PERDONAR DE CORAZON
Texto del mensaje compartido por el pastor Diego Brizzio el 21/05/2017
Iglesia Cristiana Evangélica “Sígueme”
España 155 – Godoy Cruz – Mendoza – Argentina
Leemos
nuevamente Gn 50.15-23. En el mensaje anterior, aprendimos sobre “Pedir perdón
de corazón”. En este mensaje vamos a aprender sobre…
Perdonar
de corazón
Lo
primero que haremos será echar por tierra algunas nociones o ideas equivocadas
que circulan por ahí acerca de lo que es perdonar.
I. Lo que NO significa perdonar de
corazón
A. Olvidar la ofensa. Todavía circula la idea de que perdonar es
olvidar la ofensa, en el sentido de experimentar amnesia. “Si Dios dice: ‘Nunca
más me acordaré de sus pecados’ (He 8.14), y yo debo perdonar como Dios
perdona, entonces todavía no he perdonado, porque todavía no he olvidado”. Sin
embargo, dos cosas: (1) Es cerebralmente
imposible olvidar del todo una fuerte impresión emocional, una herida. Nuestra
mente no se puede formatear como una memoria digital. Olvidar una ofensa no es
una virtud espiritual, sino una patología psiquiátrica. (2) Cuando la Biblia dice que Dios nunca más se acordará de nuestros
pecados, no quiere decir que Dios tenga amnesia; quiere decir que, al haber
descargado Dios toda su ira sobre la cruz de Cristo, el pecado de los creyentes
nunca más será traído a juicio, que ya no hay más ninguna condenación para los
que están en Cristo. Así que, el perdón genuino no significa “olvidar la
ofensa”, en el sentido de ya no encontrar su recuerdo en los bancos de nuestra
mente.
B. Dejar de sentir dolor. Algunos
identifican “perdonar” con “dejar de sentir dolor por lo sucedido”, pero esto no
necesariamente es así. Algunas veces sí, otras veces no, depende de varios
factores. Mientras José escuchaba a sus hermanos, lloraba, y no lloraba de
felicidad. Lloraba porque todavía lamentaba todo lo que había perdido: su casa
y tierra natal, años con su papá y su hermanito… Lloraba porque le dolía todo
lo que había sufrido: el odio, desprecio, rechazo, violencia, traición e
insensibilidad de sus hermanos; el destierro; la esclavitud, la mentira, la
cárcel. Si a vos todavía te duele no haber podido tener a tu padre o madre, o
la deslealtad de tu novio o cónyuge… ¡eso es natural y lógico! El perdón no necesariamente
borra el dolor o el lamento por la pérdida. Quiere decir que fuiste real y
profundamente dañado.
C. Negar o minimizar la
maldad recibida.
Algunos identifican
el perdón con decir: “Bueno, no pasó nada”, o: “Bueno, no es para tanto”. Pero
José no hizo eso. No negó ni minimizó en ningún momento la maldad recibida. La
llamó con su nombre y apellido, y le adjudicó la gravedad que realmente tenía.
Dijo: “Ustedes pensaron mal contra mí”; “Ustedes me hicieron una maldad”. Perdonar
no es negar ni minimizar el mal recibido. A las ofensas hay que aceptarlas como
realidad, en su verdadera magnitud. Solamente así se puede vivir en la esfera
de la verdad, y solamente así se puede empezar a hablar de sanidad. “Sí, esto
me pasó, y esto es realmente feo y malo”.
D. Restaurar indefectiblemente
la relación rota.
Algunos identifican el perdón con la indefectible restauración
de la relación rota por la ofensa. “Si no hay plena restauración, no hubo
perdón”. ¿Es esto tan así? Bueno, es verdad
que José parece haber restaurado su relación con sus hermanos, pero por
experiencia y por seguridad, creo que esto no siempre es posible, al menos de
la misma manera, o inmediatamente. En algunos casos, no será posible jamás. Por
ejemplo: si tu novio, te dejó por otra… Ya está… Realmente debés perdonarlo,
pero eso no significa que debas volver a una relación con él. Si tu pariente te
abusó, realmente debés perdonarlo, pero eso no significa que permitas que la
relación vuelva a ser cercana o familiar como antes. Debés poner distancia… Esto,
sin lugar a dudas, da mucho para hablar. Cada caso debe analizarse en
particular, y si es posible con consejeros o pastores maduros en la fe y en la
Palabra.
E. Arreglarlo todo en un
instante. Algunos circunscriben el perdón y todos sus
efectos a una decisión instantánea. Pero
en el caso de José, yo creo que esto no fue así. Desde que él reconoció a sus
hermanos, hasta este episodio del cap. 50, pasó un tiempo relativamente importante,
en el que hubo mucho dolor y lucha interior. Entonces les expresa formalmente
su perdón. En todo eso hubo un proceso.
Creo
que hasta llegar a la decisión de perdonar hay un proceso, y desde que tomamos
la decisión de perdonar también hay un proceso… Sí, es verdad, en Dios, el
perdón es un acto judicial instantáneo, después del cual —digámoslo así— él pasa
a tratarnos de inmediato como hijos… Pero creo que en nosotros el perdón
acabado es el producto de un proceso. Comienza, sí, con una intención o
decisión puntual de nuestra parte, pero todo lo que sigue, la sanidad
emocional, los cambios de conducta y el acercamiento relacional, se irá realizando
con el tiempo, con dolor, con lucha y con intención. No volvemos a cero en un
instante; el perdón logrado es el producto de un proceso.
II. Lo que SÍ significa perdonar de
corazón
A. Reprimir y renunciar a toda
actitud y acción retributiva personal. Esta
es la primera acción del perdón propiamente dicho es. Los hermanos de José pensaron: “Quizá José… nos dará el pago de todo el
mal que le hicimos” (v. 15). Tal vez quiera tirarnos a un pozo, o vendernos
como esclavos, o mandarnos a la cárcel, como nosotros le hicimos a él. Busquemos
su perdón. Busquemos que refrene, que reprima, que renuncie a acciones retributivas
contra nosotros; que no tome medidas, que no se vengue.
Lo
primero que queremos hacer cuando nos sentimos dañados u ofendidos es actuar en
retribución, tomar medidas por nosotros mismos. Queremos hacer que al otro le
duela lo mismo, que se sienta igual de mal que nos sentimos nosotros. Entonces,
pensamos cómo podríamos ofenderlo, ridiculizarlo, herirlo, dañarlo. “Yo te voy
a dar para que tengas”. “Las vas a tener que pagar”. “Siempre te voy a mirar
con cara de asco”. “No te voy a dirigir nunca más la palabra”… (esas son
actitudes). O: “Te voy rayar el auto”. “Te voy a desenmascarar delante de
todos”. “Me voy a quedar con toda la guita”… (esas son acciones).
Pero
la primera acción que Dios está buscando es que decidamos reprimir, refrenar y renunciar
para siempre a toda actitud y acción retributiva personal. (No hablo de
las acciones retributivas por parte de las autoridades civiles. Esas en algunos
casos deben seguir su curso.) Y vos dirás: “—Pero, ¿acaso no es justo qua a un
mal le corresponda un mal igual?” Sí es justo. Pero no somos nosotros —los
dañados— los que debemos ejecutar la retribución, los que debemos hacer
justicia. Por eso José dijo: “¿Acaso estoy yo en lugar de Dios? No. Yo no voy a
retribuir”. Queridos, lo primero es reprimir todas esas cosas que nos vienen a
la cabeza para hacerle a la persona que nos ha hecho un mal. “La ira del hombre
no obra la justicia de Dios” (Stg 1.20).
B. Hacer que las emociones
irritantes se desvanezcan. Dicen
los hermanos de José: “Quizá José nos guarde rencor” (v. 15). Lógicamente,
ellos suponen que él les ha guardado rencor, odio, y que si esas emociones siguen
estando pueden llegar a manifestarse en acciones retributivas personales. Por
eso, le piden perdón. Y hacen bien, porque perdonar es trabajar para que las
emociones irritantes se desvanezcan.
Toda
conducta moralmente mala con que me hayan dañado naturalmente genera en mí emociones
irritantes o cáusticas como la ira y el enojo. Esa ira es como un tallito.
Ahora bien, si yo cultivo, abono o riego durante algún tiempo esa ira o enojo,
siguen creciendo hasta llegar a ser espinas de odio, de rencor, amargura y
resentimiento… emociones más estructuradas y destructivas. En principio están
orientadas hacia el ofensor, y pretenden arruinarlo, matarlo, pero después
empiezan a internalizarse en nosotros como enredaderas rígidas y penetrantes, y
empiezan a asfixiarnos, envenenarnos y sofocarnos. Y entonces empezamos a tener
un rostro sombrío y grave. Hasta terminamos con enfermedades psicofísicas. Hace
poco, en el diario La Gaceta, de Tucumán, el médico psiquiatra Arturo Agüero,
decía que las personas que sienten ira
y odio casi en forma permanente pueden llegar a padecer una o más de estas
enfermedades: artritis reumatoidea, gastritis, colon irritable,
algún tipo de alergia, afecciones de la piel, el lupus, el vitiligo,
enfermedades cerebrovasculares, hipertensión arterial, migraña, fibromialgia y
hasta algunos casos de diabetes tipo 2”. Y no solo que nos enfermamos, sino que
también empezamos a decaer en nuestra relación con Dios, y en nuestras relaciones
con las personas que no tienen nada que ver: familiares, compañeros,
transeúntes desconocidos… Por toda esta destrucción, es muy importante que trabajemos
en desvanecer las emociones irritantes.
Tres
factores indispensables para que se desvanezcan: (1) Un poco de tiempo: ya lo hemos dicho, necesitamos un proceso. Las
emociones irritantes profundas no se desvanecen de la noche a la mañana. Anticipe
semanas, meses y hasta años… (2)
Oración: hagamos como los salmistas, que le expresaban a Dios todas las emociones
irritantes que sentían hacia sus ofensores… “¡Quiébrales los colmillos, oh
Dios! ¡Destrózales las mandíbulas a estos leones, oh Señor! Que desaparezcan
como agua en tierra sedienta… Que sean como caracoles que se disuelven y se
hacen baba, como un niño que nace muerto y que nunca verá el sol” (Sal 58.6-8).
(3) Apoyo fraternal: es importante
que compartamos nuestra situación emocional con algún hermano o amigo cristiano
de confianza, que nos escuche sensible y empáticamente. Con el tiempo, estos
tres factores nos ayudarán a desvanecer las emociones destructivas, para poder
perdonar de forma genuina.
Bien,
si hemos podido transitar los dos pasos anteriores, podemos asegurar o afirmar
que ciertamente ya hemos perdonado. Sin embargo, un proceso superior de perdón,
uno concepto elevadísimo del mismo, podría incluir dos pasos más, dos pasos que
solamente pueden darse por obra de Dios. ¿Está preparado para escuchar esos dos
puntos?
C. Aliviar psíquicamente al
ofensor. Los
hermanos de José sentían sospechas, miedo y vergüenza. ¿Y qué hace José como
parte de su perdón? Dos veces les dice: “No teman”, “No tengan miedo”. Dice que
“los consoló y les habló al corazón” (19, 21; ver también 45.5). En vez de echarle
leña al fuego, de avivar el miedo y la vergüenza, los alivia, los descarga, los
anima y fortalece. Evidentemente, el proceso de perdón en José había avanzado
mucho más allá de los dos puntos básicos.
Si
nuestro ofensor manifiesta o tiene miedo o vergüenza delante de nosotros, Dios
nos anima a que hablemos a su corazón: “Ya está, tranquilo”. “Ya no me mirés
con ojos de vergüenza”. “No tengas miedo”. Acercate amistosamente. Saludalo.
Metete en sus ruedas, acéptalo en las tuyas. Es una señal de avance —¡de verdadera
superación!— en el proceso espiritual del perdón poder aliviar de emociones
negativas a nuestro ofensor.
D. Servir generosamente al
ofensor. Este es el
último y más elevado paso del perdón. José
les dijo a sus hermanos: “Yo os sustentaré a vosotros y a vuestros pequeños”;
yo los mantendré con vida… y así lo hizo (20-21). José no sólo reprimió los
actos retributivos, desvaneció las emociones irritantes, y alivió psíquicamente
a sus ofensores, sino que llegó al punto que pudo servirlos generosamente.
¿Y
yo? ¿Podré llegar con mi perdón al punto de servir generosamente al que me
dañó, a hacerle bien, a ayudarlo? Así es el perdón de Cristo. Cristo no sólo
retiene y renuncia para siempre sus acciones retributivas, sino que nos bendice
inimaginablemente.
III. Lo que nos ayuda (u obliga) a
perdonar de corazón
En
la parábola de los dos deudores (Mateo 18.23-35) encontramos dos enseñanzas que
me ayudan u obligan a perdonar:
A. Imitar la gran
misericordia que Dios nos mostró al perdonarnos “millones”. Por
su gran misericordia, Dios me perdonó millones cuando arrepentido le pedí perdón.
Pues bien, a partir de esa misericordia recibida, yo también debo mostrar misericordia
y perdonar los miles que me debe el que arrepentido me debe perdón.
B. Advertir que el perdón de
Dios está condicionado por mi perdón. En
la misma parábola dice: “Entonces el rey,
enojado, envió al hombre a la prisión para que lo torturaran hasta que pagara
toda la deuda. Eso es lo que les hará mi Padre celestial a ustedes si se niegan
a perdonar de corazón a sus hermanos” (Mateo 18.34–35, NTV). Y en otro
lugar, Jesús dijo: “Si perdonas a los que pecan contra ti, tu
Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu
Padre no perdonará tus pecados.” (Mateo 6.14–15, NTV). El hecho de que yo
sea perdonado por Dios está de alguna manera condicionado por el hecho de que yo
perdone a mi ofensor cuando me pide perdón. Si quiero hacer que las personas
que me han dañado paguen aquí y ahora, Dios también va a hacer esto con mis pecados.
Él dirá: “—Ok, yo también te voy a dar aquí y ahora lo que te merecés por tus
ofensas contra mí. Tal vez así aprendas”.
C. Descansar en la justicia
futura de Dios. Supongamos que mi ofensor no da
muestras de arrepentimiento, y por tanto no me pide perdón. Podríamos decir que
es un incrédulo o un enemigo mío. ¿Debo perdonar a esta persona? ¿Cómo debo
tratarla? Debo tratarla como la palabra de Dios dice que debo tratarla. Dice: “Han oído la ley que dice: ‘Ama a tu
prójimo’ y odia a tu enemigo. Pero yo digo… ¡amen a sus enemigos! Hagan bien a
quienes los odian. Bendigan a quienes los maldicen. Oren por aquellos que los
lastiman” (Mt 5.44; Lc 6.27-28). Y en la misma línea Pablo expresa: “Queridos
amigos, nunca tomen venganza… En cambio, «Si tus enemigos tienen hambre, dales
de comer. Si tienen sed, dales de beber” (Ro 12.19-20). ¿Dice que debo
perdonar a un enemigo que no da muestras de arrepentimiento? … Explícitamente
no lo dice. Sin embargo, lo que manda es muy parecido, o idéntico a perdonar.
Fijémonos: uLa
orden: “Nunca tomen venganza”, ¿no es idéntica a lo que hemos aprendido, de
“Reprimir y renunciar para siempre a toda actitud y acción retributiva
personal”? uLa
orden: No odien, sino “amen a sus enemigos”, ¿no es idéntica a lo que hemos
aprendido, de “Hacer que las emociones irritantes se desvanezcan”? uLa
orden: “Hagan bien a quienes los odian, bendigan… Oren… denles de comer”, ¿no
es idéntica a lo que hemos aprendido, de “aliviar psíquicamente y servir
generosamente”? Sí, el trato que debo
darle a ese ofensor que no se arrepiente ni me pide perdón, es idéntico al
perdón.
¿Y
de dónde sacaré las fuerzas para tratarlo así, o perdonarlo? De descansar en la
justicia futura de Dios. Dice: “Dejen que
se encargue la justa ira de Dios. Pues dicen las Escrituras: ‘Yo tomaré
venganza; yo les pagaré lo que se merecen’” (Ro 12.19). Dios es el Juez de
toda la tierra, un Juez justo. Él promete que cada caso en que me hayan hecho
daño será traído a cuenta y resuelto con equidad. ¡Sí, es una promesa en que yo
puedo y debería descansar! ¡Así será! Esto es una gracia, una seguridad, una
tranquilidad para mí. No soy yo el que debo dictar y ejecutar sentencia. Él lo
hará. Yo quedo libre de hacer ese papel… En realidad, tengo prohibido cumplir
ese rol. Él mismo en persona, o por medio de alguna autoridad competente, lo
hará. Y esto me tiene que ayudar a perdonar a mi enemigo.
D. Quedar satisfecho con la
justicia pasada de Dios. Ahora supongamos otro ofensor que
tampoco da muestras de arrepentimiento, y tampoco me pide perdón, pero
oficialmente no es enemigo mío, sino un hermano en Cristo. Ya le he hablado, le
explicado de su ofensa, e incluso tal vez otros lo han hecho… pero nada. ¿Debo
perdonarlo? ¿Cómo debo tratarlo? Bueno, sí
debo perdonarlo. Dice: “Líbrense de toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas,
calumnias… perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes
por medio de Cristo” (Ef 4.31-32). Sí debo perdonarlo.
¿Y
de dónde sacaré las fuerzas para perdonarlo así? Bueno, de nuevo, del perdón de
Dios para con nosotros, pero también de la justicia que Dios ya ha hecho en
Cristo Jesús. Dice: “El Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos
nosotros” (Is 53.). Todos los golpes, los insultos y las humillaciones justos
que yo quisiera causarle a mi ofensor ya los recibió Jesucristo, y mucho, mucho
más. ¿Me es suficiente esa justicia? ¿Puedo quedar satisfecho? Eso debería
ayudarme a perdonar a mi hermano impenitente.
E. Impedir que Satanás se
aproveche.
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