No me puedo poner las zapatillas nuevas si antes no me saco las viejas.
![Imagen](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_0C_S7UF9kyby9XTCYHQN2xFGxcJhmDOW2F553LO5pCbIuItjnQcmV9zoOBRS6GIirGMJ_fxpUzhRtn-z38ZQSuIYSq7gaoJRvbvurC7h-dSI2xoOYlBPy0h-3BGNVC-SxQ3ZbiBni_0/s640/alone-1869914_by+Pexels.jpg)
Por: Luis Caccia Guerra Se publica con permiso. Cuando era niño pasé algunas necesidades. A Dios gracias, al menos lo esencial nunca faltó, pero sí hubo carencias y muchas privaciones. Es por eso que hoy recuerdo uno de esos momentos de estrenar zapatillas nuevas. No era algo que ocurriera muy a menudo, por cierto, por lo que ¡significaba todo un placer quitarse las viejas y destruidas zapatillas para calzarse las nuevas! Sin embargo, hasta hace poco descubrí que había en mi vida otra clase de “zapatillas” viejas, sucias, malolientes y andrajosas; que aunque no se veían a simple vista, ¡allí estaban! Lo peor de todo es que había aprendido a caminar por la vida con ellas. Cuando era niño, las zapatillas y todo lo que recibía, tenían para mí más valor afectivo que material, ya que sabía que provenían del sacrificio de mi madre o del cariño de algún pariente. Pero caminar con las queridas zapatillitas rotas, también representaba cierto riesgo, como pisar una pie...