PROCESOS

PROCESOS
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com



Épocas complicadas. Difíciles han sido para quien esto escribe, los últimos meses, desde la segunda mitad del año pasado en adelante. Felizmente, y para la Gloria de Dios el presente escrito lo puedo hacer a altas horas de la noche y desde la nueva oficina en la cual me toca trabajar. Hoy he pedido a Dios que derrame su bendición sobre este sitio, sobre la Empresa que me da trabajo, sobre sus autoridades y resto del personal. Protección y cuidado, que el ángel del Señor acampe en derredor y nos defienda (Salmos 34:7).

Pero también he debido inclinar mi rostro delante del Señor y pedir perdón. “Parece que Dios está en contra mío” escribí angustiado a una de las hermanas intercesoras hace un par de días. Hubo momento de flaqueza, de incredulidad, de desconfianza. Mirando la tormenta a mi alrededor, comencé a hundirme como Pedro (Mateo 14:30).

También le pedí al Señor “que esta vez lo haga bien, Señor”. Alguien dijo: “Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Y uno de esos soy yo. Es que hoy caigo en la cuenta de que en mi altivez, autosuficiencia, arrogancia e incredulidad, he dejado escapar tantas cosas buenas… En medio de tanto fracaso, hoy Dios me da una nueva oportunidad y esta vez, con su ayuda, quiero hacerlo bien.

He vivido mis días en medio de murmuraciones y quejas. En rebeldía y desatendiendo sabios consejos.  Más cerca de la religiosidad farisaica que de la fe. Más cerca de la Iglesia que de Dios; más cerca de la casa que del Padre, como el hermano mayor del hijo pródigo (Lucas cap.15).  He vivido indiferente, aislado, dando tumbos de iglesia en iglesia, juntando “experiencia” desordenada que de mucho no sirve, toda vez que “Experiencia no es lo que le sucede a un hombre. Experiencia es lo que el hombre hace con lo que le sucede”. Y la verdad, es que cada vez que pretendí  tomar el timón de mi vida, lo hice mal.

Es que hoy, habida cuenta de todo esto, quiero vivir mis días con gratitud, sin quejas ni murmuraciones. Una vez más, quiero embarcarme en esta maravillosa aventura de la fe, toda vez que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). El proceso aún continúa. No se termina hasta que se termine junto a Cristo (Filipenses 1:6).

Me embarga un indescriptible gozo y una inmensa paz al momento de escribir estas líneas, en la soledad de mi oficina. Hace unos días, cuando las esperanzas se desvanecían nuevamente, cuando las buenas perspectivas parecían derrumbarse otra vez, escuché este pensamiento que dejé anotado en mi cuaderno de apuntes:

“Cuando naciste, tú llorabas y todos alrededor tuyo, sonreían. Aprende a vivir tu vida de tal manera que cuando mueras, tú sonrías y todos alrededor tuyo, lloren.”

Hoy, con un corazón contrito y humillado, inclino mi rostro y ruego a mi Señor, como el salmista:

Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
 Que traigamos al corazón sabiduría.
(Salmos 90:12 RV60)

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