Culpa buena vs. culpa mala
Culpa buena vs. culpa mala
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Una de las numerosas acepciones de la definición de la
palabra “culpa” del Diccionario de la Real Academia
Española es: “Pecado o
transgresión voluntaria de la ley de Dios”. En cambio el diccionario de
psicología va algo más allá, respecto de los sentimientos relacionándola con “una situación emotiva-conflictual,
autocastigo, autoacusación, fenómeno típico de las neurosis y finalmente con
autopunición”, o lo que es lo mismo para este último término: “autocastigo” (paráfrasis, Diccionario de
psicología. Ed. Orbis S.A. Barcelona. 1985).
“por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Romanos 3:23 RV60) dice la
Escritura. Durante mis primeros años en la vida cristiana pasé
por una pequeña iglesia en la que su ministro predicaba con vehemencia la
culpa, el castigo y el infierno. Muchos años después, descubrí que en realidad
no era celo por las cosas del Señor, sino calculada y premeditada manipulación
para que la gente se “convirtiera” y se sometiera a su propia autoridad.
Hay
una culpa buena y otra mala. La buena, la sana, es esa que te da convicción de
pecado, de que hiciste algo indebido, de que a alguien le provocaste un daño o
injuria de alguna clase, de que te equivocaste feo con alguien y te lleva a
pedir perdón con humildad y quebranto de corazón. En ese caso, el perdón te
libera, te restaura.
La
otra culpa mala es esa que continuamente te está acusando y la que
irremediablemente te está condenando, constituyéndose simultáneamente en tu
fiscal, juez y verdugo. Hay personas que cargan por años, hasta inclusive toda
una vida con la culpa de un error o pecado cometido.
Jorge,
un amado y entrañable amigo de mis primeros pasos en la vida cristiana, a sus
jóvenes 14 años de edad comenzó a manifestar síntomas de depresión a causa de
esto. Se sentía tan culpable que ya tenía su propio veredicto y condena: la
posibilidad del infierno por una eternidad, lo volvía loco. Hoy es pastor ganador
de almas y sabe que la Gracia sublime de Dios reposa en él.
Dios
estableció una ley basada en tan sólo diez mandamientos. Es curioso que los
códigos civiles y penales, que los millones de leyes emanadas de los
respectivos poderes legislativos de los países del mundo, se basen en una
abrumadora mayoría en ellos. ¡En tan sólo diez reglas!
Sin
embargo ninguno de nosotros está en condiciones de arrogarse el no haber
quebrantado ninguna durante su vida. Fueron hechas evidentemente para que las
obedezcamos y como resultado de esa obediencia, gocemos de una vida sana.
Pero
también existe otra arista respecto de la Ley de Dios. Un delincuente se
constituye en tal cuando se prueba que ha infringido la ley, que ha
transgredido algo expresa y taxativamente enunciado en la legislación vigente
que dice que tal acto no se debe hacer y por lo tanto, es culpable de delito
quien lo hiciera.
Con
la Ley de Dios, ocurre otro tanto. No solo estaba para obedecerla, y
procurarnos una vida sana, sino también para probar que todos somos transgresores
de alguno de los artículos de esa Ley en la medida en que ninguno ha podido
cumplir estrictamente con todos.
Un
sabio proverbio oriental dice que “una cadena no es más fuerte que uno solo de
sus eslabones” y el Señor dice: “Porque
cualquiera que guardare toda la ley,
pero ofendiere en un punto, se
hace culpable de todos. Porque el que dijo:
No cometerás adulterio, también
ha dicho: No matarás. Ahora bien,
si no cometes adulterio, pero
matas, ya te has hecho transgresor de la
ley.” (Santiago 2:10-11 RV60)
Hoy,
amada/o, es el momento de liberarte de tu propia condenación y hacer que esa
pesadilla en vida que hoy transitas, se convierta en el perdón restaurador y
liberador de la
inconmesurable Gracia de nuestro amado Dios en tu vida.
Sólo
accede a través de la línea directa de Dios, la ORACION, y que no falten estas
palabras en tu boca: “Señor he pecado, perdón…”
por
cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús,
(Romanos 3:23-24 RV60)
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