PEDIR PERDON DE CORAZON
Texto del mensaje compartido por el pastor Diego Brizzio el 14/05/2017
Iglesia Cristiana Evangélica “Sígueme”
España 155 – Godoy Cruz – Mendoza – Argentina
Todos
estamos en alguna relación personal: tenemos padres, o tenemos hermanos, o abuelos,
o cónyuge, o hijos, o amigos, o hermanos en la fe, o vecinos, o jefe, o incluso
cualquier desconocido. Y todos sabemos que las relaciones personales son
frágiles, y muchas veces se rompen, o se desconectan… Y quiérase o no, eso trae
dolor, o por lo menos incomodidad. Necesitamos aprender cómo reconectar esas
relaciones.
Hay
dos grandes claves para volver a estar cerca: la primera es “pedir perdón de
corazón”, y la segunda, “perdonar de corazón”. Un error que he observado —y he
cometido— en la iglesia es que se ha enseñado muy mucho sobre “el deber de
perdonar”, pero muy poco sobre “el deber de pedir perdón”. Y este desequilibrio
ha hecho que, en realidad, casi no haya ninguna de las dos cosas: ni pedido de
perdón, ni perdón. Estoy seguro de que si hubiese más pedidos de perdón de
corazón, habría también más perdón de corazón; entonces, habría más relaciones
reconectadas, familias más unidas, amistades más profundas, iglesias más
fuertes, sociedades más sanas… Así que, veamos la primera clave:
Pedir
perdón de corazón
(Puesto
que los casos son tan diversos y complejos, en esta conversación no vamos a poder
considerar cada uno, ni responder todas las preguntas. Seguro que van a quedar
muchos “grises”.) En la Biblia hay varios pedidos de perdón,[1]
pero nosotros nos vamos a basar en uno de ellos: en el pedido de perdón de los
hermanos de José a José, según Génesis 50.15-21… Este pedido de perdón no es
perfecto, pero en él podemos aprender varias cosas:
I. Por qué conducta debo pedir perdón
Algunos
piensan que no deben pedir perdón ni siquiera cuando torturan a un inocente; otros
piensan que deben pedir perdón incluso por proyectar su sombra sobre otro. ¿Por
qué conducta debo pedir perdón? Veamos por qué conducta debieron pedirle perdón
a José sus hermanos: le hablaron con
hostilidad, se asociaron para dañarlo, pensaron en matarlo, lo arrojaron a un
pozo, lo vendieron como esclavo a traficantes extranjeros, lo arrancaron de su
padre, familia y tierra… Ya en Egipto, José fue esclavizado, calumniado,
encarcelado injustamente y olvidado ingratamente… Por todo eso, él tuvo muchos
sufrimientos. Seguramente se sintió humillado, traicionado, solo, distante…
(Génesis 37.4-5; 37.18-20; 37.23-32; 41.51-52; 42.24; 43.30-31; 45.2). ¿Por qué
conducta debieron pedir perdón a José sus hermanos? Hablando en general,
podemos decir que fue por su conducta moralmente mala con que lo dañaron. Y yo,
¿por qué conducta debo pedir perdón? Muy similar:
Debo pedir perdón por toda conducta
moralmente mala
con
que haya dañado.
A. ¿Cuándo una conducta es “moralmente
mala”? … Cuando hago o dejo de hacer algo de la
siguiente manera: (1) con cierta intención o previsión de daño,
es decir, cuando he buscado que la persona experimente algo negativo, o lo
preví y de todos modos lo hice; (2) con desconsideración o indiferencia,
es decir, cuando me comporté sin dar valor o importancia a algo o a alguien que
los tiene; (3) con imprudencia o negligencia, es decir, cuando me
conduje sin prever y resolver efectivamente algún peligro previsible. Cuando hago
o dejo de hacer algo de esta forma, entonces eso es moralmente malo.
¿Sé
darme cuenta cuando hago algo moralmente malo? ¿Tengo los sentidos ejercitados
en esto? ¿Qué te parece si hacemos un ejercicio? Llego casi
siempre tarde al trabajo. ¿Es moralmente mala mi conducta? SÍ. ¿Por qué? Porque
lo hago con previsión de daño, y también con negligencia, y también con
desconsideración. Noté
que mi esposa cargaba 6 bolsas de supermercado, y aunque podía ayudarla, no le
ayudé. ¿Es moralmente mala mi conducta? SÍ. Porque fui indiferente o
desconsiderado. Salgo
de la casa por 10 minutos para hacer compras, y dejo sólo a mi niñito mientras
una tetera se calienta sobre la cocina. Al llegar encuentro que se quemó con
agua caliente. ¿Es moralmente mala mi conducta? SÍ. Porque fue con imprudencia.
Le
saqué por una semana el celular a mi hijo adolescente, porque me faltó
gravemente el respeto. ¿Es moralmente mala mi conducta? NO. Porque no encaja en
ninguno de los puntos. Por el contrario, le estoy haciendo un bien. Me
acerqué a un hermano que de vez en cuando se emborracha, y amorosamente lo
animé a dejarlo. ¿Fue moralmente mala mi conducta? NO. Porque no fue para hacer
daño, ni fue con indiferencia. Mi
hijo no puede hacer solo una tarea, y yo le digo que es burro y estúpido. ¿Es
moralmente mala mi conducta? SÍ. Porque no considero sus sentimientos y la
forma en que él se va a ver a sí mismo.
Tengo
que aprender a darme cuenta cuando hago algo moralmente malo. Debo ejercitarme
con honestidad en esto.
B. Cada vez que hago algo
moralmente malo, daño. Algunos
de los daños que causo son inmediatos, y otros son mediatos. (1) Los
daños inmediatos son los que aparecen primero, como consecuencia
directa de mi conducta. Pueden ser: Físicos: daños en el
cuerpo, o en la salud. Por ejemplo: cuando maltrato, violo, causo un accidente,
o mi hijo se quema con agua caliente, etc. Psicológicos: daños en el
pensamiento o la percepción de la realidad, y en la conducta. Por ejemplo: cuando
le digo a mi hijo que es un estúpido, o insulto a alguien, me burlo, amenazo, manipulo,
engaño, desatiendo, etc. Sociales:
daños en las relaciones personales. Por ejemplo: cuando mancho la fama o imagen
que alguien tiene delante de los demás, cuando soy infiel a una relación,
cuando rompo relaciones de otros, etc. Económicos o materiales: daños en
todo lo que tenga que ver con la economía de alguien. Por ejemplo: cuando hago
perder ganancias, o arruino algún bien material, o hago perder ascensos
laborales, o que pierda el trabajo, etc. Estos son algunos daños inmediatos,
algunos daños que aparecen primero, como consecuencia directa de mi conducta
inmoral. ¿Te viene a la mente algún caso en que por alguna conducta moralmente
mala causaste algún daño de éstos? … Pero aparte de éstos, también están…
(2) Los daños mediatos. Son los
daños que aparecen después, como consecuencia indirecta de los primeros. Por lo
menos, hay dos: En la dignidad de la persona:
recordemos que todos los seres humanos fuimos creados a imagen y semejanza de
Dios, parecidos a él, como representantes suyos en el mundo. Eso es lo que
llamamos “la dignidad humana”, “el valor de las personas”, “el respeto que nos
debemos unos a otros”. Ahora bien, cuando yo daño a una persona en lo físico, o
en lo psicológico, o en lo social, o en lo económico, también estoy dañando,
afectando, lastimando, en mayor o menor medida, esa dignidad o ese valor
personal; estoy como profanando a la persona, como invadiendo un espacio
sagrado… Por eso, la gente que ha sido dañada se siente como manoseada, humillada,
ofendida. Este daño es muy serio, muy grave, muy profundo. El otro daño mediato es el
distanciamiento en las relación: antes de que yo
la dañara, esa persona estaba más o menos cerca de mí, más o menos bien
conmigo; pero después del daño esa persona se va a sentir mal conmigo, y
naturalmente va a tomar distancia. Puede sentirse decepcionada o defraudada, enojada
o irritada, con ganas de devolverme el mal o vengarse, puede sospechar que sigo
con malas intenciones y desconfiar… Y esos sentimientos, natural o
automáticamente, la van a llevar a tomar distancia de mí, a dejar de acercarse,
a impedir que me acerque, a cortar la comunicación, a dejar de interactuar conmigo…
en otras palabras, a romper o suspender la relación conmigo. Luego, esa ruptura
o suspensión puede también afectar a otros: a hijos, a padres, a la iglesia,
etc. Sin lugar a dudas, este daño en las relaciones también es muy serio,
porque las relaciones interpersonales son muy importantes para la salud
personal y social.
Así
que, el daño en la dignidad de la persona, y el distanciamiento en las
relaciones son los dos daños mediatos, los que aparecen como consecuencia de
los primeros, de los directos.
Cuando
yo tengo una conducta moralmente mala, daño a las personas. Es por esa conducta
que debo pedir perdón. Si el Espíritu Santo trae a la mente una conducta así, y
los daños que hice, debo pedir perdón.[2]
II. Cómo debo pedir perdón
No
se trata de pedir perdón de cualquier manera. Teniendo en cuenta que mi
conducta es moralmente mala, y que he causado daños, el pedido de perdón debe
tener un procedimiento correcto. Hay al menos seis cosas muy importantes que
tienen que estar:
A. Me comunico con la
persona que dañé. Los
hermanos de José se dirigieron a él. Parece que primero lo hicieron por medio
de un mensajero, y luego se hicieron presentes en persona (16-18).
Yo también debo proceder así: me
comunico con la persona que dañé. Algunos dicen: “―Yo no necesito ir a la
persona que dañé; con ir a Dios es suficiente”. No, no es suficiente con ir a
Dios. Aquí vemos que lo correcto es comunicarse con la persona dañada. Mateo
5.23-24 dice que los conflictos personales se resuelven en comunicación personal.
El hijo pródigo vino hasta su padre para pedirle perdón. Lucas 17.4 muestra que
el ofensor va hasta el ofendido para pedirle perdón. No; no es suficiente con
ir a Dios. Así que, me comunico con la
persona que dañé. Si es posible hacerlo personalmente, debo hacerlo
personalmente.[3]
B. Admito y menciono
claramente lo malo que hice. Los hermanos de
José expresan: “Todo el mal que le
hicimos… la maldad de tus hermanos y su pecado… la maldad…” (15-17). Al
dirigirse a José, sus hermanos reconocieron explícitamente el mal que le habían
hecho. Hablaron de maldad, de pecado, de mal. Yo también debo proceder así: Admito y menciono claramente lo malo que
hice. No debo hablar genéricamente, con imprecisión. No vale decir
solamente: “―Mirá, cometí un error”. “―Mirá, cometí una equivocación”. No.
Tengo que ser explícito y específico. (1)
Debo mencionar mi conducta moralmente
mala con nombre y apellido. “―Mirá, ya llevo varios días llegando tarde
al trabajo. Es una irresponsabilidad”. “―No te ayudé a cargar las bolsas. Fui
un desconsiderado”. Debo ser claro. (2) Debo imaginar y reconocer los daños que
causé. “―Eso de llegar tarde ha causado problemas a mis compañeros y ha
atrasado el trabajo del negocio”. “―Al no ayudarte con las bolsas que traías
seguro que te sentiste desatendida y desconsiderada por mí, y eso te frustra un
poco”. Así que, admito y menciono
claramente lo malo que hice.
C. Expreso lo mal que me
siento por lo que hice. Dice Génesis: “Y [los diez hermanos] decían el uno al
otro: «Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la
angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido
sobre nosotros esta angustia». Entonces Rubén les respondió, diciendo: «¿No os
hablé yo y dije: No pequéis contra el joven, y no escuchasteis? He aquí también
se nos demanda su sangre» … Y dijo José a
sus hermanos: Yo soy José… Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de
haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de
vosotros.” (Gn 42.21–22; 45.3–5). Al traer a la mente la mala acción que habían
cometido, y la angustia que había vivido José, sus hermanos ahora sentían una
ensalada muy fea de emociones: sentían culpa, auto-reproche, tristeza, vergüenza, confusión… y evidentemente se les notaba.
Estas emociones eran buenas, porque eran una señal de que estaban arrepentidos,
o de que se estaban arrepintiendo. Yo también debo proceder así: Debo sentirme mal por lo que hice, y
expresarle lo que siento. Si no siento nada malo por lo que hice, si no me
importa, entonces no tiene sentido que pida perdón. Primero me tiene que caer
la ficha de lo malo que hice, luego, de los daños que causé, y entonces dar
tiempo y lugar para que mis emociones reaccionen, con arrepentimiento, con culpa,
o vergüenza. Entonces, cuando siento estas emociones, debo decírselo claramente
a la persona dañada. Por ejemplo: “―Hijo, me siento mal por haberte dicho
“estúpido”. “Siento tanta bronca conmigo mismo por haber dejado esa tetera
hirviendo”. Así que, Debo sentirme mal
por lo que hice, y expresarle lo que siento.
D. Digo explícitamente: “Te
pido perdón”. Dice: “Viendo los hermanos de José que su
padre había muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de
todo el mal que le hicimos. Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de
su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad
de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te
rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre” (Gn 50.15–17). Llegó el momento
en que los hermanos de José explícitamente le pidieron perdón. Ellos vieron que José tenía razones para estar y proceder contra él,
así que le dijeron: “Te rogamos que nos perdones”. Le rogaron que no actuara contra
ellos con acciones retributivas. Yo también debo proceder así: Digo explícitamente: “Te pido perdón”. No
debo dar este pedido como sobreentendido. Debo expresarlo con todas las letras:
“—Realmente necesito que me perdones”. “—Me sentiría muy aliviado se me perdonás”.
“―Sé que vos tenés toda la razón para pensar mal de mí, y para sentirte mal conmigo.
Pero necesito que me perdones”. Debo
decir explícitamente: “Te pido perdón”. Esto es muy importante.
E. Me muestro dispuesto a restituir
o enmendar. Dice el texto: “Vinieron también sus
hermanos y se postraron delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos tuyos” (Gn 50.18). En otras
palabras, los hermanos de José le están diciendo: “—Estamos
dispuestos a servirte por lo que hicimos”. Ellos querían enmendar, corregir, remediar
o rectificar el daño causado, y querían hacerlo de alguna manera práctica. En
realidad, en el caso de José, era imposible que los hermanos enmendaran
práctica o concretamente todos los daños causados: los años perdidos de
relación cercana y cariñosa con su padre y su hermanito, todo el tiempo que
estuvo lejos de su tierra natal y de su entorno, todo el dolor, la distancia y
la soledad… ¿Cómo puede devolverse eso? Era imposible. Aun así, ellos
expresaron que había necesidad de una restitución o enmienda. Yo también debo proceder así: Me muestro dispuesto a restituir o enmendar. Seamos realistas. (1) Hay daños que NO se pueden enmendar concreta o fácilmente.
Por ejemplo, el daño emocional que causé si he abusado sexualmente a alguien, la
invalidez que causé a alguien mientras yo manejaba borracho, las heridas
psíquicas que dejo al insultar o denigrar verbalmente. Estos daños no se pueden
enmendar concreta o fácilmente. Sin embargo, incluso en estos casos, yo debo decir algo al respecto, para
mostrar que soy consciente de que, según la justicia, debería restituir. Por
ejemplo: “—Sé que no puedo devolver nada, ni restituir nada, y me da mucha
impotencia no poder hacerlo”. “—Si en algo pudiera ayudar, o servir, me pongo a
tu disposición”. Debo decir algo sobre la restitución. Ahora bien, (2) hay
daños que SÍ se pueden restituir práctica o más fácilmente. Por
ejemplo: Si
he desparramado una calumnia dentro de un grupo, debo restituir confesando
dentro del mismo grupo: “—Quiero confesar que lo que dije acerca de Fulano fue
una invención mía, una calumnia. No lo tomen en cuenta. Quiero limpiar el
nombre de Fulano. Perdón”. De ese modo, más o menos, tal vez se restituya la
buena fama de la persona afectada. Si he roto o
perdido algo, debo decir: “Te pido que me permitas repararlo, o comprarlo
nuevo, o pagarlo”. Si
he chocado a alguien, puedo asistirlo, pagar medicamentos, llevarlo a las
curaciones, etc. Este elemento es muy, muy justo, elemental, así que me muestro dispuesto a restituir o enmendar.
F. Me mantengo humillado. Dice el
texto: “Te rogamos que perdones [nuestra]
maldad… Vinieron también sus hermanos y se postraron delante de él” (Gn
50.17-18). Al dirigirse a José, y buscar su perdón, sus hermanos fueron
como debían ir: con humildad. Más aun: humillándose. Yo también debo proceder así: Me mantengo humillado. En todo debo reflejar humildad y
humillación. En mi tono de voz. No
uso tonos de voz duros y fríos, sino tonos propios de la tristeza… En mis gestos y miradas: No
miro hacia otro lado, ni para arriba, sino que alterno entre miradas a los ojos de la persona y miradas hacia
abajo… En mis posiciones. No
adopto una posición de impaciencia o desafío, sino de vergüenza y encogimiento.
En todo debo reflejar humildad y
humillación.
¿Cómo
procedo al pedir perdón? Por lo menos, hago esas seis cosas. Solamente estas
seis cosas juntas pueden poner en movimiento, aunque sea lentamente, la sanidad
en el corazón de la persona dañada. Solamente estos seis elementos juntos le
muestran que reconozco su dignidad, que entiendo sus pérdidas y sus vivencias
internas, que lamento la ruptura de la relación, que estoy siendo íntegro, que
ya no hay en mí ninguna mala intención contra ella, que sería posible ir
restableciendo una relación… Así que, es muy importante que al pedir perdón
haga estas seis cosas juntas. Si falta alguna de ellas, mi pedido puede quedar
bastante chueco, o ser poco creíble. Tenemos que ejercitarnos en proceder de
esta manera.
III. Cómo prepararme para pedir perdón
Llegar
a proceder de la manera que hemos visto no es sencillo. Necesito mucha preparación.
Hay dos cosas que deben estar preparadas:
A. Mi corazón debe estar
preparado. Mi ser interior debe haber sido capacitado
por Dios: (1) Preparado con los elementos necesarios: Con integridad, para evaluar bien mi conducta
y, en caso de ser moralmente mala, admitirlo. Con sensibilidad, para imaginar y sentir los
daños y los sentimientos que causé. Con voluntad, para buscar a la persona que
dañé, iniciar una conversación, y efectivamente pedirle perdón. Con
propiedad, para mantener durante la
conversación la actitud correcta y usar las palabras correctas. Y,
por último, con humildad, para
aceptar con comprensión la respuesta o la reacción de la persona, cualquiera
sea esa respuesta. Sí, mi corazón debe estar así de preparado o capacitado por
Dios para llegar al punto de pedir perdón. De otra manera, no podré pedirlo.
(2) Preparado por Dios como yo escoja.
Sólo Dios puede preparar bien mi corazón. Sólo él. Y él lo preparará usando una
de dos formas, la que yo escoja. La primera
es con mi pleno consentimiento y mi
oración. Esta es la forma más llana, más corta y más inteligente que puedo
escoger. Apenas tengo dudas sobre mi conducta, voy a la presencia de Dios —o
sigo allí—, y le pido sinceramente que prepare mi corazón con integridad, con
sensibilidad, voluntad, propiedad y humildad. Es Dios el que prepara mi
corazón, pero lo hace con mi consentimiento, y mi oración. Ésta es la manera más
llana, más corta y más inteligente de preparar mi corazón. Siempre debo escoger
esta manera de prepararme. La
segunda es sin mi consentimiento, pero
con mi sufrimiento. Esta es la forma la más tortuosa, larga e insensata. Es
la manera en que fueron preparados los corazones de los hermanos de José. Puesto
que ellos habían mantenido su perverso pecado en secreto durante años, y jamás
habían hecho nada, Dios tomó la iniciativa de preparar su corazón. ¿Y qué medio
escogió? El que escoge a menudo para trabajar en nuestro interior: el
sufrimiento. Tuvieron que sufrir el hambre, tuvieron que sufrir dos o tres
viajes hasta Egipto, tuvieron que sufrir un trato áspero, tuvieron que sufrir
dos veces la angustia de que se les arrancase a un hermano, tuvieron que sufrir
el reproche justo de su padre, tuvieron que sufrir idas y vueltas, tuvieron que
sentir mucha vergüenza… ¡hasta que al fin pidieron perdón! Ellos no habían
hecho nada con su gran maldad, pero Dios tomó la iniciativa de preparar su
corazón. Esta es la manera más tortuosa, más larga y más insensata de preparar
mi corazón para pedir perdón. Nunca debería escoger esta manera de prepararme. Algunos
de los sufrimientos que vivo hoy pueden ser sufrimientos que Dios está usando
para prepararme para pedir perdón.
B. La ocasión debe ser
adecuada. Alguien ha dicho: “Siempre es un buen momento
para pedir perdón”. En un sentido, es verdad, pero también es verdad que hay
ocasiones más propicias que otras. Por ejemplo: (1) Es mejor esperar que
las primeras emociones irritantes se calmen. (2) Es mejor que nadie
esté demasiado cansado. (3) Es mejor que no haya distracciones ni
falta de privacidad.
IV. Qué evito al pedir perdón
Evito
al menos seis cosas que contaminan un pedido de perdón:
A. Evito mentir.
Los hermanos de José “mandaron a decir a
José: ‘Tu padre mandó
antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la
maldad de tus hermanos…’” (Gn 50.16–17). Estos hombres mintieron. Jacob su padre no había
dejado dicho nada. Ellos inventaron esta parte. Pidieron perdón, pero contaminaron ese pedido con una mentira,
seguramente procurando manipular la voluntad de José, buscando que José se
viese como obligado a perdonar, para no contradecir la última voluntad de su
ahora difunto padre. Yo no debo hacer lo mismo. Evito mentir. Al pedir perdón, debo hablar solamente con la verdad,
y con toda la verdad. Por ejemplo: “—Perdón, jefe, por la llegada tarde casi
todos los días. Es que debo llevar a mi hijo a la escuela antes de venir para
acá” (y resulta que en la realidad lo lleva mi esposa). No debo mentir.
B. Evito presionar o exigir
que me perdone. Bajo ningún punto de vista debo decir
cosas como: “—Vos tenés que perdonarme. Acordate que la Biblia nos enseña a
perdonar. Perdoname ahora mismo…” ¡No! Como ofensor, no tengo ni el derecho, ni
la autoridad, ni el respaldo para exigir, ni para enseñar, ni para apresurar de
ningún modo a la persona acerca de su perdón. Así que, evito presionar o exigir que me perdone.
C. Evito forzar señales de
reconciliación. Algunas personas que van a pedir
perdón, antes que el otro les haya expresado que la perdona, dicen cosas como:
“—Venga un abrazo”, o: “—Venga un apretón de manos”. Tanto el abrazo, como el
apretón de manos, son señales de reconciliación, signos de que se está cerrando
un conflicto; sin embargo, no son señales que el ofensor pueda pedir, ¡y mucho menos antes que el ofendido haya
expresado que lo perdona! No son señales que el ofensor pueda forzar o exigir
al ofendido. ¡No! Esas son señales o signos que solamente el ofendido tiene la opción de dar libremente después de
perdonar al ofensor. No está obligado a darlas. Así que, yo, como quien va a
pedir perdón, evito forzar señales de
reconciliación. Si el ofendido acepta mi pedido de perdón, y me da esas
señales, las acepto, pero si no, no digo nada.
D. Evito relativizar el daño
causado. Algunos se atreven a decir cosas como: “—Bueno,
sinceramente yo creo que no fue un gran
daño el que te hice, pero si vos lo sentiste grande…” ¿Se dan cuenta? Minimizan
o relativizan el daño que provocaron. Yo no debo hacer eso. No debo decir nada que
empequeñezca el daño, ni siquiera cuando piense que es realmente pequeño. Es
verdad: puede ser que la persona dañada está exagerando o dramatizando; pero
también es verdad que puede tener otra percepción, otra sensibilidad. No soy yo
el que debe relativizar el daño. Así que, evito
hacerlo.
E. Evito culpabilizar a la
persona que dañé. A
veces puedo llegar a decir: “—Bueno, es que vos me provocaste, e
hiciste que yo reaccionara así”. “—Bueno, en realidad vos también tenés parte
de culpa”. ¿Se dan cuenta? Distribuyo o reparto la culpa de mi mal, a fin de no
ser hallado como único responsable, de no llevar solo toda la carga. Sí; puede
ser que la culpa realmente sea compartida; pero al momento de pedir perdón, yo
tengo que hacerme cargo de la parte que me toca a mí, sin mencionar la parte
que le toca al otro. Otras veces puedo
sacar a relucir pecados pasados del ofendido: “—Buen, vos también te
comportaste mal la otra vez”. “—Bueno, no te queda bien actuar como si vos
nunca hubieras hecho nada malo…” Al pedir perdón, no debo hacer notar ninguna
culpa del otro. Eso sería contaminar mi pedido de perdón. Ahora bien, si luego el
otro llega a referirse a sus culpas, está bien. Pero creo que no debo ser yo el
que se lo diga allí. Evito culpabilizar
a la persona dañada.
F. Evito excusarme usando
circunstancias. A veces puedo decir: “—Te maltraté así porque
estaba muy cansada, y había tenido un mal día”. “—Hijo mío, dejé esa tetera en
el fuego porque estaba tan apurada y tan estresada”. ¿Lo ven? Uso una circunstancia
como excusa absoluta, para no hacerme cargo de lo que hice. Sí; esa
circunstancia puede haber existido; realmente puede haber influido para que yo
actuara mal. Pero no debo usarla como una excusa, buscando quedar libre de mi
responsabilidad moral. Yo debo hacerme cargo de mi responsabilidad
completamente. Ahora bien, si el otro llega a preguntar por qué lo hice, puedo
mencionar alguna circunstancia, pero nunca justificándome. Evito excusarme usando circunstancias.
Así
que, al pedir perdón, debo evitar estas seis cosas, para no contaminar ese
acto.
V. Qué hago si no soy perdonado
Mientras voy a
pedir perdón, y mientras estoy pidiendo perdón, no debo ser idealista, ni demasiado
optimista. Debo considerar la posibilidad de que el otro no me perdone en el acto,
que me diga que necesita tiempo, o de que francamente me diga que no puede
perdonarme, o que no me perdonará jamás. ¿Qué hago si no soy perdonado en ese momento,
o no soy perdonado jamás? Bueno, recién dijimos que debo evitar exigir y
apresurar el perdón. Eso sigue en pie. No debo exigir ni apresurar nada. Pero
agreguemos algunas cosas más:
A. Muestro comprensión.
No debo decir cosas como: “—¡Ahh… qué decepción, qué frustración! Yo pensé que
me ibas a perdonar, y que saldría de aquí aliviado!” No. En lugar de eso, debo
mostrarme comprensivo. Cuando hay un daño de por medio; cuando las emociones
están heridas; cuando se pierde la confianza… la persona puede necesitar tiempo
para procesar mi pedido de perdón. En ese mismo momento, hasta le puede parecer
imposible perdonarme. En tales casos, yo debo entender su corazón y su
situación, y hacer silencio, o decir simplemente: “—Entiendo”. Debo mostrar comprensión.
B. Conservo la distancia. Puesto que
la otra persona todavía no me ha perdonado, debo vislumbrar que su corazón
todavía está distanciado del mío. Así que, aunque yo le haya pedido perdón, no
debo tratarla como si todo hubiese vuelto a la normalidad: como si la amistad,
o la fraternidad, o la intimidad hubiese vuelto plenamente… No puedo penetrar
sus espacios de confianza como si ya no hubiese ningún problema. No. Debo
respetar la distancia que ella todavía mantiene, hasta que ella misma pueda
acortarla, hasta que me perdone. Conservo
la distancia.
C. Soy discreto con los
demás. No debo salir a publicar que la persona no
ha querido, o no ha podido perdonarme. No. Antes bien, debo conservarlo con
toda privacidad. Debo ser discreto.
D. ¿Lo intento una vez más? Si ya he pedido perdón, y si lo he hecho bien,
siguiendo de cerca lo que hemos aprendido hasta aquí… Si las expresiones fueron
claras, y el momento fue ordenado, sin sobresaltos ni interrupciones… y aun así
ya ha pasado bastante tiempo y la persona todavía no me ha expresado su perdón…
tal vez no sea necesario volver a pedirle perdón un tiempo después; tal vez no
corresponde hacer un nuevo intento. Estuvo claro, y seguramente ella
comprendió. En cambio, si mi pedido de
perdón no fue muy limpio que digamos, o si el momento fue un poco interrumpido
o confuso, tal vez sea necesario volver a pedirle perdón siguiendo de cerca lo
que aprendimos hasta aquí, y buscando una buena ocasión.
E. Descanso. Si
ya he pedido perdón, y lo he hecho bien, pero la otra persona todavía no me ha
perdonado, entonces debo empezar a pensar que ya hice lo que debía hacer, y que
ya no puedo hacer más. Tengo que comenzar a descansar en el Señor. La otra
parte le corresponde a la otra persona. Con mucho amor y comprensión debo orar
por ella, para que su corazón sane, recordando siempre que fui yo quien lo
lastimó.
Para
reconectar relaciones —para volver a estar más cerca— debo aprender esta
primera clave: pedir perdón de corazón. Si en una evaluación honesta encuentro
que mi conducta fue moralmente mala, debo proceder a pedir perdón, y a hacerlo
bien, sin que falte ningún elemento importante, y habiendo preparado mi corazón
en presencia de Dios. Debo pedir perdón sin contaminar ese acto, y esperar
comprensiva y humildemente que el otro me perdone.
Dios
quiera fortalecer todas nuestras relaciones de esta manera. Amén.
[1] Un hijo que llora a los pies
de su papá por haberse ido de casa y malgastado toda la herencia… Un deudor que
llora delante de su acreedor porque no tiene cómo pagar un monto exorbitante…
Abigaíl que llora delante de David por la forma en que su esposo lo
despreció...
[2] Cuando los acontecimientos dañinos
son realmente accidentales, sin intención, ni imprudencia, ni negligencia ni indiferencia,
entonces el término exacto para referirse a lo que debo hacer es “pedir
disculpas”: reconozco que mi conducta ha causado perjuicios a otro, pero
expreso que no tuve responsabilidad en lo que sucedió. Por ejemplo: “—Realmente
venía con buen tiempo para el trabajo, pero se pinchó una rueda [o se recalentó
el motor, o me chocaron]”.
[3] Hay
poquísimas excepciones a esta regla. Tal vez cuando debo pedir perdón por algo
que le hice hace mucho tiempo a una persona con la que estaba en una relación
amorosa, y ahora esa persona ya está en otra relación y rehízo su vida. Tal vez
cuando debo pedir perdón a una persona que ha jurado matarme por el mal que le
hice, y nunca se ha desdicho. En estos casos, tal vez pueda pedir perdón por
escrito, o por una llamada.
Imagen: https://www.pixabay.com Todos los derechos reservados.
Comentarios
Publicar un comentario
Tu comentario nos interesa