando esta fina y fresca
brisa llega, ya no queda duda alguna de que la lluvia no se va hacer esperar.
Con frecuencia, comparamos las lluvias con las bendiciones
que provienen del cielo de Dios. De hecho en las Escrituras hallamos unos
cuantos ejemplos de la lluvia como una bendición de parte de Dios.
Sin embargo también hallamos en la Palabra que así como sale
el sol para el bueno y para el malo, también llueve tanto para uno como para
otro. Que ser creyentes y justificados en su infinita gracia no implica una
póliza de garantía de que la adversidad nunca se hará presente en nuestras
vidas (Eclesiastés 7:13 y 14; 8:14; 9:2 y 3). Sí de que nada de lo que nos
acontece lo hará sin antes haber pasado por las manos de nuestro amado Dios.
¿Qué hace la diferencia entonces?
Hay sueños que anhelamos intensamente. Hay sueños que
perseguimos toda una vida con pasión e incansable trabajo. Sin embargo, a pesar
de los denodados esfuerzos y oraciones, esas bendiciones no sólo parece que
nunca llegan, sino que todo hiciera parecer como si cada vez estuvieran más
lejos. Y es que a menudo tendemos a confundir la lluvia que es para todas las
criaturas de este mundo; buenos y malos, justos y pecadores; con las bendiciones
de Dios para sus hijos.
Nuestro amado Dios tiene bendiciones “a medida” para cada
uno de nosotros. Tal vez no siempre coinciden con nuestros más fervientes
deseos o con lo que toda una vida esperamos, pero son bendiciones que a menudo
no sabemos ver y es tarea y responsabilidad nuestra discernirlas, correr y
hacer todo el esfuerzo necesario para ir en pos de ellas y tomarlas.
Literalmente arrebatárselas al Enemigo, que asecha como león rugiente buscando
a quién devorar (I Pedro 5:8).
Quien
vigila al viento, no siembra; quien contempla las nubes, no cosecha.
(Eclesiastés 11:4 NVI1984)
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